Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

sábado, 13 de octubre de 2018

Héroes del espacio.

Apenas sesenta años antes el hombre había aprendido a volar. En 1969, el hombre se subió a un cohete y llegó a pisar la Luna. Fue, sin duda, la mayor proeza hasta la fecha de la especie humana. Emocionante, único, insólito e irrepetible, ese momento se grabó en la retina de millones de televidentes (más de cuatrocientos en todo el mundo, según las estadísticas). Hubo muchos que lo cuestionaron, que no lo creyeron (ni lo creen) como real. Pero ahí está. Y ahora nos llega, por fin, la recreación filmada no solo de aquel instante, sino de la larga trayectoria de prototipos, cálculos, preparaciones físicas y ensayos que lo hicieron posible. Con muertos por el camino. Como Edward Higgins White, el primer astronauta norteamericano en realizar una caminata espacial (1965). Edward se abrasó junto a dos compañeros al incendiarse una cabina de vuelo en fase de pruebas.
First Man (El primer hombre, 2018) está correctamente dirigida por Damien Cazelle (ganador del Oscar al mejor realizador por esa tarta empalagosa titulada La, La, Land), pero irregularmente interpretada por un reparto desigual. El inexpresivo Ryan Gosling se ha quedado con el papel protagonista de Neil Armstrong, el primer hombre en pisar suelo lunar. Su interpretación está carente de matices; es así que en los momentos más dramáticos parece que sigue viendo la televisión con la familia. Corey Stoll, como Buzz Aldrin, es otro que se queda lejos de hacer época con su versión del personaje. Los mejores roles recaen en una seria, seca, pero ajustada Claire Foy y en el excelente actor australiano Jason Clarke (El hombre del corazón de hierro, 2017).
La acción comienza a finales de la década de 1950, cuando Armstrong era un piloto de pruebas de la base aérea de Edwards, en California. En aquellos aviones cohete se traspasaba la atmósfera y se corría el riesgo de no conseguir la reentrada. Por aquel tiempo, Neil perdió a su hija pequeña por un cáncer cerebral. En 1961 es reclutado por la NASA, tras presentarse él voluntario a la selección de futuros tripulantes de vuelos espaciales. Se le asigna el proyecto Géminis, que fue el precursor de los cohetes Apolo. Vamos asistiendo a las fases de preparación de las salidas al espacio, en una carrera en la que los soviéticos llevaban la delantera. Conocemos a los amigos y compañeros de Armstrong, personas que intuimos que van a morir. Y en esto está lo más inquietante del relato. La película rebosa de primeros planos, con la cámara siempre encima de los actores, sin enseñar el entorno. Es la misma escala o proporción que cuando se hallan abordo, enlatados literalmente en su cápsula de vuelo. A nosotros nos parece estar encerrados con ellos, en ese ambiente claustrofóbico del que no se sabe si se saldrá con vida.
Los primeros astronautas fueron aventureros natos. Sabían el altísimo riesgo que corrían en las pruebas y misiones, y aun así no se arredraron. Cuando alguien va dentro de una cápsula, donde no te puedes ni girar, a merced de los instrumentos de mando, y cuando cualquier error, por mínimo que parezca, te puede volatilizar, te ves lo pequeño que eres en el Universo, lo poco que cuentas, lo solo que estás, y probablemente te preguntas por qué haces eso, qué te ha llevado allí, cuál es el sentido o significado último de aquello y de tu propia vida, si lo tiene.

El mayor mérito de First Man reside en acertar a crear muy eficazmente lo que se experimentaba durante un vuelo espacial y en resumir bien diez años de trabajos conducentes a lograr lo más difícil: alcanzar nuestro satélite, volver realidad el sueño de un visionario, Julio Verne.
Una película didáctica recomendable para toda la familia (si los niños tienen más de doce años). Probablemente el Apolo se contemple, dentro de tres siglos, con igual curiosidad tierna a como nosotros vemos las réplicas de las carabelas de Colón. Sic transit gloria mundi.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2018.
"El primer hombre" (2018)_Metropoli.

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