Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

miércoles, 27 de enero de 2021

La ley del talión.

Proverbial es la venganza del Conde de Montecristo hacia quienes lo encarcelaron. Quizá sea la mejor tramada de la Historia literaria: meticulosa, ardua, compleja, espaciada en el tiempo, y, sobre todo, implacable.

La ley del talión (que equipara la proporción de la pena a la del delito cometido, sin mayor castigo) se remonta, cuando menos, al Código de Hammurabi, en el 1753 a. C., aunque hay un primer apunte de la misma en el Código de Shulgi, rey sumerio fallecido hacia 2047 a .C. En esta legislación primitiva, solo el asesinato es respondido con la muerte del asesino.

En el derecho hitita, no pareció existir la ley del “ojo por ojo”, mientras que en el asirio sí. En Roma, estuvo vigente hasta aproximadamente el siglo V a. C., siendo sustituida, poco a poco, por el derecho de compensación. Es decir, por lo más humanitario de un pago económico ante una pérdida o perjuicio significativos.

En Israel, era preceptiva la ley de la pérdida igual hasta el siglo I de nuestra era, cuando surgieron voces discordantes contra ella, como las de Jesucristo y Pablo de Tarso. Varios capítulos del Éxodo, Levítico y Deuteronomio recogen la ley del talión.

En Grecia, la aceptaron Pitágoras y Solón (siglos VII-VI a. C.)

En la Edad Media castellana, tendió a ser abolida, ya que se prohibía la venganza personal, porque la justicia dimanaba del rey. En un texto literario como el Poema de Mio Cid, de finales del siglo XII, el héroe de Vivar pide justicia al rey Alfonso VI, y evita vengarse él directamente de los maltratadores de sus hijas, los infantes de Carrión.

En el teatro lopesco del Barroco, sí era dado mostrar –en comedias ambientadas en épocas pasadas—la venganza personal por afrentas de honor y honra, si bien contando con la aquiescencia posterior de los monarcas. Ello sucede en Peribáñez y el comendador de Ocaña, y en Fuenteovejuna. Al público le agradaba ver que la sangre con sangre se paga.

Así pues, mientras la ley del talión desaparecía de la realidad legal de los países occidentales, se mantenía sin embargo como motivo de ficción. En las narraciones literarias la venganza es justificada por un gran oprobio, y suele encontrarse la disculpa o justificación fácil para quien la emprende. En el ánimo del lector se despierta cierta complicidad, un alivio, cierto regusto catártico porque el perverso reciba su merecido de manos del héroe.

Vamos a hablar ahora de dos largometrajes cuya trama encierra la aplicación de esta antigua ley.

El primero se debe a Todd Field, y se titula En la habitación (In The Bedroom, 2001). Es un drama familiar basado en un relato de Andre Dubus (Killings). Ganó el Globo de Oro a la Mejor Actriz (Sissy Spacek) y tuvo cinco nominaciones a los Oscar. La película tiene una primera parte de comedia costumbrista norteamericana: familia de clase media cuyo padre, médico, sale a pescar langostas en compañía de su hijo, preuniversitario, quien mantiene una relación con una mujer madura, Natalie (Marisa Tomei), separada y con pequeños a su cuidado. El joven Frank Fowler (Nick Stahl) es encantador, y confraterniza muy bien con los niños de su nueva pareja. En su fuero interno, planea marcharse a la Universidad, a estudiar arquitectura, por lo que contempla su unión con Natalie como algo circunstancial, y así se lo participa a su madre Ruth (Sissy Spacek).

Pero pronto aparece un personaje en discordia: Richard, el marido de Natalie. Pretende volver junto a ella y comienza a visitarla, y a presionarla con sus hijos. Frank interviene y, en una primera riña, le caen unos golpes. La segunda vez, sin embargo, se lleva algo bastante peor: un tiro en un ojo. Es así como la comedia del principio (simpática y llena de vida risueña) deriva en tragedia: los Fowler pierden a su único descendiente, Frank.

Se celebra el juicio. A falta de un testigo que presenciara la muerte del muchacho, la defensa alega homicidio accidental. El abogado de los Fowler les dice que, probablemente, la pena aplicada será menor. Ruth no perdona el “desliz” sentimental de Natalie y la abofetea. 

En consecuencia, Matt Fowler (Tom Wilkinson) planea su propia venganza: secuestra a Richard –en libertad bajo fianza—y le hace creer que lo hará salir del condado para que quebrante la condicional. Richard acabará en un fardo, en un bosque de Maine, a un metro bajo tierra.

La película se cierra, precisamente, “en la habitación”, después que Matt regrese de cometer su crimen, se duche, y se meta en la cama, junto a Ruth.

Lo que les sucede a los Fowler es un torbellino de contingencias que ellos no dominan. Su hijo es único; no tienen más. Iba a ir a la Universidad, con todo un porvenir por delante. De repente, se cruza con él una señora en una compleja situación, con un marido violento e impulsivo. En un abrir y cerrar de ojos, se cercena la vida de Frank y se acaba toda esperanza de futuro tanto para él, como para sus maduros padres.  

¿Haríamos nosotros lo mismo que Matt Fowler con Richard, si viésemos que la Justicia no nos compensa como sería de esperar? ¿Nos tomaríamos la justicia por nuestra mano –sangre por sangre—y mataríamos al homicida? Es una decisión que depende de cada uno, pero una cosa es pensarlo y otra muy distinta hacerlo. Porque tenemos conciencia, y podemos discernir los límites entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo adecuado y lo reprobable. Asesinar a un asesino, ¿no nos iguala a él? ¿No nos convierte en asesinos? Dilema moral que el filme de Todd Field parece no lanzarnos, al dar por sentado que Matt y Ruth se quedan mejor con lo obrado, como respuesta “justa” a una aplicación injusta de la ley.

El segundo largometraje que también versa sobre la ley del talión es una película alemana de juicios, El caso Collini (Marco Kreuzpaintner, 2019). En cierto modo, bebe de fuentes inspiradoras previas, potentes filmes como La caja de música (Costa-Gavras, 1989, con guion de Joe Eszterhas, autor de Instinto básico) y Veredicto final (Sidney Lumet, 1982, sobre un argumento de Barry Reed y un guion de David Mamet). Por supuesto, no alcanza a sus modelos, aunque se trata de una película muy digna, llevada con soltura, bien interpretada por sus dos protagonistas principales: Elyas M'Barek (abogado Caspar Leinen) y Franco Nero (acusado Fabrizio Collini).

De  La caja de música toma la historia del padre venerado, con un pasado negro y oculto. Para más inri, Caspar fue criado por el tal, y ha de defender a su asesino, el italiano Fabrizio, asignado a su caso como letrado de oficio.

De Veredicto final, copia la situación del abogado humilde (en este caso, además, joven y principiante) que termina dando una lección grande al prestigioso jurista.

Caspar se crio de niño con la hija del magnate Hans Meyer, Johanna (Alexandra Maria Lara), con quien mantiene una relación sentimental. Al ser asesinado Hans en su despacho por un inmigrante apellidado Collini, Caspar debe asumir su defensa. El detenido se niega a declarar, enmudece y se cierra en sí mismo. La acusación particular está dispuesta a pactar una condena aligerada, en vez de cadena perpetua. Caspar investiga en el pasado de Collini. Viaja hasta su pueblo italiano de origen, y descubre que la localidad fue represaliada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El resto es fácil de suponer: quién es Collini, quién fue en verdad el honorable Hans Meyer –su víctima—y por qué se produce la muerte alevosa y violenta de este.

La acción deriva hacia una “sorpresa” que, en realidad, parte de un hecho histórico real: la ley alemana que, a finales de la década de 1960, hacía pasar los asesinatos de civiles durante la contienda por homicidios (los cuales prescribían a los veinte años allí; en España lo hacen a los quince). 

Es así que el caso Collini no encontró justicia una primera vez, por lo que, en la segunda, se suscita la venganza.

El tremendo dolor sufrido de niño por Fabrizio Collini, a causa de un crimen de guerra, parece animarnos más a aceptar como justa la resolución que toma de adulto de liquidar a Hans Meyer.

Sin embargo, es el mismo dilema planteado por En la habitación: ¿es justa la ley del talión cuando no se obtienen compensaciones por un delito?

Einstein dijo que el mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad.

Ahí queda la cosa. Si matamos, podemos actuar contra nuestra propia conciencia moral, y delinquimos, pues vamos contra la ley. Si no matamos, no obramos mal alguno, pero la pena por no lograr lo justo nos reconcome y nos provoca malestar e ira por dentro. La solución cristiana es el perdón de las ofensas. Lo más difícil: olvidar con la ayuda del tiempo el delito, buscar la paz del corazón, y, sin disculpar al delincuente, estar dispuestos a perdonarlo. Grande será la recompensa, si hay un Dios que nos reciba en el Cielo. Oscar Wilde aconsejaba perdonar por otro motivo: no hay nada que ofenda más a tu enemigo que tu perdón.

Muchos sacerdotes, religiosas y hombres de fe supieron bendecir y perdonar en sus momentos finales a sus ejecutores, quienes obraban movidos por el odio u obedeciendo órdenes de arriba.

Pero no es fácil, porque es una cuestión de fe, y solo con fe se puede conseguir manifestar perdón por determinadas infamias. El instinto natural conduce a la venganza.

© Antonio Ángel Usábel, enero de 2021.