Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

martes, 10 de septiembre de 2019

"Gertrud": entre el amor y la amistad.

Carl Theodor Dreyer fue el Stanley Kubrick danés, o viceversa, Kubrick emuló a Dreyer en la obsesión perfeccionista de la obra cinematográfica. La cinematografía como obra de arte donde el realizador plasma su alma, y esta queda reflejada en ella para siempre.
A Dreyer –periodista, montador, gestor de una sala de proyección—cada proyecto le podía llevar diez años de preparación. Alguno, incluso, no llegó a materializarse, como su largometraje sobre Jesús de Nazaret. No era fácil encontrar financiación para un estilo personal y cuidado de rodar. 
Hay tres obras de Dreyer que resultan imprescindibles: Dies irae, Ordet (La palabra) y Gertrud. La primera, sobre la inquisición calvinista y con una formidable interpretación de Kirsten Andreasen; la segunda, como las Divinas palabras de Valle, sobre el poder taumatúrgico del lenguaje; y la tercera, una poderosa disección de una personalidad de mujer.
Gertrud es una película de madurez, filmada en 1964, con un guion sin división en escenas y aprovechando la técnica compleja del plano-secuencia. Tanto es así, que al operador se le acababa a veces la bobina de celuloide cuando la escena aún no había llegado a su final. Los personajes no se miran cuando hablan, como si permanecieran distantes los unos de los otros, como presencias fantasmales invasoras en el discurso.
Gertrud es la personal lectura de Dreyer de Casa de muñecas, de Ibsen. Parte de una obra teatral del sueco Hjalmar Söderberg, estrenada en 1906. Es la historia de una mujer madura, Gertrud Kanning (Nina Pens Rode), casada con un abogado con fuertes aspiraciones ministeriales, Gustav (Bendt Rothe), que se enamora perdidamente de un joven pianista, Erland (Baard Owe). Por él está dispuesta a abandonar a su marido, y así se lo confiesa a este. La decepción llega cuando descubre que Erland es un muchacho de vida libertina, que ha comprometido seriamente a una mujer mayor que él. El mundo se desmorona para Gertrud, quien oscila también entre los requiebros amorosos de un antiguo pretendiente venido de Italia, Gabriel Lidman (Ebbe Rode), y un amigo desenfadado y divertido, Axel (Axel Strobye). 
Gertrud está hecha para el amor, pero no para uno carnal (como lo quería disfrutar Lidman), sino para uno idealizado. En la acción parece que todos los hombres solo saben amar carnalmente a una mujer, sin otra delicadeza que la del contacto físico. Quizá sean los artistas y los pensadores los únicos que puedan amar en otro plano. El destino suyo es París, donde Gertrud estudiará Filosofía y Psiquiatría.
Como era frecuente en Dreyer, el rodaje fue convulso. El director discutía con la actriz Nina Pens Rode sobre el modo de interpretar su personaje; deseaba que esta permaneciera con un halo de evanescencia en la mirada, con impasibilidad contenida, algo difícil de mantener durante toda la filmación. En las escenas junto al lago, Dreyer se perdía para contemplar el reflejo de los árboles sobre el agua y pensaba en el procedimiento para captarlo en la película.
El montaje contempla dos retrospectivas, sobreexpuestas, para diferenciarlas del momento presente, así como monólogos interiores y autorreflexiones, como la del esposo de la protagonista (“Hay personas que se pasan toda su vida soñando, mientras que otras desbordan actividad. La vida se nos escapa lenta e inexorablemente, independientemente de cómo la vivamos… Guarda bien el tesoro, que Dios te ha entregado, y no lo dejes escapar. Nunca cuidamos lo suficiente aquello que no querríamos perder”). Lindman concluye dos veces que los hechos en la vida nunca suceden a nuestra satisfacción, como los imaginamos. Él continúa enamorado de Gertrud, pero ella ha perdido el interés en él, y se halla presa del amor a Erland. 
En la película se dice que hombres y mujeres son incompatibles. El amor de una mujer y el trabajo de un hombre están reñidos. Si un hombre se enamora, se diluye, se torna ineficaz e irresponsable. Una concepción muy propia de finales del XIX y comienzos del XX. Los grandes hombres están obligados a sacrificarse por la patria. El lema que defiende Gertrud, “Amor Omnia”, el Amor ante todo y sobre todo, no cabe en una visión pragmática de la realidad.
El deseo termina. Cansa. A veces, igualmente agoniza el amor. Pero la buena amistad sobrevive, dura para siempre.
Gertrud es feliz a su modo, viviendo sola en Francia, acompañada de sus recuerdos más dulces y armoniosos, y cultivando –como con la entrega a una rosa-- su amistad con Axel.
Un drama ejemplar, bellísimo y de obligada visión. Una obra maestra de Dreyer.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2019.

lunes, 9 de septiembre de 2019

La ruleta rusa en el Taj Mahal de Bombay.

Hotel Bombay (Anthony Maras, 2018) es una grata sorpresa, una de las mejores películas de estos últimos veinte años. Coproducida por India, Australia y Estados Unidos, es una reconstrucción de la cadena de atentados islamistas sufrida por la ciudad de Bombay, entre el 26 y el 27 de noviembre de 2008. Un grupo fuertemente armado de juramentados jóvenes perpetraron varios tiroteos y ataques con granadas y explosivos en doce puntos distintos. La Policía quedó pronto desbordada y el ejército y las fuerzas especiales tardaron más de veinticuatro horas en llegar y combatir el caos reinante. Como curiosidad, está el detalle de que nuestra política Esperanza Aguirre consiguió salvar su vida pisando un suelo de sangre y saliendo por una puerta de servicio del Hotel Oberoi Trident.

La acción del filme recrea los hechos acaecidos en el interior del lujoso establecimiento Taj Mahal Palace & Tower, un hotel de cinco estrellas, considerado de los mejores del mundo. Hasta él llega un grupo reducido de asaltantes, quienes se ponen a disparar sus fusiles Kalashnikov indiscriminadamente contra el personal y los usuarios del hotel, matando a bastantes en primera instancia.
El personal superviviente (la mayor parte, con un origen humildísimo), en vez de escapar por las cocinas, decide permanecer, en su mayoría, junto a la hostigada clientela. Para ellos “el cliente es Dios” y deben servirlo y protegerlo hasta sus últimas consecuencias. Un grupo numeroso se refugia primero en un salón comedor, para ser muy hábilmente llevado después al área VIP, de la sexta planta, protegida por una puerta blindada.
Los terroristas, en nombre de “Alá es grande”, registran cada planta y cada habitación, asesinando en el acto a cuantas personas encuentran en su camino. Algunas se refugian en los armarios, otras bajo las mesas o los mostradores. Quien en un primer momento salva su vida, se pregunta si moverse de allí o permanecer escondido en su sitio. Y ahí es donde los espectadores comparten la angustia con las víctimas potenciales del comando. ¿Qué hacer mejor? ¿Salir a otra parte? ¿Quedarse? Es como jugar a la ruleta rusa, y procurar que no se te escape el tiro que te dé en la sien. 
Al mismo tiempo, vemos las justificaciones de los asesinos: los muertos son infieles, los enemigos del Corán; son responsables de la miseria en que han vivido muchas familias por un reparto injusto de la riqueza y la sobreexplotación de Occidente. El fin –para ellos—justifica los medios. Los muertos han de ser una advertencia y el comienzo de una gran venganza. Los miembros del comando saben que, antes o después, caerán abatidos, pero no les importa morir por unos principios y por una razonable cantidad de dinero, en compensación, para cada una de sus familias.
La Policía, mermada en sus efectivos y confusa, ha de intentar parar a los juramentados con armas convencionales: escasas pistolas y fusiles. Los sorprendidos en el hotel tampoco logran reducir a ningún asaltante y hacerse con un AK-47. 
Las interpretaciones son todas completas y excelentes, destacando, sobre todo, Anupam Kher (Oberoi, el Jefe de Cocina), Dev Patel (Arjun), Nazadin Boniadi (Zahra), Amandeep Singh (Imran, uno de los terroristas) y el veterano anglosajón Jason Isaacs (el ruso Vasili).
Hotel Bombay es un drama serio, duro, sin concesiones a una estética comercial, cuya acción no decrece ni un instante, en la línea de títulos como Los gritos del silencio (The Killing Fields, Roland Joffé, 1984), Bajo el fuego (Under Fire, Roger Spottiswoode, 1983), El cazador (The Deer Hunter, Michael Cimino, 1978), El año que vivimos peligrosamente (The Year of Living Dangerously, Peter Weir, 1982).
Para los amantes de la ficción documental bien realizada. Magnífica, elocuente en cuanto a los estragos del fanatismo de toda época y lugar, y más que recomendable.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2019.
"Hotel Bombay" (Metropoli)