Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

miércoles, 7 de agosto de 2019

El escudo del Capitán América.

Ali Aster, quien defraudó con la tosca Hereditary (2018), se luce de verdad con esta fábula contra el ecologismo y los peligros que esconde lo que no es Norteamérica que es Midsommar (EE.UU. / Suecia, 2019). Se nota que estamos en la era Trump: América para los americanos, porque no hay nada bueno fuera del pollo Kentucky, la Coca-Cola y las hamburguesas.

Una pareja americana de estudiantes universitarios es invitada por un compañero a viajar a un recóndito valle sueco, para unirse a una especie de celebración hippy. El chico está escribiendo su tesis sobre culturas primitivas, al igual que un colega de color, otro participante en la aventura. El valle está tan al norte, que nunca deja de ser de día, salvo por un par de horas, pero no hace frío, y se puede vestir con unas túnicas blancas de algodón o lino. Allí no llega la civilización y los habitantes del valle forman una comunidad seudorreligiosa que obedece a una mujer, un tipo de sacerdotisa, asesorada por un consejo de maduros, ninguno de ellos de más de setenta y dos años, la edad límite para vivir en ese lugar.

Los invitados son agasajados con bailes tradicionales y comidas comunitarias, y se les ofrecen –según la ocasión-- pócimas alucinógenas o afrodisíacas.

En el extremo del campamento de cabañas y cobertizos se levanta un templo de madera, cuya entrada está vigilada y vetada. Ni que decir tiene que un miembro del grupo de forasteros rompe la prohibición y se aventura en él (pero sin el escudo del Capitán América), desatando una ola de previsibles acontecimientos trágicos.

La película, aunque dura casi dos horas y media, entretiene y subyuga al aficionado al terror por la novedad de la propuesta: horror al aire libre, a pleno sol (como requería la gran Patricia Highsmith), con unas imágenes impactantes con evidente deuda solapada a otras distopías anteriores (el “carrusel” eliminatorio y depurativo de La fuga de Logan se convierte aquí en un remedo de la romana roca Tarpeya). El poblado indie es la antítesis del idílico Brigadoon.

Aster, autor del libreto, reaviva la repulsión a lo desconocido que aguarda fuera de casa; el peligro anida más allá de las fronteras de Norteamérica; los estadounidenses deben protegerse contra la nueva era de los alienígenas y de los platillos volantes, que ahora son extrañas culturas ancestrales que practican los hechizos, la brujería y los rituales sangrientos. Reminiscencias de aventuras exóticas clásicas, como El mundo perdido (1912), de Arthur Conan Doyle, o Ella (1887), de Rider Haggard, cuya apoteósica y cruda adaptación se debió a Ruth Rose y Dudley Nichols para los realizadores Lansing C. Holden e Irving Pichel en 1935.

Para rematar la jugada de los riesgos de lo foráneo, los excursionistas comentan el peligro de la picadura de garrapata, que puede causar borrelia o enfermedad de Lyme. La garrapata debe de ser un insecto autóctono de los bosques suecos.

Un drama extremo, pero no desagradable, con alguna escena de sexo explícito, que deja recuerdo y regusto en los amantes del género de terror. No se entiende bien que Suecia produzca un relato que deja al lado rural del país tan mal parado; quizá sea porque está rodado, en realidad, en los alrededores de la húngara Budapest.

© Antonio Ángel Usábel, agosto de 2019.