Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

lunes, 10 de diciembre de 2018

"El Conformista" y Tigre Vox.

“Dormimos sin saber / qué mundo habrá mañana.

“Dormimos sin saber / si habrá mañana mundo.”
(Juan Mayorga, El Mago, 2018)
Nunca he considerado a Bertolucci (Parma, 1941-Roma, 2018) como un director especialmente brillante. Sí he de confesar que me cautiva su mirada penetrante sobre la soledad del hombre, uno de sus constantes principales. Así, Último tango en París (1972), película carnal, es la metáfora desasosegante e incómoda del solitario, del fracasado social que utiliza el sexo no como bien natural de procreación y de goce, sino como arma destructora y humillante. Solo e irrealizado está también el trágico emperador Pu-Yi. Solos están esos dos amantes que se buscan y no se encuentran en El cielo protector (1989). La sociedad es un decorado por el que transita el individuo. La sustancia interior puede más que todo lo extraño.
Acabo de ver El Conformista (1970, Mars Film Produzione), basada en la novela homónima de Alberto Moravia, con adaptación del propio Bertolucci. Es la historia de Marcello (Jean-Louis Trintignant), un joven fascista –formado en estudios clásicos-- que en la Italia de Mussolini es reclutado para matar a su antiguo profesor de Filosofía. La víctima vive refugiada en París, y desde allí intenta oponerse al fascismo.
A través de varios retrocesos temporales se nos va contando el pasado de Marcello: el abuso que sufrió de niño por un chófer al que terminó apuntando con su misma pistola y disparando a la cabeza; su relación autorizada con una joven burguesa, Giulia (Stefania Sandrelli), casta y almibarada, quien tras la boda con él le cuenta en un tren, pormenorizadamente, cómo fue seducida casi a la fuerza por un hombre de sesenta años, viejo amigo de la familia, y disfrutada hasta la saciedad; los devaneos de su madura madre con su chófer chino; el coqueteo de Marcello con los medios de propaganda radiofónica del régimen…
Una vez en París, en casa de Quadri (Enzo Tarascio), Marcello conoce a la mujer de este, Anna (Dominique Sanda), y empieza a rondarla. Anna es profesora de baile, y a su academia la va a visitar Marcello. Ella se le ofrece. Después se produce una emboscada en una carretera que atraviesa un bosque. El vehículo de Quadri es obligado a detenerse, y él es apuñalado en una escena que recuerda el asesinato de Julio César por los conjurados. Anna intenta huir entre la espesura, pero es tiroteada. Marcello contempla los asesinatos desde la ventanilla de su coche. No hace nada, ni en un sentido ni en otro.
1943: Benito Mussolini, el Duce, depone su poder unipersonal ante Víctor Manuel III, rey de Italia. Lo sucede el general Pietro Badoglio. Malos tiempos para los miembros de la Ovra, la policía política italiana. Hay que cambiar de color. Marcello quiere blanquearse y se pone a denunciar en los bajos del Coliseo a unos antiguos colaboradores fascistas.
El Conformista cuenta con una fotografía impecable, firmada por Vittorio Storaro. Lo único que se puede reprochar a la película es no contextualizar demasiado la acción durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1976, con Novecento, Bertolucci volvió al tema del fascismo italiano. Hay un personaje, Attila Mellanchini (Donald Sutherland), fascista, que es suficientemente elocuente: “Nunca muerdas la mano que te da de comer”, dice para justificar la ancestral sumisión del pueblo a los poderosos. 
El fascismo es el fracaso de la democracia. En el primer tercio del siglo XX, los gobiernos débiles de Europa, incapaces de hacer frente y apaciguar los descontentos sociales, se vieron sobrepasados por el ímpetu de la teoría fascista, impuesta a la fuerza, con métodos violentos que incluían el asesinato (como el de Matteotti, socialista, en junio de 1924). El fascismo implica una autoridad única y suprema, pensar la sociedad entera como un solo hombre: el caudillo, el duce. Una sola idea de país. Bajo este prisma, hay que acabar con el caos de los partidos políticos, porque encarnan tendencias diferentes. Debe construirse un Estado monolítico, pétreo o marmóreo, impermeable a cualquier variación conceptual, a cualquier evolución o cambio. Un régimen eterno, que podría durar mil años, como el Reich inaugurado por Hitler.
Es la “solución final” a todos los problemas de la sociedad. Todo el mundo remando en la misma dirección. Patriarcado absoluto, defensa a ultranza de la familia y de la moral tradicional, cuerpos atléticos y robustos, fidelidad al líder por encima de intereses personales.
Pero ninguna doctrina, ningún régimen gubernamental es perfecto ni puede durar mil años.
El extremismo político es sinónimo de totalitarismo. Es así que fascistas son todos aquellos que tratan de imponer a los demás su forma de pensar, como algo único e imprescindible, y sin otras alternativas. Hay que ser “del Partido”; hay que hacer lo que el Partido ordena. El mayor peligro del extremismo es la antidemocracia. Cuando se ve a la democracia, y a los demócratas, como un ejercicio inservible y hasta dañino. La escasa vigilancia de las personas –incluso de las que ejercen el poder—en un régimen democrático, conduce a menudo a que campe y se extienda la corrupción, el desbarajuste moral y financiero, que son vistos como abrojos, mala hierba por los cirujanos implacables de la visión totalitaria del mando. Ya sean estos comunistas o falangistas. Un caudillo implica orden, control, sosiego, vigilancia, autoridad, imposición… Estabilidad presumiblemente fuerte. Incorruptibilidad. 
Podríamos admitir la nobleza --en cuanto al fondo-- de los propósitos falangistas del bien común y el interés general de España, pero no en su forma, porque apuesta por el espíritu de rebaño lo mismo que haría cualquier otro concepto autárquico de Estado. Es difícil desfilar siempre al son de una misma marcha.
La Europa actual que atravesamos es un continente de desórdenes sociales, de descontentos profundos, de inestabilidad política, de grandes corrupciones y pocas soluciones. También por un empleo precario, mal pagado y volátil. La “solución” del Führer y del Duce a esos problemas fue la guerra. Los señores de los ejércitos lanzaron sus huestes por Europa y norte y cuerno de África. 50 millones de muertos parecieron acotar muchas otras miserias: mientras los soldados combatían en el frente, no estaban en su ciudad incordiando. Adiós desempleo, y bienvenida a una movilidad que no dejaba centrarse en las cuestiones de un escenario determinado. Se cree que las Cruzadas obedecieron, en parte, a una maniobra de distracción para tener a mucha gente “ocupada” y fuera de sus hogares.
Ahora brota en Andalucía un partido cuya presencia era casi anecdótica: Vox. Vox es un partido de ideología conservadora. Aboga por frenar el separatismo catalán y la ruptura del Estado español, por suprimir las autonomías y recuperar el centralismo, por derogar la Ley de Memoria Histórica para “homenajear conjuntamente a todos los que, desde perspectivas históricas diferentes, lucharon por España”, por la igualdad del voto de todos los ciudadanos, por el control de la gestión de fondos públicos, por la erradicación del apoyo económico estatal a partidos políticos y sindicatos, por la defensa de la propiedad privada, por el control de la inmigración, por el derecho al uso del idioma español o castellano sin restricciones, por no gravar las rentas ni los haberes (aunque sean altos), por la bajada del IRPF, por la vigilancia y erradicación de doctrinas fundamentalistas, por la supresión del Tribunal Constitucional y el fortalecimiento del Tribunal Supremo, por la abolición del jurado, por la dignificación de las víctimas de actos terroristas, por la derogación de la Ley de Violencia de Género por injusta y parcial, por la protección a la entidad familiar, por el apoyo a la natalidad y a las familias numerosas, por la supervisión de los padres de la educación de sus hijos, por la conciliación de la vida laboral y familiar y la extensión del permiso de maternidad (a 180 días), por la extensión de la custodia compartida, por un plan de integración de las personas con síndrome de Down, por el mejor aprovechamiento del agua y de los recursos hidrológicos, por la reindustrialización de España, por la liberalización del suelo y de sus calificativos de urbanizable, por el apoyo a los trabajadores autónomos y a las PYMES, por la defensa de la caza y de la tauromaquia…
Medidas muy loables –y hasta necesarias muchas de ellas--, otras discutibles, que nunca deberían llevar, sin embargo, a una forma única y absoluta de entender nuestro país y sus ciudadanos, nuestro presente y nuestro futuro.
Si Vox se identifica como una formación política de derechas ha de tener mucho cuidado en no proclamar defender posturas autoritarias o antidemocráticas, que impidan o pongan en peligro el pluralismo de ideas. Exceptuando de tal permisividad, por supuesto, las que resulten dañinas o atentatorias contra los cimientos del Estado español. No todas las ideas son igualmente defendibles, ni tolerables a la luz del sentido común o parecer general de la mayoría de los ciudadanos. La Ley está para controlar aquellos desvíos que pudieran llevar a una vía muerta. Aunque siempre ha de ser una Ley consensuada, justa, admisible universalmente, y jamás impuesta contra el sentir global de los ciudadanos.
Leo en un artículo de fondo del escritor Javier Marías, “Fomento del resentimiento” (El País Semanal, nº 2.202) que algunos políticos desean acabar con los problemas sociales a costa de abrir viejas heridas. Los ejemplos que pone pertenecen todos a la derecha extrema: Trump, Le Pen, Salvini. Anda por ahí Casado, “dedicado a la misma labor pirómana”. También menciona a Torra, que defiende la pureza de la raza catalana. Pero tan peligrosos e inadecuados son los resentimientos sembrados por la derecha, como aquellos que parte de la izquierda alienta. No es nada bueno encender el odio aireando viejos rencores. Porque se camina hacia la intolerancia y hacia el intento de destrucción del rival. No hay oposición si no hay un oponente. Tremendo.
La agonía del parlamentarismo es la agonía de la libertad. ¿Cómo se percibe, desde el espíritu progresista, esta dolencia? Reproduzco las expresivas meditaciones de Raúl Quirós, que nos pueden dar la pauta de ello: “No caigamos en asumir que el fracaso del modelo político actual parte de la ignorancia del ciudadano, que si la gente leyera más o fuera más al teatro, no votarían a Le Pen o Salvini y sí a gente normal. Le Pen y Salvini son normales. Farage es un tío normal, son antipolíticos: acuden a los parlamentos para decir que el parlamentarismo está muerto. Y además la imbecilidad no es incompatible con una cultura elevada. La realidad es que ciudadanos perfectamente culturizados pueden votar a líderes demenciales: ¿es que acaso uno puede creer que todos los que votaron a Bolsonaro o Le Pen son llanamente unos idiotas? No lo son. El proceso de construcción de este votante lleva forjándose desde hace décadas. Se ha violentado al ciudadano hasta reducirlo a cenizas. Lo normal es que un tipo «normal» (Salvini, Le Pen, Abascal) los represente, porque aún se mantienen ciertas ruinas de la democracia, ciertos guiños a la política, parlamentos, sindicatos y demás y se necesita a algún figurante allá, aunque sea porque da pena tirar abajo el Congreso y construir un Zara en su lugar.”