Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Ernesto, el Che.

Che, un hombre nuevo, documental de Tristán Bauer (Argentina-España, 2010), se alzó con el Premio al Mejor Documental en el Festival de Cine de Montreal 2010. Se anunciaba con el lema “¿Cómo desarrollar un personaje tan complejo por su riqueza interior? Ese es el desafío para convertir al mito en humano”. Sin embargo, la propuesta se nos antoja fallida, pues esta película vuelve a ser una HAGIOGRAFÍA sobre el Che Guevara, sobre sus logros e impulsos revolucionarios, incuestionablemente hijos de la época en que le tocó vivir (Guerra Fría, Política de Bloques, Dictaduras bananeras).


 Los autores del documental tuvieron acceso a los últimos diarios y escritos del Che, clasificados como material reservado por el ejército boliviano. Sin embargo, no se destapan detalles relevantes que arrojen nueva luz sobre el personaje, herido en combate el 8 de octubre de 1967 en la Quebrada del Yuro, y tiroteado en la escuela de Higuera al día siguiente. Ernesto era un culo de mal asiento, un comunista revolucionario que soñaba con la unión panamericana y la derrota total del capitalismo imperialista. Su idea era exportar el éxito de la Revolución cubana al continente, como pretendiera Trotsky hacer con la Revolución socialista soviética, tras la victoria de Lenin. Pero si Rusia tuvo su Stalin, Cuba tuvo también su Fidel Castro. Y desde luego que al líder cubano molestaba la inquietud hostigante de su otrora camarada y amigo, por cuanto su gesta bélica no podía sino enturbiar las delicadísimas relaciones Este-Oeste y el papel de Cuba en ese difícil equilibrio.


 Hay quien habla de un estímulo suicida en el Che: que él mismo perseguía la muerte; que se dejó cercar y abatir en Quebrada del Yuro. Pocos saben que, cuando hizo frente a los contras de Bahía Cochinos en la provincia de Pinar del Río, a Ernesto se le escapó un tiro de su propia arma que le atravesó la cara. Recibió el impacto justo bajo la barbilla. ¿Estaría jugando a la ruleta rusa? ¿Tal vez a hacerse el macho?

Castro intentó sosegar al Che, convertirlo en un estadista, en un burócrata. Pero Ernesto no se veía cubano; se sentía latinoamericano, y llamado a ser libertador de los pueblos oprimidos por el imperialismo yanki. Ese carácter mesiánico, indómito y rebelde, comenzó a gestarse de estudiante de Medicina en su juventud porteña, como se encargó de ilustrar con romántica eficacia Walter Salles en Diarios de motocicleta (producida por Robert Redford). Ernesto creyó descubrir en ese viaje una identidad común a la idiosincrasia hispanoamericana, que posibilitaría la unión en la acción, en defensa de unos intereses globales. La experiencia de Fidel Castro no sería sino el iniciador, la mecha que iba a prender el polvorín del nuevo Maine.


 Así, calado hasta las cejas con su gorra guerrillera, hombre de cámara en ristre, el Che se empeñaría en justificar los medios para conseguir un buen fin. En el testimonio gráfico de Bauer nada se dice de las ejecuciones sumarísimas que Ernesto el Che presidió y firmó, antes y después del triunfo contra Batista. Tampoco se mencionan, si quiera, las diferencias entre Fidel y el Che. Ni se alude al régimen represivo en que acabó derivando el gobierno de Castro. Por supuesto, nada de la homofobia de Guevara hacia los invertidos Allen Ginsberg (que soñaba retozar con el Che) y Virgilio Piñera. Gingsberg fue embarcado a Praga, por bujarrón, esa especie de hombres que serían superados por la Revolución socialista. En cuanto a Piñera, fue encarcelado en 1961 y despreciado por Guevara en la embajada cubana de Argel. Sí hay dos anécdotas en este documental que, acaso, merecen la pena: la primera, cuando el Che estaba destacado en el Congo, escribiendo sus Pasajes de la Guerra Revolucionaria, envió una carta a Castro, manuscrita, que este se encargó de airear en el congreso del Partido; la misiva terminaba con la consigna literal “Hasta la victoria. Siempre patria o muerte”. Fidel cambió el punto de sitio y leyó “Hasta la victoria siempre”, que desde entonces se convirtió en el mítico grito de los revolucionarios cubanos.

La segunda anécdota, la crítica de Ernesto al Manual de Economía Política que había ordenado preparar y editar Stalin para las clases trabajadoras. Su revisión no pudo ocultar, sin embargo, su reverencia hacia el padrecito Lenin, ideólogo todopoderoso y creador sumo del socialismo revolucionario.

Como buen Mesías, Ernesto hubo de renunciar a su familia en beneficio de la causa. Llegó a visitar a sus hijos disfrazado de hombre mayor, antes de partir a Bolivia en su lucha febril y fatal. En esto coincidió con el líder supremo, porque Fidel, para llevar a buen puerto Sierra Maestra, se olvidó de su mujer y de su hijo --Fidelito, más tarde recuperado, y convertido en ingeniero nuclear en la Unión Soviética--, y hasta de su amante, y se habituó a disponer de quien tenía más cerca en cada momento.

Y aquí debemos enlazar con otro largometraje, esta vez de ficción, una miniserie que recrea muy objetivamente la caída de Fulgencio Batista, la llegada de Fidel Castro al poder y la posrevolución, con sus cárceles, sus paradojas crueles y sus antagonismos. Nos estamos refiriendo a Fidel Castro (Fidel, David Attwood, 2002), con guion de Michael Thomas, David Birke, Stephen Tolkin y Guy Hibbert, basado en los libros Guerrilla Prince, de George Anne Geyer, y Fidel Castro, de Robert E. Quirk, y rodada en México y República Dominicana. La historia de un triste y humilde abogado que era comunista sin saberlo, que terminó descubriendo su ideología de la mano de su hermano Raúl y de su compañero el Che, y que acabó adueñándose del sentido de la revolución hasta crear un poder unipersonal y pseudoasambleario. La soledad del héroe, tras las huellas de José Martí, repasando fotos de Sierra Maestra, ordenando la detención de Huber Matos por Camilo Cienfuegos (luego desaparecido en accidente de avioneta). Condenando al díscolo a veinte años de reclusión. A treinta a Rafael del Pino, más tarde “suicidado” en su celda del Combinado del Este. Sometiendo decisiones a unos exaltados Raúl Castro y Che Guevara, ambos de clara tendencia leninista. Contagiándose de esa misma efusión.


 La película repasa el fallido asalto al Cuartel Moncada, que dio pie al Movimiento 26 de Julio. El tiempo de reclusión de Fidel, liberado a instancias de su cuñado para evitar su martirologio. Su escapada a México y sus planes de desembarco en Cuba a bordo de una lancha destartalada. Sus arengas desde la selva. Sus primeras victorias, gracias a contrarrestar la fuerza aérea enviada a Batista por Estados Unidos con cañones traídos del continente por Huber Matos. Su triunfo imparable. Su revancha: la lucha contra el analfabetismo, contra la carencia sanitaria, contra todo lo que huela a norteamericano por explotador y viciado. Pero, a un precio: la abolición en la isla de cualquier opción democrática. De Gaulle había hecho una cosa parecida en Francia, pero con carácter transitorio, hasta convertir su país en una potencia nuclear y tecnológica mundial, y llegando a conceder la libertad a Argelia. Castro no se planteaba ningún poscastrismo, como tampoco Franco entendió, hasta los umbrales de su muerte, de ningún posfranquismo.

La cinta finaliza con una justa recriminación del líder cubano a Estados Unidos, que recuerda el antiguo edicto romano de Delenda est Carthago: “Durante cuarenta años hemos sido el blanco de sus conspiraciones, sus invasiones mercenarias, sus ataques militares, sus insurrecciones planificadas y sufragadas por la CIA. Durante cuarenta años han declarado la guerra política y económica a nuestra tierra. Han hecho cuanto han podido para destruirnos con métodos antidemocráticos. Cuarenta años, y continúan negándose a aceptar la decisión de un país vecino de vivir en su casa como se le antoje. ¿Es eso “democracia”? ¿Castigar a los países que están en desacuerdo con ustedes? Antes de 1959, tuvieron una política con respecto a Cuba: que debía ser explotada. A partir de 1959, tuvieron otra política en torno a Cuba: que debía ser destruida. ¿Es eso “democracia”?"

De la ejecución del Che en Higuera se ofrecen, como justicia poética, sus palabras proféticas: “Ninguna acción guerrillera puede triunfar sin el apoyo de los campesinos”. El pueblo boliviano no lo apoyó, y Guevara cavó su tumba.  

Victor Huggo Martin está correcto en un Fidel Castro joven. Gael García Bernal compone, con gran histrionismo, una calamitosa caricatura del Che, que luego adecentará –a Dios gracias-- en el mencionado filme de Walter Salles. Maurice Comte, con marcado parecido a Jack Palance (otrora Fidel), ofrece una imagen de Raúl Castro cercana a un sicario de la mafia. Margarita d’ Francisco diseña una interesante y atractiva Naty Revuelta. Y Cecilia Suárez, la mejor del reparto, está soberbia en su papel de camarada guerrillera Celia Sánchez. Una construcción desenvuelta, poderosa e intensa la suya.


 Cerramos con las palabras de Guillermo Cabrera Infante acerca del Che y de Castro: “Nunca un héroe tan magnífico (para la izquierda ingenua) tuvo tan pocos seguidores reales. Solo cuando se convirtió en mártir surgieron prosélitos. Pero eran realmente facsímiles cosméticos que copiaban su atuendo puesto de moda, su barba errática y sus actitudes de ‘partisan terrible’. Sin embargo, su compañero de viaje (basta la mitad, como la amistad), Fidel Castro, no solo es un orador considerable, tan efectivo en mover multitudes hasta hacerlas masas móviles como Adolfo Hitler, sino también un consumado actor y su tribuna es la escena de interminables monólogos políticos.”

El horizonte zelote ya hablaba hace unos años, incluso, de la posibilidad de un híbrido, el Che y Jesucristo juntos: Chesucristo. El Jesús del Kalashnikov. Como culmina Cela su pieza rombótica maestra: Que Dios nos coja confesados.