Bette Davis, Vivien Leigh, Katharine Hepburn… y ahora, MERYL STREEP. Sin duda, la maravilla de los últimos treinta años. Comenzamos a descubrirla en Holocausto, una de las más estremecedoras series de TV de los setenta. Nos rendimos ante su poderosísimo talento dramático en un retorno a los campos de exterminio en La decisión de Sophie, la madre que es obligada a elegir entre la vida de sus dos hijos. Nos enamoró a todos y a Robert Redford incorporando a Karen Blixen en Memorias de África, románticamente realzada por la excepcional partitura de John Barry y de W. A. Mozart. Y, por fin, en su majestuosa madurez, en este su más que dorado otoño de la edad media, nos deja sobrecogidos encarnando a una de las mujeres más poderosas y decididas de las últimas décadas: la Primera Ministra británica, Margaret Thatcher.
La primera secuencia es la de una pobre y desvalida anciana con un pañuelo en la cabeza y una gabardina gris, de aspecto desaliñado y vagabundo, que compra medio litro de leche en un supermercado. Nadie reconoce su identidad. Nadie apostaría ni un penique a que se trata de la otrora poderosísima Dama de Hierro, la mujer que tuvo en sus manos el destino del mundo civilizado en los postreros años de la Guerra Fría. Pero es ella, ¡y comprando leche! Muy irónicamente –y esto puede pasar desapercibido al espectador no británico—el complemento alimenticio que ella misma ordenó retirar de los recreos de las escuelas públicas, por efecto de su riguroso plan de austeridad en el gasto estatal. “Mrs Thatcher, the milk is Nature”, rezaba un eslogan de entonces para criticar esta medida de ahorro. Vemos salir de la tienda a la anciana y avanzar torpemente por la calle, arrastrando una pierna, como si fuera una indigente del Bronx necesitada de acogida. O la bruja de Blancanieves portando las manzanas terribles. Un plano que testimonia la maestría interpretativa de la Streep, y que delata, bajo el disfraz, a una de las más grandes.
Se diría que no es casualidad haberse acordado de esta figura de mujer y de mandataria: para tiempos excepcionales, se requieren medidas excepcionales. Como el personaje de Thatcher dice en el filme, “Si tienes que tomar una decisión difícil, tómala. El enfermo necesita la medicina, por amarga que esta sea. Te odiarán hoy, pero te lo agradecerán durante generaciones”. Thatcher estuvo once años al frente del gobierno de Gran Bretaña, durante los cuales decretó un drástico recorte del gasto público, para detener la inflación, y abandonó a muchas empresas, incluso estatales, a su suerte. Las más hábiles, sobrevivieron a la austeridad; pero muchas, sobre todo la minería y la siderurgia se resintieron de muerte, y muchos obreros y mineros acabaron sin empleo. La libra esterlina se revalorizó. La clase media se consolidó, en detrimento de la clase obrera. La invasión por la dictadura militar argentina de las islas Malvinas, bajo control inglés, desató una contienda de seis semanas, con más de mil muertos. Los déspotas argentinos buscaban un golpe de efecto que los consolidara dentro y fuera del país. Creían que Reino Unido, bajo el mandato de una mujer, no se atrevería a entrar en guerra. Thatcher, en cuestión de minutos, tuvo que tomar la decisión hostil de hundir el General Belgrano, que rozaba la zona de exclusión. Era el buque insignia de la flota enemiga, y un submarino inglés, que lo seguía de cerca, fue el encargado de eliminarlo. Perecieron trescientos marineros argentinos. Hasta los norteamericanos, aliados tradicionales de Gran Bretaña, se quedaron sorprendidos de la determinación de Thatcher de recuperar un enclave sin aparente importancia táctica ni económica. Pero como ella les respondió: “Las Malvinas pertenecen a Gran Bretaña, como Hawaii a Estados Unidos. No vi que Vds. abandonaran Hawaii cuando fue atacada por los japoneses. No vamos nosotros a hacer de menos con lo nuestro.” De cualquier manera, aquella guerra dio un giro de popularidad y de estabilidad al discutido gobierno de la Primera Ministra. La victoria sobre Argentina ofreció a Thatcher un baño de multitudes. El patriotismo inglés es ya proverbial, y siempre ha funcionado para unir y enriquecer a la nación. Pero esa alegría le duró poco, pues las críticas en el seno de su propio partido arreciaban, y en la calle crecían y se sucedían los disturbios serios. El IRA (Ejército Republicano Irlandés) golpeó muy duramente a Thatcher, que sufrió un cruento atentado con bomba en un hotel, del que ella y su marido salieron indemnes. Uno de sus ministros, y principal hombre de confianza, pereció, sin embargo, en su propio coche al estallarle una bomba oculta, ante las mismas narices de la mandataria.
La película de la directora Phyllida Lloyd presenta una mujer dura, inflexible, ambiciosa, que juega a hacer oídos sordos a las críticas de la gente, de los adversarios políticos, e incluso de los compañeros de partido. Pero lo hace ver como algo necesario para el momento, como lógica consecuencia de la “cirujano de hierro” que un país necesita para superar una honda crisis de valores, de recursos, y de rumbo. Como consecuencia, no se distancia del personaje, sino que se enamora de él, lo ensalza hasta límites insospechados, y vuelca al público hacia él, en una actitud cómplice de comprensión y entrega cuasifanática. “Estamos con Vd., señora Thatcher. La comprendemos y la apoyamos”, parece que decimos mientras vemos la cinta. “He luchado todos y cada uno de los días de mi vida –dice la Thatcher de Streep--. Nadie me ha regalado nada. Y creo en el poder de las personas para salir adelante solas y llegar a donde se propongan. Hoy todo se basa en el ser; antes, contaba el hacer.” Y añade, “Los sindicatos se crearon para defender los intereses de los trabajadores. Pero, en la actualidad, esos mismos sindicatos se dedican a socavar los intereses de las personas que aseguran defender.” Opiniones aparte, no estamos ante una película política, sino simplemente biográfica (o hagiográfica, pensaría alguno). La película es ella, es Margaret Thatcher. Si alguna tacha contiene el guion del filme es de adolecer del contrapunto político de la protagonista. De no mostrar rivales sólidos, con ese juego político entre bambalinas, con los círculos, los corrillos, los conciliábulos, las intrigas, la oposición en suma. El descontento con la Dama de Hierro se traduce en imágenes documentales de altercados callejeros, luchas y manifestaciones populares, duramente reprimidos por la policía. Falta el juego político que sí teníamos en Tempestad sobre Washington –aún hoy extraordinaria--, El mejor hombre o Caballero sin espada. La directora ha focalizado el periodo Thatcher únicamente sobre el personaje central, como si nadie más contara o existiera. Ha concentrado todas las fuerzas en un punto, como Napoleón; ha apostado, y ha ganado con la baza sobresaliente de Meryl Streep. Mientras exista inquietud por las mujeres de altura, de valía y de armas tomar, existirá el interés por este personaje. Le ha resultado una gran película, fuerte, enérgica, como la misma Dama de Hierro, un testimonio fílmico de primer orden, una cinta para ver y saborear con gusto varias veces. Por supuesto, y en lo que el pasado de Europa afecta a su presente, la mejor película del año.
* * *
* SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE MARGARET THATCHER: nace como Margaret Hilda Roberts el 13 de octubre de 19 25, en Grantham (Lincolnshire, Inglaterra). Compagina sus estudios con ayudar en la tienda de comestibles de su padre, un ideólogo conservador. En 1947 se doctora en Ciencias Químicas en la Universidad de Oxford, donde comienza a militar políticamente en asociaciones conservadoras, llegando a ser su presidenta. A la vez, inicia estudios de Derecho por correspondencia. En 1951, se casa con Denis Thatcher, y adopta el apellido de su marido. En 1953, se licencia en Derecho. Nacen también sus gemelos, Carol y Mark. En 1959, es elegida diputada de la Cámara de los Comunes por el Partido Conservador. En 1961 es secretaria parlamentaria en el Ministerio de Pensiones y Seguridad Social. En 1965, vota a favor de mantener en su país la pena de muerte. A partir de 1970, con el gobierno de Edward Heath, es ministra de Educación y Ciencia. Desde su cargo, propone la desaparición de la enseñanza pública gratuita. En mayo de 1979, obtiene la victoria en las elecciones generales, y se convierte en la Primera Ministra que hay en Europa. Resulta reelegida en los comicios de 1983 y 1987. Los soviéticos comienzan a distinguirla con el sobrenombre de la Dama de Hierro. En 1981, varios presos del IRA se declaran en huelga de hambre. Thatcher no se sobrecoge, y nueve de ellos mueren en prisión. En 1982, estalla la guerra con Argentina; las Malvinas permanecen bajo soberanía británica. En 1984, se declara una contumaz huelga de la minería del carbón, a la que Thatcher hace oídos sordos, ya que no le gusta negociar con los sindicatos. El 12 de octubre de ese año, en un hotel de Brighton, explosiona un potente artefacto colocado por el IRA, del que sale ilesa. “Todo intento de destruir la democracia mediante el terrorismo terminará en fracaso”, declara. Thatcher privatiza empresas públicas, como British Petroleum (1979), British Aerospace (1981), Britihs Gas (1986) y British Airways y British Airports Authority (1987). En total, cerca de cuarenta empresas, con más de seiscientos mil empleados. Bajo sus mandatos, crecieron los conflictos sociales, el paro y la delincuencia, lo que determinó que, en 1990, hombres de confianza de su propio partido conspiraran contra su gestión y pidieran un cambio de medidas estatales. Hubo unanimidad de criterios para actuar contra la “poll-tax”, un tipo de impuesto único y general que Thatcher impuso (abril de 1989) a todo ciudadano, independientemente de sus ingresos. Ese año dimite como Primera Ministra, y es relevada por John Major. En 1992, la Cámara de los Lores la nombra baronesa. En 1993, declara en contra del Tratado de Maastricht. En 1998, visita a Pinochet durante su arresto domiciliario en Inglaterra y aboga por su liberación sin cargos. En la actualidad, vive retirada y viuda, y cuenta con ochenta y seis años.
* * *
** PARA PREPARAR SU PAPEL DE MARGARET THATCHER, MERYL STREEP se encerró una semana entera en una habitación de un hotel inglés, con su maquillador y su peluquero. Le pasaban los mensajes por debajo de la puerta. Allí se metió a fondo en la preparación del personaje. Prefirió no recurrir a un logopeda para aprender a simular las inflexiones de voz.
En cuanto le llegó el guion, y ver que era sobre Margaret Thatcher, supo que quería hacer ese papel. “Sabía que me iba a gustar. ¿A cuánta gente le ofrecen el papel de la primera mujer líder del mundo occidental? […] Nos pasamos un año o más revisando el guion y dándole forma, junto a Abi Morgan, la guionista.”
Vio y escuchó a la verdadera política una tarde en la Universidad de Northwestern, donde estudiaba la hija de la actriz. Entonces le pareció que hablaba con frases muy bellas y escogidas, en un estilo muy cuidado, y con un atuendo y porte señoriales y atractivos. A medida que fue investigando sobre el personaje, más creció su admiración por su figura, como mujer y como líder. “La magnitud de sus logros, su influencia y sus realizaciones fueron extraordinarias. Por no hablar de la fuerza mental, física y espiritual necesaria para vivir cada uno de aquellos momentos como jefa de gobierno. […] Admiro sus logros y me asombran aunque no esté de acuerdo con parte de su política. Otra cosa que queda clara en la película es que Margaret Thatcher se mantenía en sus convicciones aunque no se estuviera de acuerdo con ella. Y aceptaba el fuego cruzado que le llegaba por esa actitud. No se trata solo de estar preparado para hacer el trabajo, sino también de comerse el veneno y la inquina durante años, manteniéndose firme en su línea. Eso es algo formidable.”
[Fuente: Entrevista de Paul Higgins a Meryl Streep, traducida y reproducida en La Luna de Metrópoli, suplemento de espectáculos del diario El Mundo, nº 401, 6 de enero de 2012 , pp. 8-10.]