Del solvente director Ron Howard (Cocoon, Apolo 13, Una mente maravillosa) nos llega ahora Rush
(2013), que podríamos traducir como Ímpetu,
Arrojo, aunque observando su
argumento –la lucha encarnizada en la pista de dos pilotos—también cabría
asimilar como Pique.
Yo tenía nueve años en 1976
cuando se produjo el mítico duelo de dos colosos de la Fórmula 1: Niki Lauda –por Ferrari—y James Hunt –por McLaren--. A pesar de
mi corta edad de entonces, seguí con apasionamiento esa liza, sobre todo, en lo
que a Lauda respecta, que en España era considerado todo un héroe. No había
trazado de Scalextric que se preciara
que no contara con “Niki Lauda”. Todos jugábamos a ser Niki Lauda, y a pisar
fuerte nuestro acelerador. Cuando tuvo su fatal accidente en el húmedo asfalto
de Nürburgring (Alemania), fue un verdadero mazazo. Sus quemaduras fueron
horribles, espantosas. El héroe –sin ser guapo de por sí—había salido
tremendamente desfigurado. El coche ardió y alcanzó una temperatura de
ochocientos grados. Niki estuvo más de un minuto allí dentro, abrasándose la
piel y los pulmones. Después, en el hospital, se consiguió estabilizar su
respiración y sus gravísimas quemaduras. Tuvieron que aspirarle varias veces el
hollín y los gases tóxicos utilizando una cánula bronquial. Pero el milagro
vino a poco más de cuarenta días del siniestro: Lauda volvía a ponerse al mando
de su Ferrari, en Monza. Aun así, dadas las condiciones meteorológicas
adversas, prefirió retirarse, y ello posibilitó la victoria final de James Hunt
en el campeonato del mundo.
La cinta de Howard recoge con
enorme pulso dramático y narrativo todo esto. Hunt y Lauda eran dos genios del
volante, pero dos personalidades muy opuestas. Niki era sensato, metódico,
responsable, más bien modesto fuera de la pista, es decir, poco dado a la
vanagloria fácil. Hunt era presuntuoso, indómito, insensato, irreflexivo, y, si
creemos al guionista (Peter Morgan, El
último rey de Escocia), literalmente un Pichabrava. Se tenían un odio
enconado, desde que Hunt era un ídolo de la Fórmula 3 y Lauda empezaba en esa
categoría. Niki sabía de trucos mecánicos, entendía mucho de motores de coche,
podía mejorar su rendimiento, y esta importante faceta técnica captó
poderosamente la atención de los dueños de las escuderías. Mientras Hunt tenía
problemas de motor, Lauda se alzaba con sus primeros triunfos notables.
Eran dos seres con aceite de
coche en las venas. Vivían para las pistas. Por lo menos, Niki, porque Hunt
también lo hacía para las juergas y los líos de faldas. Se llevaban mal, eran
enconados rivales, pero se respetaban como profesionales de la competición.
Cuando Lauda ofrece en la película una rueda de prensa tras su descalabro en
Nürburgring y su retorno a las carreras, un periodista lo insulta afeando su
aspecto y amagando acerca de lo que su esposa opinará de este. Entonces James
Hunt, a la salida, por haber ridiculizado a Lauda, empuja al listillo a unos
lavabos y le rompe la cara.
Son espectaculares las secuencias
de la carrera rodadas bajo la lluvia intensa en Nürburgring y en Japón. Si se
han utilizado fragmentos documentales, no se percibe lo más mínimo. El montaje
de primeros planos, planos medios y de detalle, es magistral, aunque dure poco.
Tal vez, los amantes de la competición van a echar en falta más escenas de
automóvil, más planos de adelantamientos peligrosos y de ruedas rozando. Y es
que la segunda mitad del metraje se hace corta, porque es la que más incide en
el duelo de vértigo en pista. Eran años de alto riesgo romántico, byroniano,
cuando moría un promedio de dos pilotos por temporada, y a los conductores de
Fórmula 1 se les veía como toreros de la velocidad. El piloto, entonces, salía
a buscar la muerte, a batirse con ella, y, si fuera posible, a burlarla una vez
más. Había mucho de instintos suicidas en aquellos ídolos soñados. Por eso
tenían –y siguen teniendo—tanto éxito con las mujeres como los diestros del
ruedo. El coraje temerario atrae. Fascina la virilidad de esos “temibles
burlones”.
James Simon Wallis Hunt (1947-1993), británico, iba para médico,
pero al final decidió meterse en el mundo de las carreras de coches. Comenzó
pilotando un Mini, y su habilidad y temeridad eran tales que recibió el apodo
de “Hunt The Shunt”, esto es, ‘Hunt el Maniobras’ o el ‘Cazamaniobras’. Llegó a
la Fórmula 1 en 1972. Su primera carrera fue en el circuito de Mónaco, en 1973.
La primera victoria, en el Gran Premio de los Países Bajos, en 1975. Campeón
del mundo en 1976. Su última victoria fue en 1977 (Japón). Se retiró en 1979,
para pasar a ser comentarista deportivo en la BBC. Murió de un infarto en
Wimbledon por la mala vida que seguía, siempre apretando a tope. No tenía cumplidos
los cuarenta y seis años.
Nikolaeus Andreas Lauda nació en Viena (Austria), en febrero de
1949. Su padre poseía una próspera industria papelera, y Niki aprendió a
conducir al volante de los camiones de la empresa. Su familia, sin embargo, no
le ayudó para ser piloto de carreras. En 1968, estaba en Fórmula V. En 1969, en
Fórmula 3, a las órdenes de Francis McNamara. Al año siguiente, subió a Fórmula
2, en el equipo March. Un banco austriaco y una marca de electrodomésticos
deciden patrocinarlo. En 1971, debuta en la primera categoría a los mandos de
un March, en el Gran Premio de Austria, pero abandona por problemas mecánicos.
En 1973, corría con BRM, y poco después llegó a Ferrari, escudería que le hizo
ganar en El Jarama el Gran Premio de España. Fue cuarto en el campeonato del
mundo de ese año, y campeón absoluto en el de 1975 (triunfos en Mónaco,
Bélgica, Suecia, Francia y Estados Unidos). En 1976, venció en cinco circuitos
y fue segundo en dos. En Alemania, su coche chocó con el de Brett Lunger, con
los resultados que ya hemos comentado. Siguió cosechando triunfos, con
Brabham-Alfa, en 1978. Se retiró de las pistas en 1979, para fundar una pequeña
compañía aérea que quebró pronto. Reapareció con McLaren-Ford en 1982. Quedó
quinto en el mundial. En 1984, volvió a ser campeón del mundo con
McLaren-Porsche Turbo. Su adiós definitivo llegó en 1986. Colabora con cadenas
austriacas como comentarista deportivo, es consultor técnico de escuderías, y
ha reflotado otra modesta compañía aérea. Se divorció de su mujer en 1996, y se
casó con su novia Birgitt, quien le cedió un riñón por problemas de insuficiencia
renal severa. Niki Lauda tiene cinco hijos.
El mayor recuerdo que guardo yo
de él, sin duda, como piloto, es a los mandos de un McLaren, en su última
etapa. Justamente, la escudería contra la que luchó cuando la pilotaba James
Hunt.
La parte interpretativa de Rush es correcta. Es más generoso, por
lo vitalista, el papel de James Hunt, y Chris
Hemsworth, actor australiano discreto, lo incorpora con brío. Daniel Brühl está correcto como Niki
Lauda, aunque no repita la tensión dramática que consiguió en Salvador Puig Antich (2006) ni la
simpática afabilidad y frescura de Good Bye,
Lenin! (2003). La elegante y pulcra actriz rumana Alexandra Maria Lara (El hundimiento, 2004) es aquí Marlene,
la primera esposa de Lauda.
En definitiva, un filme
atractivo, que se disfruta, sobre todo en su segunda mitad, y que deja buen
gusto en el espectador, aunque diste mucho de ser una obra realmente sólida,
brillante y meritoria.
…………………………………………………………………………………………………….
El 1 de mayo de 2014 se cumplirán
veinte años de la desaparición de otro gran mito de la Fórmula 1, el brasileño Ayrton Senna. Hombre religioso, veía a
Dios cuando volaba sobre la pista, pero prudente, también sabía cuándo aflojar
el pie del acelerador. En el Gran Premio de San Marino, en Ímola, perdió la
dirección de su coche al desprenderse el volante de la sujeción. El Williams de
Senna impactó contra los protectores de Tamburello a más de doscientos
kilómetros por hora. El lateral derecho del coche quebró, y la barra de
suspensión le atravesó el casco y el cráneo, produciéndole la muerte a las pocas
horas. En palabras del médico de urgencias,
“a pesar de no ser yo hombre creyente, cuando vi que se relajaba, supe que su
espíritu estaba abandonando su cuerpo”. Senna tenía lesiones neurológicas
irreversibles. Como Niki Lauda, se iba un triple campeón del mundo, con más de
cuarenta victorias a sus espaldas, ochenta podios y sesenta y cinco cabezas de
carrera. Como los amados de los dioses, Ayrton murió joven.
El documental Senna
(2010), de Asif Kapadia, premiado en el Festival de Sundance, es otro deleite
para todos los amantes de la Fórmula 1. Muestra el ascenso de un hijo de buena
familia, corredor de karts, pasando por su espectacular debut en Mónaco en
1984, donde quedó segundo con un coche modestísimo (un Toleman) y adelantó al
propio Niki Lauda, hasta alcanzar la cima con las escuderías McLaren y Williams
Renault. Si Rush plasma el increíble
combate Lauda / Hunt, este reportaje analiza la pugna no menos acerada entre
Senna y Alain Prost. Según el piloto francés, Senna llegó a la Fórmula 1 con
una sola idea, un único y audaz empeño obsesivo: derrotarle a él, el astro del
momento.
Senna era un especialista en la
conducción sobre mojado, y no pocas veces esta circunstancia –tan temida por otros
conductores, como Lauda—le favoreció lo suficiente. Era un piloto muy agresivo,
capaz de un acoso despiadado sobre el rival. Una técnica que había aprendido de
joven, con los karts. Senna adelantaba por el interior de la curva o del
peralte de la chicane, de modo que si el perseguido no cedía el paso, podía
llegar a chocar con él, como le sucedió a Prost dos veces (ambas en Suzuka,
Japón, en 1989 y 1990). El Gran Premio de Japón brindó a Senna en varias
ocasiones la oportunidad de lucirse, pues otras tantas el título mundial se
dirimió allí. En 1988, a los mandos de su McLaren Honda y saliendo en primer
lugar, se le caló el coche al darse la salida. Fue sobrepasado por bastantes
pilotos, pero él aprovechó hábilmente la ligera pendiente en declive de la
parrilla para activar el motor y salir disparado. Una remontada como la que
hizo Senna entonces no se ha vuelto a ver en la Fórmula 1: de la décimo cuarta posición
a la sexta en la segunda vuelta, a la quinta en la tercera, a la tercera plaza
en la undécima, y finalmente, a la primera tras dejar atrás a Prost, que tenía
problemas con su caja de cambios. Senna necesitaba la victoria en Suzuka para
ser campeón del mundo, y su destreza y la suerte le hicieron alzarse con el
título. Volvió a ser coronado en 1990 y 1991, siendo este último año y 1993 los
mejores de su trayectoria deportiva. En 1990, consiguió el título porque su
McLaren chocó con el Ferrari de Prost nada más iniciarse la lid; ambos
abandonaron, y el brasileño, que llevaba ventaja en los puntos, logró el
campeonato.
Senna fue uno de los pilotos que
más se opuso a las innovaciones electrónicas en los monoplazas, tales como la
tracción y la suspensión por computadora. Logró que la FIA prohibiera su uso,
pues restaban responsabilidad y protagonismo al piloto, en beneficio de la
maquinaria. Los coches eran más seguros, y podían ir más rápido, pero a la
gente le entusiasmaba lo espectacular del riesgo: las salidas de pista y los
trompos.
Viniendo de un país con profundas
desigualdades sociales, y siendo él un muchacho favorecido por la fortuna, era
aclamado en casa como un héroe nacional. Senna dio mucho dinero a ayudas
humanitarias y creó él mismo el Instituto
Ayrton Senna para la Educación de niños de las favelas (http://senna.globo.com/institutoayrtonsenna/home/index.asp).
Su fundación ha auxiliado a más de doce millones de niños sin recursos en todo
Brasil. Quizá en verdad fue un hombre predestinado por Dios para llevar el bien
a los demás haciendo lo que más le gustaba: ganar grandes premios con su
monoplaza.
El documental de Kapadia es un
buen acercamiento al mundo de los pilotos de Fórmula 1, aunque se entusiasma
demasiado con su héroe protagonista, y solo muestra de sus logros la “versión
nacional”, relegando al mínimo la visión europea del mito (así, las entrevistas
a Alain Prost, su máximo oponente, quedan fuera del montaje oficial). Introduce
escenas de vídeos familiares y de entrevistas minoritarias, que dan cierta calidez
humana al testimonio. Para promocionar el filme, nada mejor que unas palabras
de Niki Lauda: “[Senna] fue el mejor
piloto que ha existido”. ¿Dónde quedan, en ese caso, él mismo (tres títulos
mundiales), los Fangio (cinco), los Prost (cuatro), los Piquet (tres), los
Fittipaldi (dos campeonatos), los Alonso (dos), los Schumacher (siete coronaciones)?