Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

sábado, 23 de enero de 2016

No entréis a reposar en la posada.

Comencé a creer en Tarantino cuando resucitó el western. Ese género romántico que cabalga desde la colorada Utah hasta las secas y polvorientas colinas de Almería. El western han sido, sobre todo, John Ford y Howard Hawks, con su baluarte de romanticismo en la sólida presencia de John Wayne, el eterno vaquero. Después llegaron los italianos, con Sergio Leone como general, para popularizar sus ciclos de serie B. Algunos títulos contaron con actores norteamericanos que comenzaban o no pasaban de secundarios, como Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Eli Wallach, Jack Elam, Jason Robards, Charles Bronson, y demás. Incluso intérpretes de talla se dejaron seducir por la marca Leone, como Henry Fonda (Hasta que llegó su hora). Los duelos se ralentizaban y volvían interminables. Las miradas, fijas y retadoras. La música, estridente. Los tiros, como cañones para Córdoba. La sangre salpicaba por doquier. El Oeste había perdido galanura, glamour, sus grandes espacios, sus mangas almidonadas y sus barcos del Mississippi, pero ganaba en credibilidad al retratar a personajes andrajosos, despiadados egoístas, hijos de mala madre cuyo sudor y su barba roñosa atraían a las moscas. Resurgía en la pantalla otro western, el de Billy el Niño, los Dalton, los Joe y los Mac. Películas pensadas para la sesión doble del cine de barrio y el público estéticamente poco exigente, que se solazaba con Marcial Lafuente Estefanía, Donald Curtis (Juan Gallardo Muñoz), Silver Kane (Francisco González Ledesma) y otros buenos escritores desapercibidos.

En 2012, Quentin Tarantino decidió homenajear ese filtro italianizante de las historias del Pecos y de Río Grande, y construyó, con guion propio, un prodigio visual, Django desencadenado. Un héroe negro en pos de su chica, esclavizada en una plantación sureña. Con esta cinta, Tarantino demostraba que todavía había vida y esperanza para el western. Ni siquiera lo consiguió Clint Eastwood al dirigir Sin perdón (Unforgiven, 1992), oscura, tétrica y sosa. Como bien se ha dicho por ahí, Django desencadenado refleja, al socaire de Mandingo (1975), mucho mejor lo que fue la lacra esclavista que, por ejemplo, Doce años de esclavitud (2013). Las peleas de negros hasta la muerte, como si fueran gallos con espolones, los abusos morales y sexuales a las siervas de color, la sumisión de ciertos criados a la sola voluntad del amo, renegando así de su raza y siendo más brutales que el capataz con el látigo, hacen de la propuesta de Tarantino un acierto sin par, potenciado por una poderosa milimetría visual y una violencia inusitada que nos despierta a la realidad del mundo. Django desencadenado fue una gran película, viril, maestra, suculenta, posclásica. Un delirio de inspiración.

Ahora vuelve Tarantino con otro western, Los odiosos ocho (The Hateful Eight, 2015), centrada, de nuevo, en los cazadores de recompensas y su apuesta errática y miserable. El realizador recupera las viejas lentes de Ultrapanavisión 70, que se utilizaron para rodar, por ejemplo, Ben Hur y Lawrence de Arabia, potenciando la panorámica de los exteriores (si bien, escasos) y alargando en línea de horizonte una habitación. Dos curtidos veteranos de la Guerra Civil americana (Kurt Russell y Samuel L. Jackson), metidos a cazadores de forajidos, se encuentran en un camino nevado a bordo de una diligencia. Uno de ellos lleva esposada a una peligrosa delincuente (Jennifer Jason Leigh). La ventisca que se aproxima los obliga a refugiarse en la posada / taberna de Minnie, donde coinciden con otros individuos. Toda la trama gira en torno a quiénes son esos personajes, dónde se dirigen y por qué. El ambiente de encierro forzoso, por el frío, el viento y la nieve, convierten aquel refugio en un Orient Express o una Ratonera, donde los modos de cortesía se sustituyen por las miradas desconfiadas y las amenazas directas. Aquella posada se transforma en una caldera a punto de estallar por una presión excesiva. La válvula de mal funcionamiento: la dueña de la casa ha desaparecido, y nadie sabe qué ha sido en verdad de ella. Hasta que aparece una mancha de sangre sobre el respaldo de una butaca y alguien manipula traicioneramente una cafetera. Sin perder de vista los colt, Tarantino cede paso a la novela policiaca. Al misterio a lo Agatha Christie. Para ello se vale del discurso dramático, pausado, del juego teatral de escenas, de una cadencia sutil, pero vigorosa. Los odiosos ocho se podría haber subido, perfectamente, a un escenario. La verdad que hacía falta recuperar el cine discursivo, donde prime el guion, la palabra unida a unas imágenes de fuerza muy poderosa. El espectador sabe que al final se encenderá la traca, el efectismo de las muertes en cadena --la impronta Tarantino--, algo así como el desenlace en paralelo de la trilogía El Padrino, pero a lo bestia. Y, sin embargo, esa explosión se justifica plenamente por el contexto: unos hombres armados, de gatillo fácil, sin amigos, sin otro destino que el de buscavidas. La violencia sin dialéctica es vacua, cansa si no se justifica. En cambio, se torna sublime exponente de clausura si responde a la razón de la defensa propia, a la hora de sobrevivir ante un mundo hostil. Esto lo logra Tarantino sin gran esfuerzo, diseñando unos personajes amorales, cínicos, escorbutos de la virtud, antagonistas de nadie. No cabe gastar misericordia con cualquiera de esos hijos de la gran…, esos tábanos del vagabundeo hacia el inframundo. Esos tipos desastrados, descreídos, solitarios, pero con coraje, que se han sobrepuesto a las miserias de la guerra y siguen su contienda particular y anónima.

Excelentes interpretaciones conducidas por una mano que se ha tomado su tiempo. Cuerpo coral notablemente orquestado, que se mantiene en una dimensión uniforme. Inmersión argumental, credibilidad suma.

Con mucha menos aventura y amenidad que Django desencadenado, Los odiosos ocho es, no obstante, un filme soberanamente sólido, acabado, de extensa andadura y testosterona. Con su empaque artesanal, realza el cine de hoy. Otro sobresaliente para Tarantino.
© Antonio Ángel Usábel, enero de 2016.