Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 14 de abril de 2013

"For Greater Glory"- "Cristiada" (2012).

En México, Iglesia y estado andan reñidos desde que Benito Juárez comenzó la expropiación de los latifundios que pertenecían a las órdenes religiosas para dárselos, no al pueblo, como cabría esperar, sino a los ricos comerciantes de las ciudades, que eran los únicos que tenían plata para comprar tierras. Eso sucedía en julio de 1859. La Iglesia montó en cólera pues se vio desprovista de sus privilegios: además de heredera de bienes raíces, intervenía hasta entonces en los asuntos de gobierno. Todo eso se acabó, porque iba a comenzar la secularización de la sociedad mexicana, al menos de las clases medias, mientras el pueblo llano, mísero e ignorante, quedaba al abrigo de unos cuantos clérigos de aldea, tan humildes como el que más.
 
 
Cuando se desató la revolución zapatista, la oligarquía reinante advirtió que el altruismo podía llegar demasiado lejos. El de Morelos se negaba a entregar su arsenal hasta que no se repartieran tierras entre los campesinos. Con armas, se podía exigir; sin ellas, se estaba vendido. En 1910, había 840 hacendados en el país, dueños ellos solos de setenta y ocho millones de hectáreas. El 95% de los agricultores no tenía propiedad. Un 1% de terratenientes concentraba el 97% de la tierra cultivable. Quince haciendas señoreaban millón y medio de hectáreas productivas. Si bien la Iglesia había ejercido de poder fáctico, guardaba cierta lealtad a ciertos principios evangélicos. Los oligarcas herederos de las reformas constitucionales la temían, pues tras ellos se parapetaban los intereses creados de los terratenientes. Hablaban del pueblo, pero no sabían lo que era, o no querían saberlo. La mayoría, por miedo o por ambición, hacía el juego al potentado de turno. En el mensaje cristiano, bien entendido y puesto en práctica, había mucho peligro. Como escupe cierta emisora de radio en las páginas finales de Bajo el volcán, de Malcom Lowry: “--¿Quiere usted la salvación de México? ¿Quiere usted que Cristo sea nuestro Rey? –No.” (Roberto Bolaño también recoge la cita en Los detectives salvajes). En esa misma novela famosa de Lowry se lee que Cristo no murió en la cruz, sino en Cachemira.
 
 
Los estadistas que surgieron de la revolución habían elaborado en 1917 una interesante Constitución que abogaba por la devolución de las tierras a sus legítimos propietarios --los campesinos--, la reducción de la jornada laboral a ocho horas, el derecho de huelga, y el freno a la intervención extranjera en el control de los recursos naturales. Cuando, en 1924, Plutarco Elías Calles llegó al poder, se empeñó en subrayar la laicidad del estado, emprendiéndola contra el proselitismo católico y prohibiendo la libertad de su culto. Comenzó una contundente persecución religiosa: los curas no podían distinguirse en público, se hizo un censo de ellos así como inventario de los bienes de las parroquias. Se les apartó de la enseñanza en las escuelas rurales, y José de Vasconcelos envió en su lugar a maestros laicos, dependientes del gobierno. La Iglesia católica reaccionó decretando unilateralmente el cese del culto en los templos. A la par, se recogían firmas para someter la “ley Calles” a plebiscito. El congreso mexicano rechazó la solicitud, y en enero de 1927, en toda la meseta del noroeste, desde el Bajío a Michoacán, se alzaron en armas importantes grupos de peones y aparceros al grito de “¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!” Eran los cristeros, católicos decididos a defender sus derechos. Entre sus filas, varios sacerdotes, y antiguos villistas y zapatistas. Su distintivo era una cruz que colgaba sobre su pecho. El gobierno contraatacó obligando a la tropas federales a ensañarse: muchos cristeros fueron ahorcados de postes de telégrafos. Esto encrespó a las masas y el movimiento cristero ocupó también el centro del país. Los guerrilleros católicos necesitaban un líder, y lo encontraron en Enrique Gorostieta, un ex caudillo revolucionario. Bajo el mando de Gorostieta como general en jefe, los cristeros ocuparon Durango en abril de 1929. Los soldados de Cristo la emprendieron contra hacendados y maestros de escuela, a quienes se consideraba acólitos del régimen impío.
 
 
Los norteamericanos no vieron con buenos ojos la progresión de una nueva guerra civil en México. Estados Unidos tenía muchos intereses económicos allí. Nada menos que 794 millones de dólares invertidos en 1911. Gran Bretaña no se quedaba corta tampoco, con sus 130 millones de libras esterlinas. ¿En qué se metió dinero? En minería, vías férreas y petróleo. México producía el 22,7 % del crudo mundial. Cuatro millones de barriles en 1910, y hasta ciento cincuenta y siete millones en 1920. Los ingleses eran los más interesados en controlar el petróleo, porque ellos, a diferencia de los norteamericanos, tenían menos. No obstante, la iniciativa para parar el conflicto llegó de la Casa Blanca. Washington actuó de intermediario entre Plutarco Calles y el Vaticano, dejando de lado a los cristeros. La Iglesia se avino a esta mediación, pues no quería que la identificaran con la violencia. Y así, mientras Gorostieta combatía con unos veinte mil voluntarios en nombre de Cristo Rey, la Iglesia pactó un acuerdo con Calles: se respetaría el culto y la Iglesia como institución, pero la enseñanza quedaría bajo control laico. Los cristeros tuvieron que deponer las armas. Por el camino, ochenta mil vidas en tres años. Su insurrección rebrotó en 1932, e incluso alcanzó el año 1938. Lauro Rocha fue su último gran caudillo.
 
 
El problema de la revolución mexicana, su laicismo y demagogia, lo sintetizó muy adecuadamente Octavio Paz al explicar que “los hombres que encabezaban los movimientos de liberación, salvo unas cuantas excepciones como la de Bolívar, se apresuraron a tallarse patrias a su medida: las fronteras de los nuevos países llegaban hasta donde llegaban las armas de los caudillos. Más tarde, las oligarquías y el militarismo, aliados a los poderes extranjeros y especialmente al imperialismo norteamericano, consumarían la atomización de Hispanoamérica. Los nuevos países, por lo demás, siguieron siendo las viejas colonias: no se cambiaron las condiciones sociales, sino que se recubrió la realidad con la retórica liberal y democrática. Las instituciones republicanas, a la manera de fachadas, ocultaban los mismos horrores y las mismas miserias” (v. Los hijos del limo). La revolución fue popular y auténtica en sus principios, con Villa y sobre todo con Zapata, pero pronto se torció por la falsa demagogia política, cuyo entramado no tenía nada que ver con lograr una parcela con la que quitar el hambre. En palabras del propio Emiliano Zapata: "El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba... Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichosos y un porvenir de independencia y en agradecimiento". La separación irreconciliable entre poder y caudillos populares fue magníficamente reflejada en el poderoso guion que el novelista John Steinbeck escribió para el filme de Elia Kazan ¡Viva Zapata! (1952).
……………………………………………………………………………………..
Ahora llega a los cines un largometraje de casi dos horas y media, For Greater Glory. The True Story of Cristiada (‘A mayor Gloria. La verdadera historia de la Cristiada’, 2012). Está dirigido por un técnico en efectos especiales, Dean Wright, y protagonizado por Andy García en el papel del héroe Enrique Gorostieta. En los últimos tiempos, estamos asistiendo a un repunte del cine religioso de vertiente dogmática. En 2011, la blanda Encontrarás dragones (There Be Dragons), de Roland Joffé, una hagiografía del joven Josemaría Escrivá de Balaguer durante la Guerra Civil española y su huida por el Pirineo. Lo único reseñable de aquella cartilla panfletaria del Opus era la belleza apabullante de Olga Kurylenko.
 
For Greater Glory ha sido saludada como película de obligado visionado por ABC (Juan Manuel de Prada) y La Gaceta (José Javier Esparza). El Mundo (Francisco Marinero) se desvincula totalmente de este criterio y la pone a parir, hablando de su “martirologio de estampita” y de su concepto masoquista de la experiencia de la fe. En cierto modo, apoyo esta moción, pues la primera parte del filme se resiente de la omnipresencia de los signos ostensibles del credo: tallas votivas y Jesucristos con el Sagrado Corazón a diestro y siniestro. Parece como si las imágenes piadosas fueran el principal estímulo. No olvidemos, sin embargo, que estamos en Hispanoamérica, donde la tendencia es ver representado a Dios para creer en Él (un efecto del sincretismo cultural y cultual de antaño).


Ahora bien, For Greater Glory no es un filme vacuo, fallido e inconsistente, como sí lo era Encontrarás dragones. Es, probablemente, la mejor película de Andy García en un papel central, pese a que al comienzo su personaje se parezca demasiado a Alfredo Landa con bigote. No estamos de acuerdo con Francisco Marinero en que las escenas de acción no estén bien resueltas, y que sean “malas imitaciones de westerns”. A nuestro parecer, son serias, creíbles, duras y efectivas. De hecho, lo mejor del metraje. Mantienen la tensión dramática de un duelo atroz. Las secuencias de tortura infantil sí se las podían haber ahorrado, porque recuerdan demasiado a Fabiola del Cardenal Wiseman y similares. Pero es del todo evidente que la defensa de la libertad de fe tiene sus mártires y que dicha libertad religiosa no se consigue fácilmente: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos” (Mt 5, 11-12). Hoy en día, los cristianos son acosados brutalmente y represaliados en muchas partes del mundo, y aun en nuestra propia sociedad occidental –con una base indudablemente cristiana—se mira a menudo con malos ojos (ojos de desconfianza) a quien profesa su fe. Hoy solo se puede ser laico, pues la práctica del catolicismo es una lacra intolerable de un pasado represor. Ahí está de triste muestra la animadversión hacia las capillas de la Ciudad Universitaria de la Complutense de Madrid. Las quieren cerrar como incómodo residuo del pasado antidemocrático.

 
Esparza atina al establecer que el valor de For Greater Glory reside en el levantamiento popular para cambiar una mala política. Al fin y al cabo, “la salvación no nos vendrá de los obispos, ni de los generales, ni de los banqueros y, menos aún, de los políticos, sino de la capacidad de compromiso del pueblo con su fe y sus principios”. El que algo quiere, algo le cuesta. De no ser por los cristeros, la Iglesia católica hubiera sido expulsada de México, y su culto extraviado. Fue la contundente respuesta popular a esa fuerte amenaza la que condujo a Calles a replantearse su actitud ominosa. Ahora bien, como segunda parte, ¿es lícito emprender una guerra para defender al Príncipe de la Paz? ¿Es correcto recurrir a la violencia en nombre de Dios y de la religión? ¿Puede Dios estar con un bando determinado, el de los “justos”? Años después, Gandhi diría: “No hay camino para la paz. La paz es el camino”. Cuando Abraham Lincoln decidió devolver la afrenta de la Confederación, lo hizo creyendo hallarse del bando protegido por el Creador en aras de una causa noble: la abolición de la esclavitud. Creía en los designios divinos, que Dios dirigía e intervenía los asuntos humanos. Es más, Lincoln temblaba por su país al recordar que “Dios es justo”. Un dilema difícil y polémico.


 La figura del anciano Padre Christopher, fusilado en los primeros minutos de película, representa muy bien el deber de un sacerdote católico: dar la vida por Cristo si es necesario. Un ministro del Señor no puede tomar las armas; puede acoger al perseguido, pero nunca matar.


 For Greater Glory ha costado cerca de 110 millones de pesos y es la película más cara realizada en México. El guion es de Michael Love, y la producción de Pablo José Barroso, artífice también de El gran milagro (2011) y Guadalupe (2006). Según rezan los títulos de crédito, hubo sacerdotes en el plató, sin duda para obrar de asesores y atender las inquietudes devotas de los participantes.
Merece que destaquemos, así mismo, la correcta interpretación del compositor, cantante y actor Rubén Blades como el presidente Elías Calles. Diez minutos de un demacrado Peter O’Toole como el Padre Christopher demuestran que la veteranía no se extingue ni en los peores momentos.
Hay una secuencia del filme de Wright que debió de resultar muy dura de rodar si se es sensible y creyente: los federales asaltan una iglesia, sacan al exterior una gran talla de Jesús crucificado y la arrojan a una hoguera, para que se consuma. Recuerda mucho la del Cristo que se salva del templo románico expoliado e incendiado por los almorávides en El Cid (Anthony Mann, 1961). En aquella ocasión, fue Rodrigo Díaz de Vivar quien ejerció de salvador de la fe. En esta, serán los cristeros los nuevos cruzados.
 
La película de Wright –de ritmo vigoroso-- no es hagiográfica, aunque incide muy poco en algunos desmanes cometidos a las órdenes del cura José Reyes, como el incendio de los vagones de un tren con los pasajeros dentro, hecho que se liquida en unos segundos y con escaso dramatismo. Tampoco se ven los asesinatos de los maestros de escuela enviados a las provincias por el gobierno, y que constituían una amenaza tanto para los latifundistas como para los opuestos a la secularización educativa. Digamos que la trama es poco equilibrada, sin pecar –ya que hablamos de Iglesia—de tendenciosa del todo.

Al final se dice que muchos de los martirizados fueron beatificados por Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En definitiva, un filme entretenido, con cierto pulso vibrante en la acción bélica, aunque sometido a una tesis que aborda sin los suficientes equilibrio y distanciamiento, lo que lastra el guion y el encuadre con una retórica visual demasiado añeja y trasnochada.
Críticas de "For Greater Glory" (2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario