Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 7 de junio de 2020

Plagas de cine.

Quién iba a decirnos a nosotros, hace tan solo un año, que las plagas dejarían de ser un recurso temático del cine de ciencia-ficción o terror, generalmente de serie-B, para convertirse en una amenaza auténtica, en una pesadilla sin fin.
El Covid-19 nos tiene sometidos con toda la fiereza de un supuesto virus procedente del espacio exterior, o quizá liberado por fatal error de los hielos del Ártico. Ahora estamos viviendo, o hemos vivido, situaciones impensables para la vida real, que solo creíamos que sufrirían los héroes de la pantalla. 48.000 víctimas mortales que ha podido causar el coronavirus en España, según estimación del INE (Instituto Nacional de Estadística), entre marzo y junio de 2020. A veces, no hay mayor historia de terror que la de la propia realidad.
Vamos a hacer un repaso a algunos títulos del cine que nos atemorizaron con plagas.
Naturalmente, todo comienza con una historia mítica, la del castigo que envió Yahvé a los egipcios por no dejar salir de su dominio al pueblo elegido. Entre otros asombros, las aguas se tiñeron de rojo, el ganado enfermó y murió, la piel de los hombres se corrompió, los primogénitos perecieron. Lo escenifica Cecil B. DeMille en su largometraje Los diez mandamientos (1956).

Eso pasó antes de Cristo. Pero seis años antes del tributo de DeMille al libro del Éxodo, otro director, Elia Kazan, adaptaba una ficción de Edna y Edward Anhalt a la que llamó Pánico en las calles. Un doctor militar (Richard Widmark) y un policía (Paul Douglas) debían dar caza a un peligroso asesino, Blackie (Jack Palance), que estaba infectado por un virus neumónico letal. Y fueron tras él sin guantes ni mascarilla. A saber las decenas de personas que el angelito habría infectado en cuarenta y ocho horas de persecución. Este drama funciona si nos olvidamos de los condicionantes científicos y nos atenemos a los requisitos del cine negro, parámetros con los que fue rodado.
Por aquellos mismos años cincuenta, un escritor de ciencia-ficción, Richard Matheson, publicaba Soy leyenda. Una pandemia ha convertido a los seres humanos en muertos vivientes, en vampiros torpes que se esconden del Sol y salen con la Luna, para asaltar la casa del único superviviente, Robert Neville, quien ha perdido a su esposa y a su hija. Neville resiste noche tras noche el acoso de los vampiros, y por el día vaga por una ciudad desierta hundiendo estacas en los diablos dormidos, recogiendo sus cadáveres y llevándolos a un vertedero. La novela de Matheson, ambientada en 1976, fue fielmente filmada en blanco y negro por Sidney Salkow en 1964. Tuvo de protagonista a uno de los príncipes del terror, Vincent Price, y su dramática inmolación final en un altar adelantaba a la de La profecía. El último hombre sobre la Tierra o Soy leyenda es una película lograda, de una atmósfera claustrofóbica que mantiene al espectador en tensión. Uno de los mejores trabajos de Price, esta vez en un rol principal. En taquilla fue un fiasco; tampoco satisfizo al autor de la novela, pero la cinta ha ido ganando adeptos con los años.
En 1971, Robert Wise firmó una de las películas de ficción científica más conseguidas y mejor planificadas: La amenaza de Andrómeda. Partía de una novela original de Michael Crichton. Un satélite militar trae a la Tierra un virus mortal que coagula la sangre en el interior del cuerpo. Este efecto algo nos suena, porque el Covid-19 provoca embolia pulmonar y trombosis coronaria. Los afectados son solo los habitantes de un pequeño pueblo de Nuevo México y el satélite es prontamente conducido a una instalación militar secreta para su estudio. Las medidas técnicas de seguridad se basan en experiencias reales y dotan de poderosa credibilidad a la acción.
Menos efectiva es The Crazies (1973), de George A. Romero. Un producto de serie B sobre un virus que enloquece a quienes infecta. El patógeno es un arma biológica que se ha diseminado por una población al estrellarse un avión militar de transporte. El virus se ha filtrado a los acuíferos del valle. Rodada con escasez evidente de medios, la primera media hora del metraje es pésima, con unos actores de segunda que parecen verdaderos aficionados. Sin embargo, la calidad remonta seguidamente y la acción gana en interés. Los disparos y las heridas por impactos de bala están muy bien hechos. Y el guion, del propio director, plantea cuestiones interesantes, que también nos afectan hoy: cómo saber quién está infectado, la necesidad de tomar muestras de sangre a la población, la injerencia de la autoridad pública en el ámbito privado de los individuos, el control de las personas. Un filme que llega al aprobado justito y que por momentos resulta simpático y loable. Contó con una digna nueva versión en 2010, a cargo de Breck Eisner y producida por el propio Romero.
En 1995, se estrena Virus, de Armand Mastroianni, una discreta producción sobre un brote de Ébola en un hospital norteamericano. Parte de un relato del especialista en ficción médica Robin Cook. Alterna la indagación científica con una composición de thriller, pues el brote de virus hemorrágico es provocado por un grupo de médicos que desean consolidar su prestigio dentro de, según ellos, un depauperado sistema de salud. La interpretación de la británica Nicolette Sheridan es muy correcta, y viene muy discretamente secundada por el televisivo “villano” William Devane.

De ese mismo año, es la popular Estallido, dirigida por Wolfgang Petersen, y protagonizada por Dustin Hoffman y Rene Russo. Un mono africano llevado a Estados Unidos porta un virus de fiebre hemorrágica. En tan solo cuarenta y ocho horas puede extenderse por toda la nación. El ejército se adueña del control. Aunque cuenta con un buen reparto (Morgan Freeman, Donald Sutherland), la película es irregular y no resulta.
Más artesanal, pero mucho más intensa e interesante, es la huida de unos supervivientes de una pandemia, planteada como una película de carretera. Se trata de Infectados (2009), de Álex y David Pastor, con guion propio. Cuatro jóvenes escapan en un coche, y en el trayecto se ven obligados a recoger a un padre y a su hija pequeña. La niña resulta ser portadora del virus. Se desata la tensión entre los ocupantes del vehículo. Una de sus paradas es en un hospital donde sobrevive un único doctor, quien ayuda a morir a los niños enfermos. La película refleja muy bien cómo el ser humano pasa de amigo a enemigo, cómo cualquiera puede convertirse en un extraño y una amenaza para los demás por efecto del contagio. Una ruptura de relaciones que recuerda a la cita evangélica: “No he venido a traer paz, sino espada” (Mt 10, 34). Una cinta dura, en la que, por cierto, se ve a un oriental ahorcado y con el cartel “Lo han traído los chinos”. Las interpretaciones son eficaces; a destacar, las de Chris Pine y Piper Perabo. 
Así llegamos a Contagio, la película de Warner Bros. de 2011, obra de Steven Soderbergh, que mejor plasma la situación vivida por nuestra sociedad de hoy. Múltiples escenarios del mundo donde se extiende la pandemia, con doctoras luchando contra ella con medidas de prevención que se antojan insuficientes: mascarillas, guantes, trajes aislantes, geles, etc. El guion se debe a Scott Z. Burns. Un solo toque (a alguien, un objeto), una transmisión. Calles abandonadas, entierros masivos en fosas comunes, etc. Destaca el trabajo de una muy dramática Kate Winslet, arropada por Matt Damon, Jude Law, Laurence Fishburne y Marion Cotillard.

No hay nada como experimentar un drama para apreciar su magnitud. Todas esas amenazas nos parecían exageradas, irreales, cinematográficas, de ciencia-ficción. Y, sin embargo, cuán potentes y auténticas se nos presentan ahora, inmersos en una pandemia que ha cambiado nuestras vidas y que no sabemos a dónde nos llevará y hasta cuándo.
Quizá hasta cuando el destino nos alcance.
© Antonio Ángel Usábel, junio de 2020.

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