Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 2 de febrero de 2020

Supernova.

Una supernova es una estrella que aumenta repentinamente su brillo y lo mantiene durante un tiempo, antes de decrecer en intensidad hasta apagarse. Eso fue lo que le pasó a Judy Garland (1922-1969), la que fuera gran astro infantil de la MGM y una de las voces mejor dotadas de Hollywood. Brilló en su juventud y se fue consumiendo en su madurez, a pesar de ser la triunfadora en Ha nacido una estrella (George Cukor, 1954). Habituada por el estudio a unas generosas dosis de estimulantes, tranquilizantes y anfetaminas, Judy Garland fue una muñeca maltratada y rota, usada hasta la saciedad para hacer taquilla, mientras, con los años, su expresión enflaquecía y tomaba el aspecto de un ratoncillo asustado y famélico. Cuatro matrimonios desafortunados, rematados por un quinto, con un sujeto que prometió sacarla de la miseria para que pagara sus deudas con el fisco americano y recuperara la custodia de sus dos hijos pequeños. 
La última Judy es la que aparece en la película homónima, firmada por Rupert Goold, cuyo guion de Tom Edge y Peter Quilter está basado de lejos en el drama teatral de este segundo, que en España se estrenó en 2011 en el Teatro Marquina de Madrid, en un dignísimo y aclamado montaje, con una estupenda Natalia Dicenta como Judy y con Miguel Rellán en el rol de su amigo pianista.

Esta vez es Renée Zellweger quien incorpora a la mítica actriz y cantante, ayudada por unas lentillas oscuras, un pelo corto, alborotado y teñido de negro, y una mueca de máscara griega grotesca que mantiene durante todo el metraje. Su trabajo ha sido distinguido con un Globo de Oro y se espera que se le otorgue la dorada estatuilla del Oscar próximamente. Su versión no es que no convenza, sino que es estática, alejada de matices y consuma una amargura que se contagia a todo el filme. Judy es un largometraje amargo, muy amargo.

Las canciones se hacen esperar. Cuando llegan, en una sala de fiestas londinense, son correctamente entonadas por la propia Zellweger, y recuerdan algo a la Garland auténtica. La película se centra en las últimas actuaciones de una Judy acabada en Inglaterra, muy poco antes de morir en el baño de su morada de Chelsea a la edad de 47. 
Vemos a un mito destruido, insomne, atacado de los nervios, humana y artísticamente inseguro, que se incorpora a duras penas sobre su sombra para ganar dinero y así recobrar la compañía de sus descendientes. Una mujer sin pasión, sin amigos, sin futuro. Una Judy que es llevada al escenario para que no falte a su cita con su público, pero que rehúye el compromiso y que a menudo estropea el espectáculo por su adicción al alcohol y a las pastillas.

Judy no decepcionará a los incondicionales de la actriz. Pero tampoco les va a entusiasmar. El viejo Hollywood aparece retratado inmisericordemente, con un Louis B. Mayer despótico, verdadero ogro inmenso amenazando a su nuevo descubrimiento infantil, teniendo a la joven estrella trabajando diecinueve horas al día, no dejándole comer ni dormir lo necesario. Mayer fue el martillo de Judy, su grúa y su piqueta. El único apoyo de aquellos años, Mickey Rooney, también falla a la actriz. Con la edad, fue dejando de interesar a los estudios. Su físico –nunca generoso-- fue perdiendo. En Vencedores o vencidos (Stanley Kramer, 1961), incorpora extraordinariamente bien a Irene Hoffman, una mujer acusada y represaliada durante el nazismo por sostener un idilio con un judío. En ese papel, Judy aparecía obesa y estropeada, lo cual pudo subrayar el hondo dramatismo de sus escenas. 
En cuanto al elenco, merece la pena destacar el esfuerzo, con resultados muy logrados, de Darci Shaw como la joven Garland. Y de Andy Nyman y Daniel Cerqueira como pareja de homosexuales reprimidos, fans fieles de Judy. En la década de los sesenta, los homosexuales norteamericanos tenían una consigna para reconocerse: “Amigos de Dorothy”, por el personaje protagonista interpretado por la actriz en la mágica e inigualable El mago de Oz (1939). Se dice que el arcoíris como emblema gay procede, igualmente, de ese lugar de ensueño donde todo es posible.
© Antonio Ángel Usábel, febrero de 2020.


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