Joel Edgerton, un actor australiano de cuarenta y un años que no ha
destacado en el cine, se ha pasado a dirigir, y nos presenta ahora El regalo (The Gift, 2015), una historia que parte
de tópicos explorados y exprimidos hasta la saciedad por el drama para
televisión.
Pero Edgerton, responsable
también de la historia, le da la vuelta a lo esperado y tedioso, y construye un
filme endiabladamente milimetrado, convirtiendo la simple y entretenida intriga
en un mensaje de fuerte resonancia social. Porque se pasa del típico acoso a
joven pareja de vecinos recién instalados en nueva urbanización, a otro tipo de
acoso, con oscurísimas implicaciones y triste actualidad.
Una cruel y despiadada mentira
puede arruinar la vida de una persona. Hay gente que, con sus mentiras, mancha,
ensucia, desprestigia, extorsiona a personas, y aun sale triunfadora por ello. Este
es el caso de El regalo.
Simon (el histriónico y
rechinante Jason Bateman) y su esposa Robyn (excepcional Rebecca Hall, la cinta
es ella) se trasladan a vivir a un lujoso vecindario. En una tienda de muebles,
Simon recibe el saludo de un compañero de instituto, Gordo, al que desde
entonces no ha visto. Inesperadamente, la pareja comienza a encontrarse con
detalles dejados por Gordo en la puerta de su casa. Lo que parece en principio
un noble gesto de amabilidad es interpretado pronto por Simon, celoso marido,
como un intento de Gordo por acercarse a Robyn. Gordo, sin duda, es un
introvertido fracasado que busca intimar con su bella mujer. Pero Robyn, que
sufre sus propios estigmas, y que tampoco tiene facilidad para hacer amistades
(trabaja desde casa asesorando en estilos a empresas), se siente en cierto modo
atraída por el misterio de Gordo. Su inquietud y curiosidad aumentan tras
recibir Simon un críptico mensaje de Gordo, en el que este le comenta: “Lo
pasado, pasado está”.
La necesidad de Robyn por
investigar, para saber más, tropieza con la opacidad de su marido Simon, cada
vez más alterado y nervioso ante el acoso de Gordo. Simon –para entorpecer y alejar
a Gordo-- lleva a cabo unas acciones que no comunica a Robyn. A partir de ese
momento, la historia entra en una vertiginosa hélice de ADN –ninguna otra
metáfora mejor, debido al desenlace del drama--, que lleva a la segunda parte
de la película, donde el oro se transforma en oropel y el diamante en vidrio.
El regalo nos habla de triunfadores y perdedores, de individuos con
estrella e individuos estrellados. Del código mefistofélico que rige el triunfo
material: sé ambicioso, miente, engaña, no tengas piedad, y serás un número
uno. Otra cosa es cuánto te puede durar tu lugar en la cumbre. Pues la Fortuna
es esa rueda que gira constantemente, que te sube y te baja. Y si te humilla,
te baja los calzoncillos o las bragas para hazmerreír de todo el mundo.
La película de Edgerton nos lleva
a reflexionar, asimismo, sobre la crueldad en el trato a nuestros semejantes, y
cómo esa crueldad puede conducir a su fatal perjuicio, e ingrato e inmerecido
destino ulterior.
Buena oportunidad de lucimiento
para una deliciosa y estilizada Rebecca
Hall, actriz británica de sereno atractivo, que se merece más fortuna en el
medio cinematográfico, con un bien ponderado Joel Edgerton, en su faceta de
perdedor. Lo peor, ya lo hemos apuntado, la elección de Jason Bateman para el
papel de marido afrentado. La guasa no desaparece de sus comisuras casi en
ningún momento. Con ella el aire flemático, inverosímil, y que evidencia poca
convicción y un escaso registro gestual.
El regalo conduce al espectador a su final con naturalidad, y
consigue lo que se propone: que el público recuerde con pesar esas historias de
daño, que unas veces se corrigen, y otras no. Porque el tiempo todo lo cura, puede,
pero esa misma insensibilidad que crea es la locura del tiempo.
© Antonio Ángel Usábel,
marzo de 2016.
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