Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

martes, 7 de diciembre de 2010

Réquiem por INGRID PITT y ROY WARD BAKER.

Recientemente nos han dejado dos emblemáticos personajes del cine de terror gótico: la actriz de origen polaco Ingrid Pitt, y el realizador británico Roy Ward Baker.

Quizá no eran astros del celuloide, pero los buenos amantes del gótico inglés, artesanal y refinado, siempre los recordaremos con cariño, por habernos regalado momentos emocionantes, fieles al espíritu de la novela victoriana, con esas mansiones rurales rodeadas de blanca neblina y acariciadas por una luz de luna azulada, con sus aldeas de lugareños supersticiosos que miraban con mutismo y desconfianza al viajero, y se angustiaban al oírle preguntar por el castillo próximo o la abadía en ruinas.

Las producciones de la impagable Hammer, y en menor medida, de su rival, la Amicus, hicieron gala de una puesta en escena esmerada y exquisita. Desempolvaron el mito de Drácula en el porte estilizado, imponente y señorial de Christopher Lee, infinitamente más seductor como vampiro que su antecesor en el cargo, Bela Lugosi. Igualmente, encontraron un inmejorable doctor Van Helsing en Peter Cushing, dotado también para interpretar con sobrada credibilidad a Sherlock Holmes. La historia del cine de terror no sería la misma si contásemos solo con las películas de la Universal que, aunque tétricas y logradas, carecían de la hemoglobina de la Hammer, de su vestuario galante y generoso, de su ambientación inglesa, y de su erotismo pícaro y valiente. Quizá anduvo poco acertada en revitalizar el mito de Frankenstein (para siempre, propiedad en el imaginario popular de Boris Karloff y de su director, James Whale), pero logró altísimas cotas al resucitar al Conde rumano y su corte de vampiras, así como al sacerdote egipcio que vuelve del más allá para llevarse consigo a su amada reencarnada. Sólo dos productoras consiguieron casi emular el toque gótico de Hammer: la RKO, con su inquietante exotismo caribeño, bajo la batuta del realizador Jacques Tourneur y el mecenas Val Lewton (La mujer pantera, Cat People, 1942), y por supuesto --amigos de lo macabro--, los zafiros a dos duros de Roger Corman, en sus adaptaciones de Poe de la mano del novelista Richard Matheson (El terror, La caída de la casa Usher, La tumba de Ligeia). Digamos que el periodo 1955-1975 fue la edad de oro del cine gótico, tanto británico como norteamericano.

A mi modo de ver, las películas que juntan a Christopher Lee y Peter Cushing son insustituibles. Comenzando por la mejor de todas: Drácula (o El horror de Drácula, de Terence Fisher, 1958), la más perfecta revisión de los colosales personajes de Bram Stoker. Hay seriedad, majestuosidad, sensualidad a raudales, tratamiento verdaderamente adulto y freudiano del mito del chupador de sangre.


 Esa mirada subyugante e implacable de Lee sometiendo a sus víctimas, su interminable capa negra, su cuello alto, sus ojos venosos terriblemente inyectados de ira, su rictus hambriento, su mordedura coital y solemne. Ante él, las corderas del sacrificio, las damas delicadas, taimadas pero exuberantes, modelos de portada preparadas por la productora para regusto del público masculino más exigente: Carol Marsh, Melissa Stribling, Barbara Shelley, Suzan Farmer, Veronica Carlson, Barbara Ewing, Linda Hayden, Jenny Hanley, y un largo etcétera, que dio razón a Sir James Carreras –hijo del fundador-- a decir: “El público no viene a ver nuestras películas por su terror, sino por sus chavalas”. Hoy, como entonces, casi todas serían bien conocidas en su casa a la hora de comer. Pero, ¡qué mujeres, con qué escotes, camisones translúcidos y miradas de provocación salían! Cumplían con creces su trabajo de motivar al gentleman más puritano, de hacerlo moverse en su butaca para cruzar las piernas y pensar en la hora del sexo.

Ingrid Pitt fue toda una condesa en la Hammer. Nació en Polonia, el 21 de noviembre de 1937, con el nombre de Igoushka Petrov. Era hija de judía polaca y un científico germano, que se negó siempre a colaborar con los nazis en el diseño de proyectiles. En 1943, enviaron a Igoushka y a su madre al campo de Stutthof, donde la pequeña pudo ver horrorizada ahorcamientos de presas y violaciones de menores, es decir, el terror en estado puro, vivo, real y genuino. Tuvo la suerte de escapar durante un bombardeo aliado, y tras la guerra, la familia, reunificada, se instaló en Berlín. Debutó como intérprete en la compañía de Helene Weigel, viuda de Bertolt Brecht, pero, perseguida por la policía de la Alemania oriental, huyó disfrazada y se tiró a un río. Por suerte, la rescató un teniente norteamericano, Lauren Pitt, con quien se casó y se fue a vivir a Colorado. El matrimonio duró poco, e Ingrid se refugió en España, donde rodó junto a Manolo Escobar Un beso en el puerto (1965). Trabajó en Campanadas a medianoche y Doctor Zhivago, ambas rodadas en nuestro país. Después, en Estados Unidos, participó en series de televisión y en el filme El desafío de las águilas. Su gran oportunidad como artista de cierto relieve se la dio, sin embargo, la Hammer, con dos distinguidas producciones de la casa: Las amantes del vampiro (The Vampire Lovers, de Roy Ward Baker, 1970) y La condesa Drácula (1971). En este segundo filme, Ingrid encarnó a la famosa condesa húngara Erzebeth Báthory, quien se bañaba en la sangre de jóvenes aldeanas vírgenes para conservar la blancura y suavidad de su piel. Además, gozaba portentosamente con su refinado martirio.


No era especialmente bella de rostro. Tenía una nariz graciosamente respingona. Pero sus posaderas eran soberbias, y sus pechos abundantes y acabados a un tiempo. Sus ojos azules y sus cejas arqueadas eran bonitos, pero seducía al andar, al balancear sus firmes y turgentes muslos e inclinar hacia delante su busto.

En 1970, protagonizó un simpático cameo para la Amicus en el episodio de cierre de La mansión de los crímenes, dirigida por Peter Duffell, también con Lee y Cushing. Era la vampira que acorrala a un actor de tercera, especializado en el papel de Drácula. La película en sí no valía gran cosa, si exceptuamos, tal vez, el episodio del museo de cera.


Ingrid Pitt publicó su autobiografía en 1992 (Life’s a Scream, La vida es un grito). Ha fallecido en Londres con 73 años, el 23 de noviembre de 2010.

Fue Mircalla / Carmilla en la digna adaptación de la espléndida novelita lésbica de Joseph Sheridan Le Fanu. Carmilla, la mujer vampiro se publicó como cuento en la colección In a Glass Darkly, en 1872, y sin duda sirvió de inspiración directa al famoso Drácula (1897), de Bram Stoker.


Stoker era un declarado admirador de las historias del dublinés Le Fanu, hijo de clérigo anglicano, educado por preceptores y en el Trinity College, periodista de profesión, misántropo acérrimo tras la muerte de su esposa, hasta el punto de ser llamado “el príncipe invisible”. En Carmilla, la historia de una condesa vampira sedienta de la sangre y del sexo de muchachitas, Le Fanu consiguió crear una atmósfera maligna, claustrofóbica, expectante, con la sombra funesta de un enorme gato negro cerniéndose sobre su recostada víctima, claramente homenajeada luego por Tourneur en La mujer pantera (recordemos la inquietante secuencia de la piscina cubierta). Carmilla contiene ya los cánones que agradarían al público de la Hammer: elevado erotismo, transgresión sexual, morbidez… Stoker parece querer rendirla culto en el preludio a Drácula, que después separó de la obra original, bajo el título de El invitado de Drácula, un cuentecito que no tiene desperdicio. Algunas ediciones de la novela aún la recogen como primer capítulo, publicado fuera de la primigenia, como sugiere la traducción de Mario Montalbán para Random House Mondadori (Col. Debolsillo, nº 200). En ese relato, Jonathan Harker es atacado y mordido por un lobo, que se tumba sobre su pecho como lo hace la infernal criatura de Le Fanu. Un animal enfurecido, encarnación del mal y de la condesa Dolingen de Gratz, en Estiria, justo la región donde transcurren los hechos de Carmilla. Quizá fueron esos guiños evidentes a la novelita de Le Fanu los que aconsejaron a Stoker no incluir esas páginas en la publicación final de Drácula(Pincha aquí para leer unos pasajes de "Carmilla")

En la película de Roy Baker, Marcilla es la hija de una misteriosa condesa que tiene la habilidad de colarse en las casas de la alta burguesía rural. De manera misteriosa, las jóvenes inocentes que estrechan lazos con Mircalla palidecen y van perdiendo las fuerzas, no sin antes describir el acoso de un horrible gato negro e inmenso en sus pesadillas nocturnas. Laura, sobrina del general Spielsdorf (interpretado por Peter Cushing), fallece con dos extrañas marcas en la base de su cuello. Mientras, Marcilla ha desaparecido.


Su siguiente víctima es la hija de un amigo del general, Emma. Llegará hasta ella como Carmilla, tras someter a su dominio a la ambigua institutriz Mademoiselle Perrodon. Escarceos lésbicos mostrados a la cámara sin tapujos, con lo que sube en varios grados la temperatura del filme. Bajo la supervisión de un macilento y verdoso Jinete Negro, Carmilla ataca en el bosque al médico que atiende a Emma. El general Spielsdorf y sus camaradas enfilan hacia el castillo de los Karnstein, en un desesperado intento de detener la maldición. Solo destruyendo el sudario que recubre al vampiro, atravesando su corazón con una estaca, o cortando su cabeza, se consigue fulminar al no-muerto. En una de las salas del castillo descubren un viejo retrato de Mircalla Karnstein. Por fin, dan con su sepulcro camuflado y el general atraviesa su pecho y corta su cabeza. Entonces, Emma se libra de tan tremendo acoso. Pero el misterioso Jinete Negro queda libre de seguir obrando el mal en otra parte.


Las amantes del vampiro es una de las mejores recreaciones de la serie Hammer. También, la más lucida aparición de Ingrid Pitt, y una de las más destacables cintas de Roy Ward Baker. A destacar que aquí las vampiras pueden mostrarse durante el día como personas normales, siempre que no reciban la luz directa del sol. Aborrecen –como es debido—el ajo y el crucifijo y se volatilizan ante cualquier riesgo innecesario.

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Vamos a dedicar ahora unas líneas a la memoria del realizador Roy Ward Baker, nacido en Londres el 19 de diciembre de 1916, y muerto en la misma capital, mientras dormía en una clínica, el 5 de octubre de 2010.

Roy Ward Baker fue un artesano del cine. Ayudó a Alfred Hitchcock en la dirección de Alarma en el expreso (1939) y dirigió a Richard Widmark y Marilyn Monroe en Niebla en el alma (1952). También se responsabilizó de Infierno (Inferno, 1953), un discreto thriller donde Robert Ryan encarnaba a un millonario descalabrado, que es abandonado en el desierto por su pérfida esposa (Rhonda Fleming) y el amante de ésta (William Lundigan). El hombre se las ve y se las desea para pedir ayuda y, al mismo tiempo, escapar del acoso de la parejita criminal.

En 1958, rodó una de las mejores adaptaciones cinematográficas del hundimiento del coloso de la White Star, La última noche del Titánic, con memorables efectos visuales y un muy eficaz guion.

Siguió el género de la ciencia ficción, ya en la Hammer, con la mítica ¿Qué sucedió entonces? (1967), en la que unas obras en el Metro de Londres ponen al descubierto una extraña cápsula, venida del espacio exterior. La fantasmal proyección de unos insectos verdes persiguen a la protagonista, que cuenta con la estimable ayuda del doctor Quatermass. (Recuerdo que la visión de este largometraje me causó impacto y más de un espeso mal sueño en mi niñez; después he añorado mucho, y con simpatía, el filme).

En el apartado del cine de nosferatus, e igualmente para Hammer, rodó Las amantes del vampiro (1970) –ya comentada--, uno de sus más celebrados filmes, y Las cicatrices de Drácula (Scars of Dracula, 1970), con un indómito y superior Christopher Lee renaciendo de sus cenizas al absorber la sangre que rezuma de los dientes de un murciélago. Está claro que ese año tan sabroso, Roy Baker se hallaba en estado de gracia. Aunque el propio Lee criticó el filme como extraño e inapropiado, nos parece que es uno de los más impactantes de la serie, junto a otro título realizado por las mismas fechas por Peter Sasdy, El poder de la sangre de Drácula (Taste the Blood of Dracula, 1969). Gustó mucho al público francés. Se ve al malévolo conde trepar por las paredes del castillo, como hace en la novela original de Stoker, y esgrimir una espada calentada al rojo para torturar a su esclavo Klove. Además, las damiselas a las que vampiriza son especialmente atractivas. El libreto es de Anthony Hinds, quien firma como John Elder, responsable de varios títulos en consonancia. Contiene una secuencia memorable donde Baker homenajea claramente a su maestro Hitchcock: grandes murciélagos atacan a un sacerdote dentro de una iglesia, y lo matan a mordiscos. No haría falta mencionar el modelo, Los pájaros (1963), evidentemente.

Roy Baker filmó también La leyenda de los siete vampiros de oro (1974), entretenida cinta de aventuras que transcurre en China, y mezcla las artes marciales con las travesuras de los no-muertos. Peter Cushing es Van Helsing, pero Drácula lo interpreta John Forbes-Robertson (que hizo de Jinete Negro en Las amantes del vampiro). Nos parece que la cinta ha envejecido notablemente, y que hoy levanta sonrisas más que temores. Se antoja una cinta juvenil más que otra cosa.


Cerramos la selección de su filmografía con un título especialmente emblemático: El doctor Jekyll y su hermana Hyde (1971), una fascinante combinación entre los personajes del clásico de Stevenson y los sucesos reales relacionados con Jack el Destripador. En la película, el doctor Jekyll (Ralph Bates) asesina mujeres de la noche para fabricar con sus ovarios un extraño mejunje. La pócima lo convertirá en la sorprendente y perversa señorita Hyde (una escultural Martine Beswick), con lo que ya tenemos una historia de transexualidad explícita. El doctor lucha, no tanto con “su otro yo” –el malévolo Hyde de siempre--, sino con su lado femenino, oculto en el armarito del laboratorio. La insana e inquietante atmósfera de los callejones londinenses está muy bien recreada, la fotografía es magnífica, y el filme ha logrado envejecer con mucha dignidad. Su tratamiento resulta más actualizado que otras adaptaciones de la Hammer, no hay duda. Aun así, no alcanza la altura de Las amantes… o de Las cicatrices…

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