Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

martes, 16 de noviembre de 2010

La verdadera FIESTA NACIONAL.


En España, en la segunda mitad del siglo XX, la verdadera Fiesta Nacional no ha sido el arte de Domingo Ortega, de Marcial Lalanda o de Antonio Bienvenida –que acaso también--, sino aguardar ansiosamente el estreno de una película de Luis García Berlanga. Su genio era hacer humorismo crítico de la intrahistoria, del español común de clase media-baja que camina, en el día a día, sin rumbo fijo, pero que, aun así, procura ser feliz, contentarse con lo que tiene, pues al fin y al cabo es beatíficamente bueno y honrado.

Berlanga ha sido el Frank Capra español. Insufló aires de optimismo en los difíciles años de la posguerra y de la ansiada recuperación económica. La soberbia pluma de Rafael Azcona, aliada del maestro de cineastas, inmortalizó como nadie los cómicos y chispeantes esbozos del tranvía, el consistorio y la taberna de provincias, la escuela, las cocinas de los palacetes, y los microcomedores de las barriadas obreras. Berlanga tuvo, además, la gran suerte de poder contar con un elenco de actores de primer orden, como nunca ha dado el cine español a tamaño natural: José Isbert, José Luis López Vázquez, José Luis Ozores, Manolo Morán, Juan Calvo, Manuel Alexandre, Elvira Quintillá, María Luisa Ponte, Julia Caba Alba, Luis Escobar, José Sazatornil “Saza”, y un largo etcétera de secundarios de valía. Ellos aportaban frescura, espontaneidad y naturalidad a sus personajes, convirtiendo el objetivo de la cámara de Berlanga en una ventanita abierta a los hogares de muchos compatriotas.

La vida de toda la vida, sencilla, sana y auténtica, de nuestra idiosincrasia mediterránea había de ser localizada en los pueblos. En esas aldeas donde nunca pasa nada, pero pasa de todo, y que, cuando realmente pasa “algo”, si es para mal, se hace siempre borrón y cuenta nueva. Donde la comitiva de benefactores norteamericanos ni se detiene y solo deja “millonarios de ilusiones”. Donde se rivaliza con el pueblo de al lado por tirar los mejores cohetes. Donde se fabrica un santo milagrero que al final aparece para dar a entender que los verdaderos milagros son posibles si se cree en ellos. Los pueblerinos de Berlanga son inocentes como niños, pues de ellos está colmado el Reino de los Cielos. Puros y juguetones como eran los buenos vecinos de Vive como quieras o de ¡Qué bello es vivir! Lo rural de Berlanga tuvo imitadores, algunos, afortunados, como el famoso episodio culminativo de Historias de la radio (1955), con el ex futbolista metido a maestro de escuela de Horcajo de la Sierra, a quien se insta a participar en un concurso para salvar a un niño enfermo, y que fue firmado por José Luis Sáenz de Heredia. Este episodio constituye una joyita, una pieza maestra de nuestro cine nacional.

Pero la trastienda de las películas de Berlanga está llena de otras argucias emboscadas, y mucho menos timoratas: el “Ponga un pobre en su mesa, porque en Navidad todos somos hermanos”, de la distinguida Plácido (1961), esconde el egoísmo disfrazado de falsa olla caritativa; en unas cuantas horas, sus protagonistas se dan codazos para tirar con sus propios intereses, olvidándose del incómodo necesitado. En El verdugo (1963) –para mí, y para Javier Fesser, su mejor obra—los medios están al servicio del fin: si hay que agarrotar para conseguir una vivienda, pues qué se le va a hacer, se agarrota y santas pascuas, porque, al fin y al cabo, “el condenado no puede esperar”. El humor negro de Alfonso Paso, la lógica del absurdo de Mihura y Jardiel, y el retranqueo de La Codorniz se amparan en el enfisema de la cruda realidad del cine de Azcona y Berlanga.

“Mi cine es la historia de un fracaso”, ha dejado dicho. Perfeccionista hasta la saciedad, siempre le salió una película distinta a la que pretendía. Trabajaba mucho con los figurantes, y repetía a menudo las tomas, porque creía que la clave de las secuencias descansaba en aquellos, en su “atmósfera” y ambientación.

Posiblemente la rúbrica de su arte se halle en esos largos planos-secuencia donde se agolpa una tómbola de personajes yendo a su bola y hablando de mil cosas distintas. Un galimatías, un cajón de sastre, una charanga gaditana, una rifa, la zapatería de Los Guerrilleros metida en encuadre, y sin embargo, azarosamente comprensible. Plácido vuelve a ser un notable ejemplo de este sonoro artificio, fresco y friso de la lucha por la palabra.


  • Biopic: Luis García Berlanga (Valencia, 1921-Madrid, 13-11-2010) era hijo de familia republicana metida en política. Su padre había sido Gobernador civil de Valencia. Fugado del Frente Popular por amenazas de su propia gente, buscó en vano refugio en el bando sublevado. Se le condenó a muerte y entonces su hijo Luis optó por alistarse en la División Azul para tratar de evitar la ejecución de la pena. En Rusia no disparó un solo tiro, pero sufrió temperaturas de 45º bajo cero, y vio morir a uno de sus mejores amigos. El dinero de la familia –el “estraperlo de la muerte”-- fue el que libró al condenado del patíbulo, que obtuvo la conmutación en 1952, aunque murió seis meses después en prisión. Luis comenzó estudios de Derecho y Filosofía y Letras, que abandonó pronto para venirse a la capital y cursar cinematografía en su Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Más tarde, se convertiría en profesor de la escuela y estrecharía lazos con otro gran talento, Juan Antonio Bardem. Codirigió con él su primer largometraje, Esa pareja feliz (1951). Poco después, en 1959, conoció al guionista-fetiche de sus más aceradas obras, Rafael Azcona. Ese año filma el corto Se vende un tranvía, con guión de su nuevo amigo y camarada. Azcona aportó cierta esperanza de regeneración moral, ciertas dosis de ternura cómplice, así como un mayor acabado de los caracteres. La negritud esperpéntico-quevedesca de El verdugo, aclamada en el exterior, fue vilipendiada por antiespañola por el régimen del general Franco, quien, sentado en la presidencia del Consejo de Ministros, espetó un hooveriano: “Ya sé que Berlanga no es un comunista; es algo peor, es un mal español”. La idea para el guión de El verdugo le surgió a Berlanga al enterarse de que el ejecutor de Pilar Prades, la envenenadora de Valencia, había sufrido un ataque de ansiedad antes de agarrotarla; el susodicho funcionario ya vagaba muy curtido en esas lides del ingrato tornillo, pero a la vista de los lloros y súplicas de la rea, se vino abajo, como todos los presentes, como da a entender el documental Queridísimos verdugos (1973), de Basilio Martín Patino. Berlanga fue fundador y director de la Filmoteca Española, y recibió diversos galardones, entre ellos un Goya (por la disparatada comedia Todos a la cárcel, 1993), el Premio Príncipe de Asturias, y el Nacional de Cinematografía. Su último largometraje es París-Tombuctú (1999) y su último corto El sueño de la maestra. Ha dirigido, para Tusquets Editores, la colección de relatos eróticos La sonrisa vertical, promocionando traducciones al castellano de Sade, Cleland, Sacher-Masoch, Bataille, y otros autores. El Alzhéimer ha construido, finalmente, con infinita paciencia, las Memorias de un desmemoriado genio. Berlanga, que ha muerto tranquilo y con cara de dormido al decir de uno de sus hijos, parece que se ha ido, pero no es cierto, a la edad de 89 años. Como todo el mundo, no quería morirse: “El dolor me jode, pero morirme me jode más”.

  • CINEMATOGRAFÍA ESENCIAL:
  • Esa pareja feliz (1951)
  • Bienvenido Míster Marshall (1953)
  • Los jueves, milagro (1957)
  • Plácido (1961)
  • El verdugo (1963)
  • ***********************
  • Tamaño natural (1974)
  • La escopeta nacional (1978)
  • Patrimonio nacional (1980)
  • La vaquilla (1985)
  • París-Tombuctú (1999)

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