“Manuel es como un
ángel caído
que no tiene una base
moral
sólida y que no mantiene
vínculos con quienes le rodean.”
sólida y que no mantiene
vínculos con quienes le rodean.”
(Antonio de la Torre)
Sería un crimen dejar pasar El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018) sin hablar de
ella. De Bárbara Lennie, queremos
decir, que está espléndida en su papel secundario. Pero, obviamente, no es el
único acierto de esta intriga magistral sobre la corrupción de los políticos
españoles. El pulso de la película, rodada buena parte de ella con cámara al
hombro, planos-secuencia detrás del hombre, de Manuel López-Vidal, es el
ajustado para moverse alrededor de los implicados, a cuál más nervioso ante una
investigación policial que avanza, que pone cerco a los subalternos menores, y
que se intenta que nunca llegue a alcanzar la cumbre de un partido. El
intérprete de moda en nuestro país, Antonio
de la Torre, ha afirmado en una entrevista que no le gusta “que se piense que España entera es
corrupta. Aquí tenemos mucha gente honrada”. Pero lo que el protagonista de
la trama va a buscar a cierto chalé de Andorra son unos cuadernos que apuntan a
lo contrario: que la clase política de la democracia está tan metida toda ella
en el fango, que es imposible que los cimientos del sistema se sostengan y que el
agua de tantos ríos desbordados vuelva a su sereno cauce.
El estilo documental y la
planificación cuidada de unas soberbias caracterizaciones de conjunto
convierten a El reino en un largometraje
original, por lo poco común, muy sólido y atractivo. Enseña a políticos
regionales en sus comidas y con sus trapicheos, usando una jerga que
caracteriza su dedicación al tráfico de influencias, la prevaricación, la
recalificación de suelo agrícola en urbanizable, los sobornos, y un largo
etcétera que permite un rápido y lucrativo enriquecimiento personal y familiar.
Cuando esos mafiosos de poca monta son descubiertos por la Guardia Civil, exigen
recibir ayuda de su organigrama central, el cual desea por todos los medios
quedar al margen de sus chicos descarriados. Hay que ofrecer a la opinión
pública la imprescindible imagen de limpieza y transparencia. La sensación de
confianza en el sistema parlamentario, porque es el sistema que funciona, que
extirpa de su seno el fruto enfermo y promete el castigo del traidor corrompido.
Pero no toda oveja negra se
somete e inclina su cerviz. No, por lo menos, Manuel López-Vidal, a quien
cucamente se pretende cargar con el mayor peso de la culpa. Manuel se rebela
contra sus superiores, porque sabe que ellos están implicados en una
conspiración aún mayor. Animado por esa consigna de “Divide y vencerás”, Manuel
se presenta en la sede central del partido en Madrid y tienta a un líder
supremo para que, con su ayuda, desbanque a su rival en el trono. Manuel maneja
datos, información, que es uno de los instrumentos básicos para amilanar,
zumbar y tumbar. El líder le insta a conseguir más datos, irrefutables. Es entonces
cuando Manuel debe espabilar e intentar hacerse con ellos, cueste lo que
cueste. De la parte discursiva de convenciones, restaurantes y despachos,
pasamos a una segunda de acción contenida, pero lograda e inquietante. Sin
embargo, no sentimos hacia Manuel –villano-- la empatía propia del héroe
ejemplar, sino la curiosidad de ver cómo se desenvuelve y de si alguno más alto
caerá con él.
Seguimos a un hombre al que nunca
le ha importado ser como es: un arribista, un manipulador, un listo
aprovechado. Él mismo no lo reconoce en ningún momento. Incluso parece albergar
la disculpa de que los de arriba de Madrid eran mucho peores, porque robaban
más que él. Lo grave es que Manuel y sus colegas de partido viven por encima de
los demás ciudadanos, en un mundo distinto, repartiéndose a diario el pastel.
Sorogoyen construye una película
perfecta, con engranajes bien engrasados, como ya consiguiera en la intensa y
claustrofóbica cinta policiaca Que Dios
nos perdone (2016), merced a su elenco insuperable: además de Antonio de la
Torre (Caníbal, Abracadabra) y Bárbara Lennie (Las
trece rosas, La enfermedad del
domingo), están redondos Luis Zahera, Mónica López, Sonia Almarcha, Josep Maria
Pou, Nacho Fresneda, Francisco Reyes, Ana Wagener y la joven Laia Manzanares.
El reino es una película que nadie debería perderse. Una disección
quirúrgica del momento político actual. ¿Llegará a verse este mundo nuestro como
una época ya superada?
© Antonio Ángel Usábel, octubre
de 2018.
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