Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

sábado, 18 de julio de 2020

Sombras enamoradas.

“Si el más simple sueño de amor fuera verdad,
entonces, cariño, estaríamos en el Cielo,
y esto es solo la Tierra, querida mía,
donde el amor auténtico no se ofrece.”
(Elizabeth Siddall, 1829-1862)
Desde las tradiciones culturales más primitivas, el hombre ha rendido culto a sus muertos. Objetos familiares depositados en sus tumbas, para que les hagan compañía en el más allá. Flores y exvotos sobre sus lápidas, en señal de recuerdo. No sabemos la vinculación que hay entre la vida y la muerte, si es que alguna hay. Nos gusta pensar que sí, porque, de ese modo, no morimos del todo, sino que pasamos a otro nivel de existencia distinta. Tampoco conocemos si los difuntos velan por nosotros, o si influyen de algún modo en nuestras vidas; o si nosotros, inconscientemente, alteramos las suyas. Houdini –el mayor escapista de la Historia-- todavía no ha vuelto para contarlo. El positivismo de un sepulturero veterano le lleva a opinar que solo hay podredumbre y huesos; que no ha visto nada más en años de vaciar tumbas. 
La Literatura y el Cine han reflejado esta inquietud por la pervivencia del alma humana tras la muerte. Pensemos en el famosísimo caso del espectro del padre de Hamlet, vagando maldito por las almenas de Elsinor, y apremiando a su neurótico hijo a cobrar sangrienta venganza en las personas de su tío y de su madre adúltera. O en el simpático envés de Sir Simon de Canterville, condenado a arrastrar sus cadenas por uxoricida. Hay un extraordinario cuento de Max Aub, La gabardina, gótico cien por cien, cuya acción se desarrolla a principios del siglo XX, en 1902. Es la historia de Arturo, un joven tímido que vive con su madre, recia y controladora. En un baile de carnaval conoce a Susana, una muchacha de dieciocho años, ingrávida, de ojos claros y azules. A la salida, llueve a cántaros y Arturo detiene un coche y arropa con su gabardina a la joven, quien no lleva ropa de abrigo. La acerca a su casa. Al día siguiente, se presenta allí para volver a ver a la chica y recuperar su prenda. Le recibe una anciana, que le muestra una fotografía de Susana. Murió cinco años atrás. Ante la incredulidad de Arturo, la señora lo acompaña al cementerio y le muestra el nicho de Susana, con su misma imagen. A los pies, en el suelo, cuidadosamente doblada y seca, yace también la gabardina. Arturo envejece y muere, soltero y virgen. Su cuerpo recibe sepultura en el nicho contiguo al de Susana. La gabardina recorre mundo, varios rastros y mercadillos, hasta deparar en México, convertida en prenda infantil.
Este relato de Aub tiene interés porque nos aproxima al tema del amor frustrado y al arraigo a la vida que provoca en los entes espirituales. Es evidente que Susana, una muchacha muerta “en la flor de la edad”, ha regresado para invocar de un mortal ese amor no consumado. Y se fija en Arturo, quien tampoco tiene experiencias amorosas previas. Pero, como nueva Cenicienta, todo debe acabar con el baile con el príncipe soñado. No se le permite más, ninguna prolongación. Y Arturo, hombre infantil y de poco carácter, profundamente conmovido por la naturaleza frágil y quebradiza de la joven, quedará marcado por este encuentro y obsesionado con su recuerdo. Hasta el punto de entregar su existencia a esa ensoñación.
El Cine, igualmente, ha aprovechado el umbral entre este mundo y el otro de diferentes maneras: las películas de terror con fantasmas y fenómenos extraños muy destructivos (tipo Poltergeist o La leyenda de la Mansión del Infierno); los dramas (a veces comedias, como Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela) donde un ser querido fallece, pero su espíritu queda retenido entre los vivos; y los dramas o comedias donde un ente se resiste a reconocer que ya no está en esta realidad y sale al paso de alguien especialmente receptivo. 
Vamos ahora a obviar el género de terror, y a quedarnos con las historias de aparecidos cuyo objetivo no es hacer daño a los testigos de su materialización, sino que o pretenden ayudar, o tienen sus motivos de queja. 
El primer título del que hablaremos es Sombra enamorada, una película dirigida en 1958 por Jean Negulesco, y protagonizada por Lauren Bacall y Robert Stack. Su título original es The Gift of Love, El don del amor. Es una nueva versión de la película de Walter Lang Sentimental Journey, de 1946, con John Payne y Maureen O´Hara. Ambas parten de un relato breve de la escritora Nelia Gardner White, El caballito (The Little Horse). En la cinta de Negulesco, el guionista se transforma en astrónomo y la actriz en secretaria de un doctor. Son los papeles que incorporan, respectivamente, Stack y Bacall. Cuenta la historia de Bill Beck, un científico solitario, con dificultades para socializar y empatizar, que conoce un día a Julie, una atractiva mujer, que rápidamente se encariña con él. Ambos se casan y se van a vivir a un observatorio astronómico. La pareja no tiene descendencia. Además, la mujer sabe que puede morir en cualquier momento, pues padece una dolencia cardíaca, pero oculta esta limitación a su marido. Consciente de que él no sabe llevar su vida solo, Julie visita un orfanato. Allí se encuentra con una niña rubia muy imaginativa, Hitty, a la que le gusta coleccionar caballos de juguete y hasta imitar sus relinchos. El carácter dulce y tolerante de Julie conquista enseguida a Hitty. Sin embargo, Bill no termina de ganarse a Hitty, a pesar de que intenta tener atenciones con ella. Julie enseña a Hitty las labores imprescindibles de la casa, consciente de que, cuando ella ya no esté, Hitty las pueda seguir haciendo por Bill.  Un día, repentinamente, Julie enferma de gravedad y muere. Cuando desaparece, Bill enloquece de dolor y no hay nada que le aparte de su tumba y de su recuerdo. Hitty, sintiéndose descuidada y abandonada por Bill, pide volver al orfanato, a pesar de que le ha manifestado que Julie nunca se ha ido del todo, y que dialoga con ella frecuentemente. Una vez en el hospicio, Hitty se levanta por la noche y sale con su caballito de juguete hacia los acantilados. Tropieza y cae a la playa. En ese instante, Bill siente una alarma interior y decide llamar al orfanato, para preguntar por el estado de la niña. Le dicen que esta no está en su cama y que ha desaparecido. Bill acude al lugar y se inicia una búsqueda intensa de Hitty. A Bill se le ocurre preguntar por el paraje donde Hitty y Julie se conocieron. Es justo el sitio donde se ha accidentado. Bill la encuentra, la recoge y se la lleva con él. Cuando los dos se alejan, la sombra de Julie los ve partir, definitivamente juntos, tal y como ella deseaba.
Realmente, se hace difícil elegir entre las dos versiones de la misma historia. El personaje de Hitty es interpretado por Connie Marshall en la versión de 1946. Incorpora a una niña muy imaginativa, extremadamente dulce y tierna, que sueña despierta con las leyendas del rey Arturo, Lanzarote y sus damiselas. En la adaptación de Negulesco, es Evelyn Rudie quien da vida a la niña, una Hitty más fría, dolida por anteriores adopciones fracasadas, enamorada de los equinos, y que se oculta en el interior de una taquilla para llorar y desahogarse. 

Ambas pequeñas reciben la visita de Julie, o escuchan su voz en algún momento. Intentan agarrarse a ese ser querido con toda su fuerza, como también sucumbe a su recuerdo perenne el personaje de Bill. Como si la vida no pudiera organizarse de otra manera para ellos; un sentimiento que es favorecido, y hasta alentado, por el ente desde el Más Allá. Julie une a una fantasiosa con un padre con complejo de Peter Pan. 
La gran fordiana Maureen O´Hara era Julie en la versión de Lang, y John Payne su marido. Ambos correctos en sus respectivos papeles. Fueron dos actores que coincidieron en varias producciones de los años cuarenta: Rumbo a las playas de Trípoli (1942), De ilusión también se vive (El milagro de la calle 34, 1947), Trípoli (1950).
Fantasma de amor (Fantasma d´amore), firmada en 1981 por Dino Risi, el autor de la magistral La escapada (Il sorpasso, 1962), y un realizador de producción desigual, especialmente dotado para la comedia y el drama. Protagonizada por el gran galán del cine italiano, Marcello Mastroianni, y por Romy Schneider, narra el encuentro en un autobús de un abogado de éxito, Nino Monti, con una mujer ajada, avejentada y despeinada, a la que en principio no reconoce, y a la que presta una moneda para el viaje, que resulta ser un antiguo amor de juventud, Ana Brigatti. Ambos charlan brevemente y después Nino empieza a recibir llamadas telefónicas de ella en su casa. Nino está casado con Teresa, una mujer beata de vida aburrida y sedentaria. El matrimonio no ha tenido hijos. Nino intenta ocultar su reencuentro con Ana a Teresa. En una comida de placer, un amigo de Nino, médico, le asegura que él certificó la defunción de Ana Brigatti algunos años atrás. El misterio está servido. Nino decide salir de Pavía y visitar la mansión del conde Zighi, marido de Ana. No encuentra en ella al aristócrata, sino a la propia Ana, rejuvenecida casi veinte años, quien le enseña el interior del palacio, decorado con antigüedades y muy oscuro. Durante uno de sus paseos, deciden Nino y Ana tomar un bote de remos. Ana le confiesa su triste pasado, sus relaciones forzadas con un hombre que vivía en su mismo edificio, así como el resultado final. Nino queda consternado. En la travesía, en un movimiento zozobrante, Ana cae al agua y desaparece. Conturbado por lo que cree un accidente, Nino da parte a la policía. Toda Pavía se entera del incidente del bote, incluida su esposa Teresa. Nino vuelve al palacio del conde y comienza a hablarle de Ana y a disculparse ante él. Zighi, totalmente confundido y alterado, lo expulsa de allí. En el jardín, Nino encuentra al ama de llaves, quien le confirma la muerte de su señora hace tiempo, e incluso lo conduce hasta su tumba en el cementerio. De vuelta a Pavía, sobre un puente, Nino se topa de nuevo con Ana Brigatti, cuyo espíritu parece ligado a él y a su triste experiencia mortal. La última secuencia del filme es en un sanatorio mental, a donde Nino ha sido conducido. Hasta la enfermera que se ocupa de cuidarlo tiene el rostro de una Ana juvenil. 
¿Es Nino Monti otro Don Quijote? ¿Ve lo que en realidad no es así? ¿De veras persigue el espectro de Ana a Nino? ¿Se da lo sobrenatural? Desde luego que en la acción ocurren hechos muy extraños: la moneda que presta Monti a Ana para que pague el autobús aparece repentinamente sobre la mesa de su despacho (además de en algún otro lugar); y el doctor que certificó la muerte de Ana fallece inexplicablemente después de consultar los archivos del hospital y justo antes de reunirse con Nino. La figura de un inquietante sacerdote secularizado, Don Gaspare, aficionado al esoterismo --al que interpreta el enigmático bailarín y actor germano Michael Kroecher--, contribuye a sumergir la narración en un ambiente sumamente gótico y espectral. 
Fantasma de amor es un buen filme sobre las obsesiones, sobre el presente doblegado al efecto del pasado, además de un cuento sobrenatural de primer orden, muy bien realizado por Dino Risi. Una película para saborear más de una vez, o para descubrir.
Hay otro tipo de películas que versan sobre espectros que no descansarán tranquilos hasta que hayan encontrado el amor. Por ejemplo, el gran clásico de William Dieterle Jennie (Portrait of Jennie, 1948), basada en la novela de Robert Nathan y con guion de Paul Osborn. Producida por David O. Selznick, guarda similitud, en su atmósfera, con Rebeca, otra historia donde la proyección fantasmal de una mujer muerta condiciona las vidas de los protagonistas. En este caso, es para bien, pues una muchachita (a quien interpreta Jennifer Jones) es motivo de inspiración artística para un pintor bohemio, Eben Adams (recreado magníficamente por Joseph Cotten). Se la encuentra una noche en Central Park. Jennie es una niña misteriosa: va vestida a la moda de principios de siglo, habla del káiser alemán y dice que sus padres trabajan de funambulistas en un teatro desaparecido. Al irse, Jennie se olvida un fular envuelto en un periódico viejo, que contiene noticias y anuncios de muchas décadas atrás. Eben no pintaba retratos hasta conocer a Jennie. Dibuja un boceto de ella que vende bien. En encuentros sucesivos, Jennie va creciendo. Eben investiga sobre ella. Sus padres murieron durante su actuación al romperse el cable, y ella fue recogida por una tía y enviada a un convento. 
Siempre que Eben y Jennie se encuentran están solos. No hay testigos. Eben comienza a pintar un retrato de Jennie. Sus marchantes lo visitan en su estudio cuando el lienzo está sin acabar, un símbolo de que la muchacha no es sino un fantasma. Como reza la canción que canta: “Vengo de un lugar que desconozco y al que, sin conocerlo, todos van.”
Eben sigue el rastro de la joven hasta la costa, a un lugar llamado Cabo Cob, donde en un islote hay un viejo faro abandonado. Tiene la certeza de que allí se repetirá la galerna que se la llevó de este mundo un mismo mes de octubre, veinte años antes. Su idea es tratar de salvarla de las aguas. No lo consigue, pero Jennie puede ver, y sentir, que no está sola esta vez, y que una persona la ama e intenta evitar que se la lleven las olas. La última bobina del filme es en color, en tonos verdes y sepias, hasta el momento final en el Museo Metropolitano, con el retrato de Jennie mostrado en completo esplendor.
Que la visión de Jennie no son alucinaciones de Adams lo demuestra el pañuelo dejado por ella, y que otras personas ven y tocan. Por ejemplo, el mejor amigo de Eben, el taxista Gus O´Toole (David Wayne) y la marchante protectora suya, Miss Spinney (inolvidable rol de solterona sentimental en los enormes ojos almendrados de Ethel Barrymore). 
Al principio de la acción hay un prólogo con brumas y cielos nubosos donde se diserta acerca de la existencia: ¿qué es la vida? ¿qué es la muerte? Se citan unas palabras de Eurípides: “Acaso lo que los mortales conocemos como vida no sea sino muerte, y la muerte sea la vida verdadera.”
Entre la autosugestión y la verdad sobrenatural se sitúa la más deliciosa de las historias de aparecidos: El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, Joseph Leo Mankiewicz, 1947). Una joven viuda, Lucy Muir (Gene Tierney) y su hija Anna (Natalie Wood) alquilan La Gaviota, una casa en la costa. La sala principal de la mansión está presidida por el retrato de su antiguo propietario, el capitán Gregg (Rex Harrison), un marino ya fallecido. Lucy Muir empieza a escuchar extraños ruidos y una risa perturbadora. El espectro del capitán no desea que nadie habite su casa, y menos una mujer. Visto que no consigue espantar a Lucy Muir, se le aparece. Ella y él llegan a un acuerdo: se podrá quedar en La Gaviota y el fantasma le dictará a Lucy sus memorias de marino experimentado. El libro se publica y es bien acogido por el público. La relación entre el capitán Gregg y la joven viuda supera la simple amistad. Sin embargo, Daniel Gregg no tarda en comprender lo imposible de ese amor. Un buen día desaparece sin dejar rastro.
Pasan los años, Anna crece y se convierte en una muchachita casadera y su madre en una anciana solterona, pero en ningún modo amargada, sino resignada a su vida de retiro. Lucy duda de si, en verdad, alguna vez conoció al quisquilloso capitán Gregg. Probablemente, la casa, la ornamentación marinera –con el catalejo en el mirador—y el mismo retrato del lobo de mar, sugestionaron a Lucy hasta hacerla creer que vio la aparición y que el fantasma le contó su vida.
El epílogo de la película es uno de los más nostálgicos y maravillosos que ha creado el cine. Daniel Gregg regresa para buscar a Lucy, quien rejuvenece al ser llevada de su mano. Ambos descienden las escaleras, esquivan a la anciana criada, salen al jardín y sus sombras enamoradas se pierden envueltas en la bruma. Nunca lo imposible se volvió tan posible por la fuerza visual de la escenografía y el talento de Mankiewicz como genial director. Un filme modélico, una historia preciosa, verdaderamente inolvidable.
Otro espíritu que no descansa, porque la deuda de su pasado se ha hecho intemporal, es el de la joven condenada a desposarse con un viejo monstruoso en Una historia china de fantasmas (Ching Siu-Tung, 1987). A una aldea llega un muchacho torpe y atolondrado, nombrado nuevo recaudador de impuestos. Es tan pobre, que no lleva dinero para pagar una posada. Le hablan de un templo abandonado, escondido en un bosque. En el se adentra, de noche. Una manada de fieros lobos negros lo acosa y al alcanzar el espacio del templo, dos guerreros luchan a muerte a espada. Vence uno de ellos, que desaparece. El recaudador entra en el templo. Extrañas criaturas humanoides comienzan a surgir del polvo sin que él lo aperciba. Se le aparece una joven ataviada de blanco y muy bella, de la cual había visto un retrato en el mercado del pueblo. El recaudador y la chica flirtean. Aparecen en escena otros personajes a quienes la joven teme: un demonio bajo la forma de madre o madrastra, y una hermana melliza, muy parecida a ella en el físico, pero de aviesas intenciones. Estando el muchacho oculto en una tina de agua, conminan a la joven a encontrar un mortal, para ser sacrificado y que su sangre y alma vivifiquen al ente perverso que la ha de desposar. El recaudador se alía con el guerrero vencedor del principio para llevar las cenizas de la infeliz muchacha a su lugar de nacimiento, en un intento de conseguir su reencarnación. 
La película está tratada en clave de comedia dramática. La atmósfera sobrenatural está lograda y un cierto grado de erotismo impregna la relación sentimental entre los dos protagonistas. Más cercana a la fantasía –por sus excesos visuales de saltos, luchas, piruetas, propios de las artes marciales-- que al terror propiamente considerado, Una historia china de fantasmas entretiene y deja cierta impronta en el espectador. Salvo algún efecto ya muy superado debido a la técnica del “stop-motion”, la cinta ha  resistido considerablemente el paso del tiempo. Simpática, sin más, sin llegar a lo entrañable.
Así llegamos a Ghost (Más allá del amor), el gran éxito de 1990 en comedia romántica. Dirigida por Jerry Zucker, cuenta con un guion original de Bruce Joel Rubin. Al parecer, se lo inspiró una representación de Hamlet, por lo del espectro y la venganza. Un ejecutivo de banca –Sam Wheat (Patrick Swayze)-- es asaltado, justamente al salir de un teatro, por un delincuente callejero cuando iba junto a su pareja –Molly Jensen (Demi Moore)--. Se produce un forcejeo y suena un disparo. Entonces, Sam echa a correr tras el asaltante, que huye. Al mirar atrás, ve a Molly tendida sobre su propio cuerpo. Por un momento, se extraña de poder estar en dos sitios a la vez, de ser capaz de verse a sí mismo tendido en el suelo. Pero rápidamente comprende que algo muy serio acaba de ocurrirle: ha fallecido, y su espíritu ha abandonado su soporte material. A partir de ese momento, la acción transcurre en cómo Sam se conciencia de que ha muerto, y que, de manera preventiva, hasta que no descubra por qué le ha sucedido precisamente a él, se le va a permitir quedar atrapado entre dos mundos, el físico y el espiritual. 
Sam da con una timadora experta metida a médium inexperta. Se llama Oda Mae Brown (Whoopi Goldberg). Sorprendentemente, ella tiene poderes extrasensoriales reales y es la única que puede oír la voz de Sam. Este la presiona para que lo ayude a contactar con Molly y despedirse de ella. Pero ambos no cuentan con que un supuesto amigo y compañero de trabajo de Sam, Carl (Tony Goldwyn), fue quien planeó el asalto en la calle y su eliminación, para ocultar una evasión de capitales. Al descubrir esta sucia trama, Sam decide vengarse de Carl y, a la vez, proteger a Molly. 
La película es una comedia dramática con momentos chispeantes, como las sesiones de espiritismo de Oda y el encuentro de Sam con otro fantasma en un vagón de Metro, a quien pide ayuda para aprender a mover los objetos por telequinesia. 
Ghost es un bonito cuento para confiar en la certeza de otra vida, de un Más Allá que nos espera con su haz blanco luminoso, siempre que nuestra conducta haya sido positiva. De lo contrario, los negros demonios del Infierno nos llevarán a las cloacas del inframundo.
© Antonio Ángel Usábel, julio de 2020.