Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 28 de julio de 2019

La muerte te está mirando.

El 22 de julio de 2011, en Noruega, un extremista llamado Anders Behring Breivik cometió dos fechorías: hacer estallar una potente bomba en el centro de Oslo, y atacar un campamento juvenil en la isla de Utoya, a cuarenta kilómetros al noroeste de la capital. Por sus disparos murieron 77 personas, 99 fueron heridas de gravedad, y otras 300 necesitaron de asistencia psicológica para sobrellevar la tragedia.

Utoya, 22 de julio (Erik Poppe, Noruega, 2018) es una película insólita porque está rodada con cámara subjetiva y en un único plano secuencia de 72 minutos, exactamente el tiempo que duró el ataque al campamento de jóvenes laboristas. Al parecer, la toma válida definitiva fue la cuarta. Un plano secuencia tan largo exige una precisión milimétrica, una composición perfectamente ensayada tanto del recorrido del cámara como de los movimientos, reacciones e interpretación de los actores. Es un resultado coral. La más leve equivocación obliga a repetir todo al día siguiente. El set es una pequeña isla entera; la entrada en encuadre de cada personaje, cada ruido o efecto sonoro, el diseño visual (campo, enfoque, luminosidad), la toma de sonido directo, han de ser los requeridos por la acción. Un método muy complejo y arriesgado, que el genial Alfred Hitchcock solo se atrevió a llevar a cabo con bobinas de diez minutos (en La soga, 1948).

El personaje central (ficticio) es el de Kaja, una chica de dieciocho años modélicamente interpretado por Andrea Berntzen. Kaja tiene una hermana más pequeña, Emilia, a la cual pierde de vista al producirse la estampida de terror, y a la que intenta localizar retornando al campamento y agazapándose entre las tiendas.

Cuando se produjo la agresión, los muchachos no sabían si era algo real (o solo se trataba de un simulacro o broma), de dónde procedían los disparos, si eran uno o varios terroristas. El caos fue completo durante todo el ataque, porque nadie podía asomar la cabeza para mirar.

Vivimos esta horrible experiencia desde el punto de vista de las víctimas, acorraladas en ese espacio de terreno muy reducido (medio kilómetro). ¿Qué hacer, cómo librarse de la muerte, dónde esconderse sin errar? Son preguntas que intentamos contestarnos angustiosamente a la vez que los personajes del drama, porque llegamos a sentirnos casi tan amenazados como ellos.

¿Dónde está la Policía? ¿Por qué no viene? Noruega debe de ser un país muy pacífico y seguro, cuando estos actos desproporcionados pillan a los agentes de la Ley durmiendo, y a los inocentes mirando a la muerte a la cara.

Utoya, 22 de julio es un filme de ficción documental que huye de convencionalismos comerciales y apuesta por el buen hacer del equipo técnico y del elenco de actores, todos extraordinariamente competentes (atención, también, a Aleksander Holmen, en el rol de Magnus).

Hay escenas que sobrecogen, como el fallecimiento gradual –en los brazos de Kaja-- de una muchacha herida en la espalda. Kaja intenta detener la hemorragia mientras da conversación a la chica, para tranquilizarla. Ante nuestros ojos, la vida se escapa de su cuerpo como el vapor de cocción por un extractor: sin apenas notarlo. La muerte es traicionera y fulmina en mitad de un guiño, de una palabra, de una sonrisa.

Quizá el único fallo no esté en la película en sí, en su metraje, sino en la interpretación edulcorante de los hechos reales ocurridos ese día: culpabilizar a la extrema derecha, sin dar pie a considerar que los actos terroristas pueden venir de cualquiera con un arma en la mano y un comportamiento demencial. La violencia es violencia y no entiende de colores.

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2019.