Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Un león escocés.

Tenía un fuerte acento de su tierra natal, Edimburgo, como si mascara las palabras antes de dejarlas salir. Con su 1,88 de estatura y su porte robusto, como hecho de hierro, destacó en el culturismo desde joven. Desempeñó oficios variopintos: repartidor de leche, socorrista, camionero, peón de granja, pulidor de ataúdes. Estuvo a punto de dedicarse profesionalmente al balompié, pero la actuación lo tentó más y se enroló en el teatro y en el cine. Fue un autodidacta de la interpretación, para la cual contaba, especialmente, con su físico sobresaliente. Poco más. Los años le fueron dando destreza interpretativa, hasta convertirse, después de la serie de películas de James Bond, en un actor digno y curtido.

En 1962, le llegó la oportunidad de oro de su vida al encarnar, por primera vez, al agente 007. Rápidamente, encajó en este papel, que lo haría mundialmente reconocido, y lo convirtió en un icono de la elegancia, la sofisticación y la virilidad. De la serie, cabría resaltar, por su mayor solidez, Desde Rusia con amor (1963) y Operación Trueno (1965).

Pero Thomas Sean Connery (1930-2020) no se quedó anclado en el rol de agente secreto. Participó en otros rodajes, que aumentaron su proyección profesional, como Marnie, la ladrona (bajo la dirección de Hitchcock), y La colina (Sidney Lumet, 1965). La caracterización de Mark Rutland, marido de Marnie (Tippi Hedren), es uno de los más interesantes que ha hecho: hombre adinerado que desposa a una muy atractiva cleptómana atormentada, a la cual debe ayudar a desentrañar –con paciencia infinita, constancia leal y dejándose robar-- los enigmas de su boscoso pasado en los muelles.

En 1975 Connery incorporó dos personajes protagonistas que ampliaron su registro: el del loco aventurero de El hombre que pudo reinar (a las órdenes de John Huston), un argumento basado en un cuento largo de Kipling, y el del jeque Mulay Achmed Mohammed el-Raisuli, alias “el Magnífico”, quien existió realmente en el reino de Marruecos. En El viento y el león, Connery dotó al caudillo marroquí de un aura de romanticismo. La cinta corrió a cargo de John Milius, fue rodada en España, y cuenta la historia de una viuda raptada por el jeque, con la aviesa intención de buscarle las cosquillas al contumaz Teddy Roosevelt, espléndidamente revivido por Brian Keith.

En 1976, le llegó el turno a Sean de desmitificar a Robin Hood, compartiendo cartel con la entrañable Audrey Hepburn, en Robin y Marian, dirigida por Richard Lester. El guion era de James Goldman, los exteriores se rodaron en Zamora y Navarra, y los decorados fueron diseñados por Gil Parrondo. Una historia de un héroe en su momento más crepuscular, contada a un ritmo parsimonioso, aderezado con buenas dosis de ironía para no aburrir, y con un claro propósito desmitificador del otro Robin del tecnicolor, el de Errol Flynn.

De 1978 es El primer gran asalto al tren, una simpática comedia británica que contó con guion y dirección de Michael Crichton, y donde Sean coincide con Donald Sutherland y la bella Lesley-Anne Down.

En 1986 se le ofreció destacar por uno de los más memorables personajes de su vida: fray Guillermo de Baskerville, en la lograda adaptación europea de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Sean, ya maduro, incorporó a un más que convincente monje franciscano, sagaz y culto como él solo, enamorado de los libros y de las bibliotecas, empírico admirador de Aristóteles, y alter ego del inmortal Sherlock Holmes. Sin duda, su interpretación cumbre.

 Remembering Sean Connery.

Un año después obtuvo un papel secundario que le supuso un Oscar y un Globo de Oro: el del policía Jim Malone en Los intocables de Eliot Ness, de Brian de Palma. Imposible olvidar su uniforme, su porra, y su afán de golpear el suelo con las plantas de los pies para combatir el frío.

En 1989, hizo de historiador padre de Indiana Jones en La última cruzada. Otra secuencia mítica: derribar un aeroplano espantando a las aves con un paraguas.

En 1990, la segunda de sus mejores caracterizaciones, el capitán Marko Ramius –desertor de la Unión Soviética-- en una película de submarinos modélica y de acción trepidante: La caza del Octubre Rojo, de John Mc Tiernan.

Tras ella, haría otras dos películas dignas de reconocerse: Los últimos días del Edén (1992), también con dirección de Mc Tiernan, una historia ecologista de lucha contra el cáncer situada en las selvas de Sudamérica; y Descubriendo a Forrester (Gus Van Sant, 2000), acerca de un ganador del Pulitzer que ayuda a un estudiante con dotes para el deporte y la escritura.

Se oyó decir que iba a participar en una nueva versión de El fantasma y la señora Muir, el clásico impecable de Mankiewicz, donde daría rienda suelta a las acometidas del cascarrabias capitán Gregg, pero la cinta no llegó a materializarse y todo debió de quedar en mero ectoplasma rondando por Sunset Boulevard.

Medio retirado del Cine desde 1994, por un problema serio en las cuerdas vocales, Sean llevó una vida discreta en Bahamas, donde falleció de un infarto mientras dormía el 30 de octubre de 2020, a los noventa años.

Sean dotaba de solidez a las películas en las que intervenía. Su aire veterano las hacía ganar lustre. Era un actor con empaque, algo muy de agradecer en nuestros tiempos, en los que el estrellato ha entrado en imparable declive.

El mitómano Terence Moix abría, precisamente, sus Mis inmortales del Cine: años 60 con una semblanza de este actor.

Descanse en paz Sean Connery.

© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2020.