Joker (Todd Phillips, 2019), Ad Astra (James Gray,
2019) y El crack cero
(José Luis Garci, 2019) tienen en común protagonistas asomados a un abismo de
pérdida de identidad por un proyecto de vida truncado. La primera es la
historia de un desequilibrado que vive con su madre, que depende de los
tranquilizantes que le proporciona una asistente social, y que es vapuleado por
una sociedad donde no encuentra ni justicia, ni acomodo. Es un humorista que no
tiene gracia, y que no puede evitar desternillarse con una risa nerviosa que
vulcaniza al más firme. Finalmente responderá con una explosión de violencia
que será coreada por todos los incomprendidos y alienados del implacable paraíso
capitalista. La apabullante interpretación de Joaquin Phoenix potencia
durante dos horas el clímax de este drama psicológico, dotándolo de un
patetismo, una veracidad, una solidez y sustancia nada comunes en las historias
basadas en cómics.
Ad Astra es una revisión del clásico de
Conrad El corazón de las tinieblas: un hijo (Brad Pitt) es
enviado en una misión espacial a buscar a su padre (Tommy Lee Jones), a quien
no ve desde niño. El padre parece haberse vuelto loco y estar saboteando la
supervivencia de una estación orbital y de todo el sistema solar en sí. Una
narración introspectiva, con oportunas dosis limitadas de acción impactante, efectos
técnicos inclusivos, y muy bien interpretada por Pitt. Muy interesante y digna
de recordar, porque quizá sean así los viajes espaciales.
El crack cero, desaparecido nuestro
gran Alfredo Landa (detective Germán Areta), viene protagonizada por el estoico
y eficiente Carlos Santos. Es un homenaje a la primera historia (El crack,
1981), uno de los más duros relatos de cine negro de producción española.
Rodada en blanco y negro, aprovecha tomas del Madrid de la película primigenia
y consigue reproducir la misma atmósfera opresiva y claustrofóbica, con un
investigador atrapado en la tela de una araña que le supera y amenaza con
devorarlo implacablemente. Se repiten los comentarios sobre boxeo, las
conversaciones irónicas –esas que siembran la novela barata--, las
implicaciones sórdidas de la España profunda en las alcantarillas de un Madrid
gris y desconocido. Soporte del relato de Garci y Javier Muñoz es la subcultura
que cundió tanto en los años del franquismo y aun de la naciente democracia: la
de revista o novela de quiosco, humo de velada pugilística, apuesta de
canódromo, charla de barbería, billares o taberna.
Una Cayetana Guillén Cuervo
en el papel de la relaciones públicas Conchita, quien guarda gran parecido, por
la caracterización, con otra Concha (Velasco). El crack cero
recupera la solvencia y rotundidez de El crack, tras el descenso de
la más blanda y ligera El crack dos. Sobresaliente Garci. Una espléndida
propuesta.
Parásitos (Bong Joon Ho, 2019), ganó la
última edición del Festival de Cannes. Es una tragicomedia coreana de ritmo
ágil que cuenta el vertiginoso ascenso y no menos monumental caída de una
familia pobre merced a la ingenuidad e imprudencia de otra familia acomodada. El
elenco protagonista es soberbio y actúa con eficacia conjunta, convirtiendo el
resultado en una obra coral extraordinaria. El veterano Kang-ho Song en
la piel de un chófer tan experimentado como cínica es su señora –cocinera y ama
de llaves—y su ajustada progenie: el profesor de idiomas y la instructora en
arte. ¿Qué harían unos diablos muertos de hambre en ausencia de sus amos?
Seguramente lo mismo que el imprudente aprendiz, a solas sin el brujo: conjurar
a las escobas y ver espantado cómo estas traen cubos y más cubos de agua, hasta
anegar la guarida, sin remedio.
El irlandés (The Irishman, Martin
Scorsese, 2019) es una producción Netflix que utiliza la técnica de
rejuvenecimiento facial, desarrollada por George Lucas, para que Robert De
Niro, Joe Pesci, Al Pacino y otros actores interpreten a sus
personajes a lo largo de treinta años. Una historia de mafiosos en la que todos
ellos están en su salsa. Parecen nacidos para inmortalizar a los jefes
italoamericanos de Cosa Nostra. Scorsese mueve la cámara con su estilo, por
escenarios rápidos, espacios múltiples en secuencias breves pero contundentes. Tres
horas y media de violencia contenida, mas intensa, sin edulcorantes. El guion
cuenta con la participación del autor del relato original, Charles Brandt,
quien teoriza sobre la intervención de la mafia en la desaparición del líder
del sindicato de transportistas Jimmy Hoffa. El protagonista es el secuaz Frank
Sheeran, papel que recae en De Niro, un veterano de la Segunda Guerra Mundial
metido a “pintor de paredes”, en el argot del crimen organizado, ejecutor de
sentencias de muerte. Sheeran, promovido a una escala intermedia, hace mucha
amistad con Hoffa, líder condicionado por los reyes de la extorsión. Cuando
estos deciden que Hoffa es alguien incómodo y prescindible, encargan al propio
Sheeran que lo elimine. De telón de fondo, el clan Kennedy aupado a la Casa
Blanca por doscientos mil votos comprados y luego empeñado hasta las cejas en
acabar con la influencia de los padrinos. Misas, ceremonias, homenajes, respeto
a la moral, culto a las madres de familia… un ritual vacuo y grotesco mostrado
muchas veces, desde los años setenta, por Scorsese y otros realizadores
(Coppola, Leone, Levinson, John Huston), y que –se dice por ahí-- hace gracia a
los mismos retratados.
La gran mentira (The Good Liar,
Bill Condon, 2019) es una historia de estafadores a gran escala y, a la vez, el
romántico encuentro de una pareja de maduros (Helen Mirren, Ian McKellen)
cruelmente condicionada por las sombras de su pasado. Una trama predecible en
lo sustancial, resuelta con brío y con el excelente oficio británico de sus
intérpretes protagonistas, que cuenta con una cierta “sorpresa” en lo que a su
segunda parte se refiere. Bastante entretenida, aunque nada ligera, sino cruda
por momentos.
Midway (Roland Emmerich, 2019; guion de Wes Tooke) ofrece una
completa e ilustrativa recreación de lo que significó la Guerra en el Pacífico,
desde el ataque japonés a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941) hasta la
revancha norteamericana en la batalla de Midway (4 a 7 de junio de 1942),
victoria que cerró el acceso de la armada imperial nipona a la costa oeste de
Estados Unidos y obligó a su repliegue sustancial. La cinta, de producción
independiente (con capital chino), cuenta con buenas interpretaciones (Ed
Skrein, Patrick Wilson, Woody Harrelson, Luke Evans, Brennan Brown, Nick Jonas,
Dennis Quaid, Keean Johnson) y unas muy elaboradas secuencias de ataque aéreo
realizadas digitalmente por Pixomondo. Más completa que su predecesora de 1976
(La batalla de Midway, Jack Smight), en cuanto que abarca más detalles
históricos, su único defecto reside en que la reconstrucción por ordenador la
asimila a un videojuego. Pero, si uno se olvida de que está viendo secuencias
gráficas, en vez de escenas documentales coloreadas, o simulaciones por pilotos
acrobáticos --como antes era lo habitual-, la ilusión funciona y el efecto se
consigue. Muy meritoria, en verdad.
Puñales por la espalda (Knives Out,
Rian Johnson, 2019) es una comedia que recrea las intrigas detectivescas de
Agatha Christie: un viejo caserón, un millonario excéntrico suicidado, una plétora
de herederos ambiciosos y ruines. La más honrada, la joven enfermera del viejo,
una inmigrante de origen brasileño, rol que recae en la adorable Ana de Armas.
Auténtico homenaje y loa a todos los inmigrantes en situación de dudosa
legalidad. Desfila un elenco de veteranos: Christopher Plummer, Jamie Lee
Curtis, Don Johnson, Frank Oz, Toni Collette… Daniel Craig se mete con
tino en el papel de Benoit Blanc, el sagaz detective. Una cinta que esquiva la
parodia (Un cadáver a los postres), agradable, simpática y lucida.
© Antonio Ángel Usábel, diciembre
de 2019.
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