Se cumplen cincuenta años del
estreno, en abril de 1962, de The Man Who
Shot Liberty Valance, la película
que más me gusta de JOHN FORD. Ford fue sin duda el narrador que llevó la
poesía al Oeste. Sus personajes, héroes que se sacrifican por otros y que
pueden no llevarse a la chica. Sus paisajes, naturales, inmensos: los
desfiladeros, las colinas, los riscos, la tierra aprisionada y roja de Monument
Valley. Sus heroínas, mujeres que sufren por sus maridos o sus hijos, y que en
el porche se llevan una mano a la mejilla. Su mirada fuera del plató,
contemplando un espejismo. Orson Welles, a quien se atribuyen muchas
sentencias, algunas verdaderas, otras apócrifas, preguntado sobre quiénes eran,
a su entender, los tres mejores directores de cine, respondió: “John Ford, John
Ford y John Ford”.
La película es una visión
romántica del Salvaje Oeste americano, cuando la justicia era la ley del
revólver y hombres de buen corazón debían medir sus fuerzas con forajidos y
facinerosos. Habla de cómo otra ley, la del código del Derecho, viene a imponer
orden en una sociedad caótica que se regula a sí misma. Habla de la conversión
de un desierto, donde solo crecen las flores de cactus, en un vergel con
praderas, regadíos y rosas de verdad. Habla de Hallie, que es una muchacha
inocente y sencilla, y de cómo se enamora de un abogado idealista llegado del
Este en una diligencia. De Tom Doniphon, un pistolero reconvertido en ranchero
emprendedor. De Pompey, su muchacho negro y fiel sirviente. De Dutton Peabody,
el periodista sarcástico y borrachín. De Link Appleyard, el comisario cobardica
padre de varios mestizos. Habla también del milagro impulsor del ferrocarril,
de cómo sustituye a los viejos coches de caballos y expande la civilización, el
progreso y la cultura.
La cinta de Ford aparece
pletórica de nostalgia. La acción se dispone desde el presente al pasado por medio
de un poderoso y largo “flash-back”. El prestigioso senador Ramsom Stoddard,
anciano y a punto de la retirada, llega a Shinbone (‘Espinilla’) con su mujer
Hallie. Desea rendir tributo al cadáver de un viejo amigo, Tom Doniphon. Unos
periodistas le interrogan en un almacén sobre cómo era aquel lugar cuando él
llegó por primera vez. Entonces desempolva el nombre del ayer, simbolizado por
una diligencia sin ruedas, y parte en el pescante de sus recuerdos. Cómo a
mitad de camino fue asaltado y humillado por un matón llamado Liberty Valance,
que mantenía aterrorizada a media comarca. Liberty es un golfo muy diestro con
la fusta, y mucho más aún con las pistolas. Ramsom está convencido de poder
parar eso con la fuerza de sus libros de leyes, mediante la razón, el discurso
y la sensatez. Llega a Sinbone y, para pagarse el alojamiento, entra a trabajar
en el comedor de los padres de Hallie, a quien pretende Tom, un tirador más
rápido que Valance, que se está haciendo un pequeño rancho en las afueras. El
espíritu noble y educado de Ramsom conquista pronto el corazón de la chica.
Ante la evidencia, pero no sin hondísima amargura y dolor por su derrota,
Doniphon decide retirarse de la lid y ayudar en la sombra a Stoddard. Ramsom
abre una escuela popular de alfabetización a la que acuden Hallie y otros
lugareños. La paz del pueblo se ve una y otra vez quebrantada por las violentas
visitas de Liberty y sus dos secuaces, que se abren paso a golpes, insultos y
tiros. Stoddard comprende que no podrá parar a Liberty con la sola fuerza de
sus palabras. Entonces decide hacerse con un viejo pistolón para entrenar en
secreto. Cuando Tom se entera, le demuestra su inutilidad frente a la rapidez
de Liberty: “—Entérate de una vez, peregrino, Valance es casi tan rápido como
yo”. Y aquí surge la paradoja que plantea Ford sin tapujos: para vencer a la
violencia, el Derecho ha de aliarse con los violentos. Solo alguien resuelto y
veloz como Tom puede derrotar a Liberty Valance. Nadie más. La paz ha de
construirse sobre los restos de la guerra. Así se hizo Estados Unidos: los
colonos se independizaron, ganaron terreno a los indios, y liberaron a los
negros de la esclavitud.
El Oeste parecía hecho para
duelistas. Un pistolero no cabía donde ya había otro. Se ve en la maravillosa Raíces profundas (Shane, de George Stevens, 1952), donde también la fuerza se alía
con la inocencia de un niño para llevar la calma a unos pobres granjeros. En
Shinbone no pueden convivir dos duros como Tom y Liberty. Alguno de los dos
tiene que claudicar, marcharse, o perecer. Hay una escena, en la taberna donde
sirve Stoddard, que muestra este elevado conflicto: Liberty le pone la
zancadilla a Ramsom, y el filete de Doniphon cae al suelo. Tom reta a Valance
para que lo recoja: “—Ese era mi bistec. Recógelo, Valance”. Pero el pistolero
no está por la labor de obedecer. Entonces “interviene la Ley”: Ramsom se agacha para recoger lo tirado. Por
un momento, Liberty está a punto de desenfundar su arma contra Doniphon, quien
aprieta los dientes y masculla: “—Inténtalo, Liberty… Inténtalo”. Pompey –el chico de Tom (a los negros los
blancos les llamaban “boys”, chicos)-- apoya a su amo con su rifle. El matón y
los suyos se retiran con una refriega de pólvora en la calle.
Liberty es la sombra alargada de
un gobernador corrupto, adalid de los ganaderos y su demanda latifundista. Por
eso, no permite asambleas libres en Shinbone. Tampoco quiere que la prensa
hable, que se exprese libremente. Dutton Peabody entra una noche bebido en su
imprenta y cuando prende un quinqué la llama ilumina a Valance y los suyos,
dispuestos a silenciar a golpes al osado editor. La paliza es de antología. Ramsom
no puede resistir más y reta a Liberty a un duelo en la calle. Quedan solos los
dos. Liberty vuelve a humillar por tercera vez a Stoddard, riéndose de él e
hiriéndole en un brazo. Amenaza con que el siguiente disparo irá directamente
entre los ojos. Ramsom dispara casi sin apuntar y sorprendentemente acierta.
Liberty cae muerto. Los ciudadanos lo celebran y lo cargan en un carro, cual
despojo humano. Stoddard alcanza el rango de héroe absoluto: él ha sido quien
ha matado a Liberty Valance. Se le propone para representante del condado en
las elecciones locales. Hallie no se separa de él, y Tom, desesperado, se
embriaga y quema su rancho.
Ramsom acude a las elecciones,
donde se le acusa de haber matado a un hombre (lo hace un sujeto que traía un
discurso “cuidadosamente preparado” sobre un papel en blanco). Los suyos lo
defienden:”--¿Desde cuando es matar a un hombre terminar con Liberty Valance?”
Ramsom no se enorgullece de este hecho violento. Se avergüenza de sí mismo y
está dispuesto a rechazar su candidatura. Pero interviene Doniphon. En un
rincón apartado le cuenta la verdad, no la leyenda: “—Haz memoria, amigo. Tú no
mataste a Liberty Valance”. Fue Tom, con el rifle de Pompey, quien terminó en
la distancia con Valance. La penumbra de un callejón y lo solitario del entorno
acallaron su crimen. Lo hizo por sentido
de nobleza, de justicia… y por Hallie, para que la muchacha tuviera a su chico
del Este.
El relato vuelve a la realidad y
los periodistas que escuchan al curtido senador permanecen en silencio,
asombrados. ¡De manera que Stoddard no mató a Liberty Valance! La historia de
emotiva lealtad de Doniphon hacia Hallie y Ramsom les disuade de desvelar la
verdad alguna vez: “—Senador, esto es el Oeste, y en él cuando los hechos se
convierten en leyenda, no es bueno imprimirlos”.
Ramsom y Hollie se despiden de
Pompey y echan una última mirada al ataúd de Tom. Sobre la tapa hay una flor de
cactus. En el tren, de regreso al Este, Stoddard le interroga sobre ello a su
esposa y le propone mudarse a vivir a Shinbone. Es Hallie quien, en un arrebato de amor
melancólico, ha puesto el cactus sobre la caja de Tom. El encargado del tren
mima al ilustre viajero: “—De nada, senador. Todo es poco para el hombre que
mató a Liberty Valance”. Hallie y Ramsom se miran en silencio. La cámara sale
del vagón y muestra la marcha del ferrocarril dejando tras de sí una nube de
humo.
* * *
Si hay algo tan cautivador como
las imágenes y los grandes secundarios en las obras de Ford, eso es la música.
La banda sonora de El hombre que mató a
Liberty Valance es una balada lírica y nostálgica debida a Cyril J. Mockridge, quien repetiría la
sensación poética en La taberna del
irlandés (Donovan’s Reef, 1963),
después de haber entregado también la partitura de Pasión de los fuertes (My
Darling Clementine, 1946). Ford quería ser un bardo, un poeta
cinematográfico, y para conseguirlo necesitaba reforzar las secuencias con la música,
a menudo, canciones tradicionales piadosas o de la Guerra Civil americana. ¡Qué
bien está acompañada la acción en las películas de Ford! Los bailes
ceremoniales del regimiento en Fort
Apache (1948) o en La legión
invencible (1949). El musgo y el muérdago de la verde Eire en El hombre tranquilo (1952), con música
de un lirismo imperecedero de Victor Young. Asociamos cada partitura a cada
filme, como si fuera la huella del indio o del cazador solitario. Suele ser una
melodía cantada en grupo, como el tema principal “She Wore A Yellow Ribbon”
(‘Ella llevaba una cinta amarilla’), distintivo del regimiento, escrita por
Richard Hageman. O la preciosa “Te llevaré a casa, Kathleen”, incluida en Río Grande (1950), que después cantaría
Elvis. La impresión de balada se repite en Centauros
del desierto (1956) y El sargento
negro (1960).
La mirada nostálgica hacia un pasado dichoso impregna la narrativa de Ford: la sentimos en el rojo atardecer que circunda al capitán Nathan cuando habla a la tumba de su esposa (La legión invencible) o cuando Marthy Maer recuerda a su familia de West Point en Cuna de héroes (1955), creyéndola ver sobre la colina. Ni Ramsom ni Hallie consiguen desprenderse de su pasado y así desean volver a Shinbone, como si debieran eterno agradecimiento a la figura de Doniphon. No es el Shinbone de ahora en el que viven, sino en el enterrado, el del polvo, los cactus, la gente sencilla y las diligencias. Y es que todos deseamos tornar, antes o después, al lugar donde fuimos felices, y que llevamos de ese modo, con nosotros, en el corazón. Si no tenemos otra cosa, que al menos nos quede esa evocación, ese rumor de voces que oímos al ponernos pensativos.
La película es, sobre todo, una
maravillosa historia de amor entre Hallie y Stoddard. Hallie, con su mirada
tierna al curar a Ramsom, con su sincera entrega y fidelidad, como si fuera un
niño necesitado de protección. Un amor que dura una vida entera, sólido,
perenne, encomiable, envidiable. Todo el amor que puede sentir una mujer por un
hombre queda reflejado en esa secuencia filmada por Ford.
En El hombre que mató a Liberty Valance, rodada después de Dos cabalgan juntos, a partir de
septiembre de 1961 y en apenas treinta días (como muchos otros filmes del
maestro), no encontramos los grandes espacios de Ford. El blanco y negro
(para reducir presupuesto) recrea escenarios reconstruidos en estudio, dando un
cariz teatral al argumento de Dorothy M. Johnson. En efecto, las escenas se
circunscriben a ambientes reducidos, cerrados, claustrofóbicos (bien
iluminados, sin embargo): el comedor de la cantina, la escuela, el bar, la
redacción del periódico, la estrecha sala de la convención. Los espacios son
como telones de guiñol: no importan. Lo que interesa es el lado interpretativo:
James Stewart en el papel del
honrado y pacifista Ramsom Stoddard; inamovible e inconmensurable John Wayne –más comedido y austero que
de costumbre-- dando vida a Tom Doniphon; una dulce y angelical Vera Miles como Hallie; el áspero y
rudo nervio de Lee Marvin
componiendo a Liberty; el gran compadre de Ford, Edmond O’Brien, como Peabody; el recio Woody Strode en la piel de Pompey; el quejoso y obeso Andy Devine
en el rol del comisario; el irónico Ken Murray como el doctor. Y varios más,
cada uno poniendo su granito de arena para crear esa complicidad, esa familiaridad
festiva tan típica de Ford, si acaso reducida aquí por el miedo al sanguinario
Valance.
El guion es de Willis Goldbeck
(también productor, junto a Ford) y James Warner Bellah, pero la sensibilidad y
el romanticismo de la historia son claramente femeninos y parten de la citada
señora Johnson. La fotografía la firma William H. Clothier y el montaje Otho
Lovering.
Enlace a Carlos F. Heredero sobre la película.
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