Filmar con noche americana es un
artificio del cine que consiste en rodar a plena luz del día las escenas
nocturnas, mediante la colocación de un filtro oscuro ante el objetivo de la
cámara. Este largometraje constituye un emotivo y sencillo gran homenaje al
cine como arte, al cine por dentro y desde dentro. A Jonás, que es ahora el
espectador, se lo traga la ballena para que vea sus entrañas, no otras que los
entresijos de hacer un largometraje: los trucos y el plan de rodaje, las
adecuaciones del guion a la filmación, la repetición de escenas por nimios
detalles, la preparación del plató y de los decorados, las falsas lluvia y
nieve, los trágicos imprevistos… Pero, sobre todo, asistimos a la historia
humana: los actores –a veces divos para nosotros-- son presentados como seres
de carne y hueso, con sus crisis amorosas, sus fuertes inseguridades y sus
debilidades. Les vemos interactuar, también, con los miembros del equipo
técnico.
Vi esta película siendo
adolescente, y de ella me cautivaron entonces dos elementos: el rodaje en el
cuidado plató de exteriores, con la boca de metro, los figurantes y los travelling de la cámara; y, muy
notoriamente, el sueño del director,
donde aparece cuando era un muchachito y se acerca de noche a la puerta de un
cine; con un bastón (seguramente, tomado prestado al abuelo) engancha y
aproxima hacia sí un perchero donde se exhiben los afiches de la película programada,
que no es otra que Ciudadano Kane
(1941), de Orson Welles. El niño va desprendiendo una a una las fotografías del
filme, hace con ellas un montón y se marcha apresuradamente con aquel valioso
tesoro.
Ese hurto, más que posiblemente
veraz y autobiográfico del propio Truffaut, sintetiza todo el amor que se puede
sentir hacia el cine como arte. Por otro lado, ¡cómo han cambiado los tiempos!
¿Qué chico de catorce años de hoy se interesaría tanto por una película de
corte “intelectual” como Ciudadano Kane?
Lo más seguro que ninguno. Pero en aquella época, sí. En aquellos duros,
inciertos, vacíos y largos años existencialistas de la posguerra europea los
niños maduraban antes, se interesaban con presteza por el mundo de los adultos.
Kane no solo cuenta la vida de un magnate de la prensa norteamericana, sino que
es, en sí misma, renovadora e innovadora. Los contrapicados que dejan ver los
techos, el multiperspectivismo narrativo, los documentos gráficos… Una obra
adulta. Y esa propuesta narrativa y visual de Welles es la que cautiva al joven
ladronzuelo, futuro director de cine él también.
Por añadidura, era el momento en
que los realizadores europeos reconocían una deuda importante con el cine hecho
en Hollywood. Con Welles, con Hitchcock (del cual Truffaut es autor de la mejor
semblanza, plasmada en una larga pero fascinante entrevista), con Ford, con
Mankiewicz, con Lang… El cine norteamericano de aquellos maestros era entendido
no ya como un muestrario de estrellas (una de Gable, dos de Grant, tres de
Greta Garbo), sino como obra de arte digna de consideración y de meticuloso
estudio. Si quieres aprender a hacer cine, fíjate en tal o cual secuencia, en
tal o cual plano, en el montaje, la luz, el encuadre y el color. El cine no es
solo para pasar el rato; está también para enseñar.
No se puede decir más con menos.
La secuencia comentada del sueño del director es una hermosísima, eterna
reverencia al universo cinematográfico, no solo campo de entretenimiento, sino
monumento visual, sonoro y narrativo.
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