En 1554 se publicaba anónimamente
en Burgos, Alcalá y Amberes una de las mejores novelas españolas de todos los
tiempos: La vida de Lazarillo de Tormes.
Se suele defender el Quijote como
primera novela moderna. Yo lo pongo en duda, y apuesto por el Lazarillo, libro de cabecera
indispensable para todo lector curioso. El Lazarillo
parte del “yo” y vuelve al “yo” y su circunstancia. Si me quiero salvar a mí
mismo, tengo que salvarla a ella también. La obra es una delicia clarividente
de cómo está montada la sociedad occidental: el poder fáctico de la
religiosidad mal encarada y peor promulgada, la superstición, el fingimiento, la
hipocresía social, la acidia, el salvavidas de los cargos funcionariales. El
Lazarillo es cómo opera el cotidiano existir, sin exageraciones, fabulaciones
ni ínsulas lejanas. Si quieres superar al prójimo, tienes que espabilarte, y
ser más astuto y rápido que él. Mira primero por ti, y si a gusto quedas, no
cuides de lo que digan los demás, que quizá hablan por hablar y no tienen lo
que tú. La piedad no vale en el mundo de carne y hueso, y los dogmas de fe son
un cuento y la perdición material de los ingenuos.
Como todo clásico, desvela cosas
nuevas tras ser revisitado. Su porfiada hermenéutica ha cautivado a críticos
como Francisco Rico, Juan Goytisolo y Rosa Navarro Durán, que vuelven a
comentar cada cierto tiempo sus riquísimas ubres.
Adaptar bien al cine una pieza
literaria maestra es un reto de altura. César
Fernández Ardavín (Madrid, 1921-Boadilla, 2012) lo consiguió en 1959 y su
versión gozó del aplauso del público y de la crítica, izando muy alto el
pabellón de España en los momentos discutidos y polémicos del franquismo. El Lazarillo de Tormes se llevó el Oso de Oro del Festival de Berlín,
superando a cintas como Al final de la
escapada, de Godard. Fue el propio cineasta el encargado de elaborar el
guion y para ello echó mano no solo de las diferentes versiones del original,
sino también de contribuciones poéticas –tanto cultas (Garcilaso) como
populares (oraciones de ciego)— que existían en la primera mitad del siglo XVI.
Esta labor exploradora enriquece poderosamente la ambientación del texto,
además de tornarlo más didáctico y contemporáneo a su momento. Los exteriores,
rodados en Salamanca, Toledo y otros lugares emblemáticos, conservados casi
como en 1500, y la banda sonora de Salvador Ruiz de Luna, con voz muy cercana a
las chirimías renacentistas, contribuyen a realzar este importante fresco vivo
de la España del emperador Carlos.
Cuenta Lázaro su vida no ya a un
personaje principal e ilustre de Toledo, sino a un clérigo confesor, como si
decidiera sacudirse del polvo de sus pecados y partir hacia la madurez de su hombría. El
ciego (magistral Carlos Casaravilla),
primer amo que lo acoge de aquella manera, recita a la orilla de un río el
duelo de Nemoroso: “Corrientes aguas,
puras, cristalinas,/árboles que os estáis mirando en ellas,/ verde prado de
fresca sombra lleno…” Sabe lo que se aplaude en la corte, pero también cómo
seducir el corazón de la mujer dubitativa con sermones y monsergas la mar de
sustanciosas y oportunas: “Justo Juez
Divinal,/ a donde quiera que fueres,/ las armas de Cristo lleves./ Pies
tendrán, y no te alcanzarán”; “Ánima
sola,/ que en el campo gime y llora,/ que me tengas compasión en esta hora”.
Siguiendo la edición de Alcalá de Henares, comenta unos generosos atributos que
salen de la pared de este modo: “--Ves
esto, Lázaro, pues muchos quieren ponerlo sobre cabeza ajena y nadie quiere
tenerlo sobre la suya”. Juan José
Menéndez compone, por su parte, la imagen perfecta y elocuente del hidalgo
venido a menos, sórdido antecedente de Alonso Quijano y del mismo Cervantes. Margarita Lozano es la moza de taberna
de vida despreocupada y ágil que da a su hijo en adopción, no sin sentir que
algo se le desgarra en las entrañas al ver al muchacho partir. Y lo más
terrible y árido, el acierto consumado del nihilismo que espera al genuino
optimista, es el desenlace ideado por Ardavín para su película: Lázaro --niño
todavía-- huye de los cómicos a quienes ha denunciado a la justicia y corre por
el campo, entre las mieses. Asustado al contemplar cómo los alcanzan y
detienen, se abraza a un árbol seco y enjuto. Se suele decir que “a quien buen
árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Lázaro no ha sabido elegir a sus
amos, a cuál peor, pues escapa del trueno para dar en el relámpago. Pero lo
malo es que no le espera algo mejor en el futuro. Es decir, que su vida será
una repetición constante del infortunio y del desamparo. Con este final tan
excepcionalmente gráfico y rotundo, Ardavín burla a la censura, puesto que en
la novela el protagonista, ya hecho un hombre joven, acaba casado en Toledo con
la manceba de un arcipreste. Una mujer que ha parido tres veces y que va a
hacerle la cama al cura. A cambio, Lázaro es heredero de su ropa usada y
pregonero de sus vinos. Tan sonada deshonra requiere explicaciones, y Lázaro
las da por escrito a un noble que seguramente desea saber si el arcipreste es
de fiar como capellán.
El Lazarillo de Tormes tiene una diáfana fotografía en blanco y
negro y su puesta en escena encandila todavía hoy al público adolescente –inmerso
en las nuevas tecnologías y tan difícil de contentar--. Todos los chavales se
sienten identificados con el niño, Marco
Paoletti, con su aire inocente y frágil, tal y como corresponde a un
muchacho tierno arrojado a las desventuras del mundo. No olvidemos que no hay
maldad en Lázaro, que no es ningún delincuente, como sí lo serán los
posteriores antihéroes del subgénero picaresco.
La película de Ardavín funciona
en las clases de Literatura de ESO y Bachillerato y, si os cuento un secreto,
también me funcionó a mí cuando hice mi examen de oposición como profesor de
Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria, ya que me tocó exponer la unidad
didáctica de la novela picaresca del siglo XVI, y para ilustrar mi disertación
utilicé alguna secuencia de este filme. Los miembros del tribunal se sintieron
conmovidos al redescubrir una obra cinematográfica que formó parte de su
infancia o de su juventud, por ser tan buena adaptación de un clásico
imprescindible.
Hallé una copia en VHS de la
cinta de Ardavín por pura casualidad, hace unos quince años, en una liquidación
de películas de vídeo del hipermercado Alcampo. Conocía el filme por algún
antiguo pase por TVE y me hizo mucha ilusión poder conseguir esa copia por muy
poco dinero. Lo que yo no podía sospechar entonces es cuánto me ayudaría
después ese encuentro fortuito en mi trayectoria profesional.
* * *
Hace pocos días nos ha dejado César Fernández Ardavín, quien ha fallecido por causas naturales en
su domicilio de Boadilla del Monte (Madrid) el viernes, 7 de septiembre de 2012.
Había nacido en Madrid el 22 de septiembre de 1921. Era hijo de pintor, y
sobrino de escritor. Debutó en el cine como ayudante de dirección de Botón de ancla (1948). Sus mejores
trabajos son las adaptaciones literarias El
Lazarillo de Tormes (Aro Films, S.L., 1959) y La Celestina (1969), película donde por primera vez se pudo ver un
pecho desnudo, el de la actriz Elisa Ramírez. Se retiró del cine en 1979.
Carlos Casaravilla (Montevideo, Uruguay, 12-10-1900;
Cullera, Valencia, 17-02-1981) debutó como actor y cantante de revista, pero
pronto demostró su excelente solvencia interpretativa en largometrajes españoles
de prestigio, como Cómicos (1954) y Muerte de un ciclista (1955), de Juan
Antonio Bardem. En esta segunda, actuaba como extorsionador de la pareja de
amantes formada por Alberto Closas y Lucía Bosé. En Molokai (1959), la biografía del Padre Damián, era el leproso que
se suicida de un tiro de revólver.
En 2000 los realizadores Fernando Fernán-Gómez y José Luis
García Sánchez firmaban un pastiche titulado Lázaro de Tormes, que incluso se llevó el Goya al mejor guion
adaptado. No era más que una comedia erótica centrada en las noches toledanas del
protagonista de la novela. Estaba interpretada por Rafael Álvarez “El Brujo”,
Karra Elejalde, Beatriz Rico, Manuel Alexandre, Agustín González, Francisco
Rabal (el ciego) y Juan Luis Galiardo. La producción era de Andrés Vicente
Gómez.
Ha rastreado, recopilado, recitado y musicado los cantares de
ciego el folclorista Joaquín Díaz
en, p. ej., Música en la Calle (Cd de
la Fundación Joaquín Díaz y Several Records, 2003; www.funjdiaz.net, www.severalrecords.com )
* * *
Mis reflexiones sobre La vida de Lazarillo de Tormes (1554): pincha aquí.
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