Bryna se asomó por la ventana de la cocina
un día que nevaba. Allí, en el patio, sobre
la capa blanca, resplandecía una caja de oro.
Bryna fue y la abrió. Dentro sonreía
el pequeño Issur.
Todos los días mueren personas.
Pero no muy a menudo individuos que rebasen el siglo de vida. Kirk Douglas (Issur
Danielovitch Demsky) ha muerto en Beverly Hills, Los Ángeles con 103 años.
Había nacido en Amsterdam, una población del condado de Montgomery (Nueva
York), en diciembre de 1916. Su existencia se ha apagado el 5 de febrero de
2020. Licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad de Saint Lawrence,
para la que trabajó de jardinero, estudió arte dramático en Nueva York y allí
hizo amistad con Lauren Bacall. Debutó en el teatro en 1941, y en el cine en
1946, en el filme El extraño amor de Martha Ivers, un potente thriller
dirigido por Lewis Milestone, con guion de Robert Rossen, y coprotagonizado por
Van Heflin y Barbara Stanwyck. De
Paramount pasó a la Fox, donde pronto consiguió papeles de importancia: El
ídolo de barro (Mark Robson, 1949), con guion de Carl Foreman, sobre un
púgil ambicioso, su primera nominación al Oscar; del mismo Foreman le llegó un
relato hoy no muy recordado, pero realmente excelente, El trompetista
(Michael Curtiz, 1950), donde dio cuerpo a Rick Martin, un músico de jazz
defensor del nuevo estilo y donde compartió créditos con Lauren Bacall y Doris
Day; el potente western Camino de la horca (Raoul Walsh, 1951),
coprotagonizado por un secundario de oro, Walter Brennan; Río de sangre
(Howard Hawks, 1952), una imperecedera cinta de aventuras fronterizas con una
barcaza remontando el Missouri, en el territorio de los pies negros. Una obra
verdaderamente “de culto”.
Enseguida vendrían sus
largometrajes sobre el proceloso mundo de Hollywood, ambos dirigidos con
meritorio y recio pulso por Vincente Minnelli: Cautivos del mal (1952) y
Dos semanas en otra ciudad (1962), los dos con guion de Charles Schnee.
Sin duda, de las mejores interpretaciones de Douglas. El actor alternó el
melodrama intenso con películas de aventuras y de mero entretenimiento, pero
muy bien realizadas: 20.000 leguas de viaje submarino (1954), Ulises
(1954), Los vikingos (1958).
En esa década de los 50, Douglas
alcanzó verdaderos hitos interpretativos en dramas de impecable factura: El
gran carnaval (Billy Wilder, 1952), uno de sus papeles más interesantes: el
de un periodista de un modesto medio local que explota el accidente en una
cueva india para hacerse famoso; un descrédito despiadado de Wilder hacia el
sensacionalismo. De la mano de Minnelli y de George Cukor, Kirk Douglas rozará
la cumbre en El loco del pelo rojo (1956), la biografía de Van Gogh,
literalmente bautizada, en el original, como “Lujuria por la vida”. Este filme
fue su gran esperanza para el Oscar a actor protagonista. No pudo ser. Se lo
arrebató Yul Brynner por El rey y yo. Sí lo obtuvo Anthony Quinn por
encarnar a Gauguin. 1957 fue el año en que compitió Gigante, con tres
nominados: James Dean (en su última aparición), Mercedes McCambridge y Rock
Hudson (sin duda, y estimado unánimemente, su mejor rol y película).
En ese mismo momento, Douglas
estrena Senderos de gloria, con Kubrick en la dirección, en la que hace
de un militar que defiende a sus soldados de la acusación de cobardía. Adolphe
Menjou y George Macready prestan su rostro de época a esta historia ambientada
en el frente de la Gran Guerra. Douglas toma parte en la producción, a través
de su firma Bryna (el nombre de su madre). Casi dos décadas después, y
siguiendo su iniciativa, su jovencísimo hijo Michael pasará de hacer su pequeño
papel de detective en Las calles de San Francisco a producir uno de los
largometrajes más sólidos de la Historia: Alguien voló sobre el nido del
cuco (Milos Forman, 1975).
Dos westerns de Douglas merecen
capítulo aparte: Duelo de titanes y El último tren de Gun Hill.
Ambos firmados por John Sturges, el oficiante de La gran evasión. En la
primera, con guion del novelista Leon Uris (autor de Éxodo), Douglas es
Doc Holliday, el tahúr tuberculoso quien arrastra en pos de sí a la otoñal Kate
Fisher, esmeradamente interpretada por Jo Van Fleet (solo un año mayor). Kirk
compartió reparto con su “alter ego” en la pantalla a la hora de elegir dramas
de intensidad pareja, Burt Lancaster. Lancaster era el sheriff Wyatt Earp, el
mítico héroe de OK Corral. En el segundo título, Kirk da vida al comisario Matt
Morgan, quien se enfrenta a un viejo amigo para vengar el ultraje y horrible
asesinato de su esposa india. Le presenta réplica, de nuevo, el gran Anthony
Quinn.
La década de 1960 se abre con un muy
renombrado drama de amor, Un extraño en mi vida, de Richard Quine. Una
de esas historias que uno no se cansa de volver a ver. Con guion del mismo
novelista Evan Hunter, cuenta la relación adúltera e imposible de Larry Coe,
arquitecto, con Maggie Gault (Kim Novak), ambos casados.
El novelista Howard Fast y el
guionista Dalton Trumbo –que eran sospechosos de simpatizar con el
comunismo—brindaron a Douglas y a Bryna la oportunidad de filmar la primera
gran rebelión de esclavos de que se tiene noticia: Espartaco (Stanley
Kubrick, 1960). Douglas necesitaba hacer un filme histórico de gran altura y
formidable consistencia, que huyera del cartón piedra al uso y fuera como un
mirador abierto al pasado, a la Roma republicana. Para ello iba a contar con la
intervención de un elenco de lujo: Laurence Olivier (Craso), Charles Laughton
(Graco), Peter Ustinov (Léntulo Baciato), Jean Simmons (esclava Varinia), Tony
Curtis (esclavo Antonino), John Gavin (Julio César), Nina Foch (Helena), John
Ireland (gladiador Crixo), Woody Strode (gladiador Draba), Herbert Lom (Tigranes).
La película la comenzó Anthony Mann, quien rodó la secuencia de la cantera del
principio. Pero fuertes desavenencias con Douglas lo llevaron a ser reemplazado
por Kubrick, detallista, perfeccionista, metódico, hasta el punto de hacer que
Ustinov ideara el chiste de que él se ganaba la vida, como actor… haciendo Espartaco.
Parte de Espartaco se rodó
en la Comunidad de Madrid. En concreto, en Colmenar Viejo, toda la secuencia de
la batalla final, donde tomó parte activa el ejército español. Kubrick quería
militares disciplinados que se movieran en perfecta formación por el campo de
batalla. Así que logró lo que pretendía, porque la escena quedó majestuosa y
convincente. King Vidor había hecho lo mismo con Salomón y la reina de Saba
(1959), que también se rodó en las proximidades de Madrid, y con extras y
técnicos españoles.
La derrota de los esclavos se
inmortalizó como victoria moral, al no permitir que el estricto Craso
descubriera a su jefe. En el instante en que se pregunta cuál de ellos es Espartaco,
los rebeldes, al unísono, se levantan del suelo y gritan: “--¡Yo! ¡Yo soy
Espartaco!” El encubrimiento les cuesta ir siendo crucificados desde ese punto
hasta las murallas de Roma. Las sospechas de Craso se traducen en dejar para el
final a dos prisioneros, quienes lucharán a muerte entre ellos. El derrotado
perecerá rápidamente por la espada; el vencedor morirá lentamente en la cruz.
La recreación histórica es tan
contundente y de tal fuerza que nos acerca la cruda realidad trágica de los
hombres condenados a batirse diariamente, a veces hasta la muerte, los
gladiadores. En una escena en la escuela de lucha, Espartaco se dirige a Draba,
otro compañero de suertes, y le dice: “—Me gustaría ser tu amigo.” A lo que el
otro le responde: “—Los gladiadores no tenemos amigos. Mañana podemos salir a
la arena, y entonces tendré que matarte. O tú a mí.”
Espartaco es la gran
creación de Kirk Douglas, tanto a nivel de producción como a escala
interpretativa. Es una película de muy amplio presupuesto y realizada con
ambición. Muy audaz, u osada, al plantear una escena de bisexualidad, en el
baño, entre Craso y Antonino. El diálogo del gusto por las ostras y los
caracoles fue, finalmente, amputado, y aunque se rodó, la secuencia hubo de
sonorizarse durante el proceso de restauración del filme. Algunas tomas de
heridas y brazos cortados también se eliminaron, por considerarlas crueles.
Además, los distribuidores pedían aligerar el metraje para reducir el tiempo de
proyección. Cosa que se hizo. En la restauración, aparte de limpiar la imagen,
se reintegró casi todo lo eliminado después del estreno. Así que volvemos a
tener –y a poder disfrutar—una obra grandiosa, que, más que colosal al estilo
de DeMille o Griffith, resulta épica por la modernidad de la puesta en escena y
la insuperable calidad del texto, de la dirección y de las interpretaciones. Hoy
día Espartaco se mantiene exponencialmente vigorosa y firme.
Kirk Douglas nos ha regalado
otras buenas interpretaciones en consistentes largometrajes: Siete días de
mayo (John Frankenheimer, 1964), extraordinario drama militar que volvió a
reunir a Lancaster y Douglas, el primero como general golpista y el segundo
como el coronel que le desbarata los planes; El día de los tramposos
(Joseph Leo Mankiewicz, 1970), una estupenda tragicomedia carcelaria en la que
el alcaide (Henry Fonda) termina siendo el más listo; Camino de Oregón
(Andrew V. McLaglen, 1967) sobre la aventura épica de los pioneros, donde
Douglas hacía del jefe de la caravana, el senador William J. Tadlock, secundado
por un reparto estupendo: Robert Mitchum, Richard Widmark, y una jovencísima
Sally Field; Asalto al carro blindado
(Burt Kennedy, 1967), junto al inmenso vaquero John Wayne, el otro pistolero,
con memorables y chispeantes diálogos:
“—El mío cayó primero, Lomax.
--Sí, pero el mío era más alto.”
También El final de la cuenta
atrás (Don Taylor, 1980), con el portaaeronaves Nimitz atravesando una
extraña tormenta eléctrica y regresando a los días de la guerra en el Pacífico,
contra los japoneses. Una deliciosa película ochentera de viajes en el tiempo,
con Douglas en el papel del capitán del navío.
Kirk Douglas ha sabido dar todo
de sí. El rubio vikingo con su magnético hoyito nos ha brindado
interpretaciones poderosas: solemnes, reconcentradas en los dramas; muy
simpáticas, distendidas y desenfadadas en los momentos de comedia. Vivió el
Hollywood de la época dorada, cuando se hacían grandes y buenas películas,
donde al efectismo siempre se unía una historia y una construcción del
personaje firmes, con magníficos secundarios, tan competentes como las
estrellas de cada reparto. Supo y pudo elegir bien sus participaciones y se
alzó con los boletos ganadores.
Hollywood y el gran público
siempre recordarán a Kirk Douglas. Descanse en paz el del hoyito.
© Antonio Ángel Usábel, febrero
de 2020.
El rubio vikingo con su magnético?
ResponderEliminarNo se disuelve en la gente, va hacia adelante. ¿Qué nos depara un nuevo año mágico? Quizás una buena https://verpeliculas4k.org/misterio/ película también sea de interés para el hombre...
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