La acción del filme recrea los
hechos acaecidos en el interior del lujoso establecimiento Taj Mahal Palace
& Tower, un hotel de cinco estrellas, considerado de los mejores del mundo.
Hasta él llega un grupo reducido de asaltantes, quienes se ponen a disparar sus
fusiles Kalashnikov indiscriminadamente contra el personal y los usuarios del
hotel, matando a bastantes en primera instancia.
El personal superviviente (la
mayor parte, con un origen humildísimo), en vez de escapar por las cocinas,
decide permanecer, en su mayoría, junto a la hostigada clientela. Para ellos “el
cliente es Dios” y deben servirlo y protegerlo hasta sus últimas consecuencias.
Un grupo numeroso se refugia primero en un salón comedor, para ser muy hábilmente
llevado después al área VIP, de la sexta planta, protegida por una puerta
blindada.
Los terroristas, en nombre de “Alá
es grande”, registran cada planta y cada habitación, asesinando en el acto a
cuantas personas encuentran en su camino. Algunas se refugian en los armarios,
otras bajo las mesas o los mostradores. Quien en un primer momento salva su
vida, se pregunta si moverse de allí o permanecer escondido en su sitio. Y ahí
es donde los espectadores comparten la angustia con las víctimas potenciales
del comando. ¿Qué hacer mejor? ¿Salir a otra parte? ¿Quedarse? Es como jugar a
la ruleta rusa, y procurar que no se te escape el tiro que te dé en la sien.
Al mismo tiempo, vemos las
justificaciones de los asesinos: los muertos son infieles, los enemigos del
Corán; son responsables de la miseria en que han vivido muchas familias por un
reparto injusto de la riqueza y la sobreexplotación de Occidente. El fin –para ellos—justifica
los medios. Los muertos han de ser una advertencia y el comienzo de una gran
venganza. Los miembros del comando saben que, antes o después, caerán abatidos,
pero no les importa morir por unos principios y por una razonable cantidad de
dinero, en compensación, para cada una de sus familias.
La Policía, mermada en sus
efectivos y confusa, ha de intentar parar a los juramentados con armas
convencionales: escasas pistolas y fusiles. Los sorprendidos en el hotel
tampoco logran reducir a ningún asaltante y hacerse con un AK-47.
Las interpretaciones son todas
completas y excelentes, destacando, sobre todo, Anupam Kher (Oberoi, el Jefe de
Cocina), Dev Patel (Arjun), Nazadin Boniadi (Zahra), Amandeep Singh (Imran, uno
de los terroristas) y el veterano anglosajón Jason Isaacs (el ruso Vasili).
Hotel Bombay es un
drama serio, duro, sin concesiones a una estética comercial, cuya acción no
decrece ni un instante, en la línea de títulos como Los gritos del
silencio (The Killing Fields, Roland Joffé, 1984), Bajo el
fuego (Under Fire, Roger Spottiswoode, 1983), El cazador
(The Deer Hunter, Michael Cimino, 1978), El año que vivimos
peligrosamente (The Year of Living Dangerously, Peter Weir,
1982).
Para los amantes de la ficción
documental bien realizada. Magnífica, elocuente en cuanto a los estragos del
fanatismo de toda época y lugar, y más que recomendable.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre
de 2019.
"Hotel Bombay" (Metropoli)
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