París. Exposición Universal de
1900. Los visitantes se trasladan sobre una pasarela mecánica horizontal, como
la que hoy tenemos en cualquier estación de Metro. Lo captaron, en una película
de menos de un minuto, los creadores del cinematógrafo proyectado, los hermanos
Lumière (Louis y Auguste).
Llega ahora a los cines el
documental ¡Lumière! Comienza la
aventura (Lumière!
L'aventure commence, Francia, 2017), una recopilación de ciento ocho
cortometrajes de 50 segundos cada uno, minuciosamente restaurados y reproducidos
en su formato original, por el Instituto Lumière de Lyon. Su director, Thierry
Frémaux, es también el narrador del filme. Una amena forma de reconocer el
talento de estos dos hermanos empresarios y cineastas, que repartieron sus
cámaras por medio mundo y llegaron a sumar más de 1.400 negativos (entre 1895 y
1905).
En aquella época no se podían
sacar copias de un negativo. Como consecuencia, cuando este se deterioraba por
el número de pases, había que volver a rodar la película. Es así que hoy se
conservan varias versiones de La salida
de los obreros de la fábrica (hasta tres) o de El regador regado (dos).
Las primeras películas
presentadas por los Lumière eran documentales. La llegada del tren a la ciudad, captada en diagonal con la vía,
causó pánico y sensación en el parisino Salón Indio del Gran Café, en el número
14 del Bulevar de los Capuchinos, el 28 de diciembre de 1895. El tren parecía
querer arrollar a los espectadores.
Otras cintas de los hermanos
mostraban escenas familiares o costumbristas: una niña jugando con un gato
(inspirada en los lienzos de Renoir, y posiblemente, el primer plano medio de
la Historia), un bebé comiendo, unos jóvenes bañistas, niños jugando a las
canicas… También hubo un amplio espacio para la comedia: el sombrero versátil,
los jinetes que no aciertan a subirse a la montura, las guerras de bolas de
nieve, el cortejador sorprendido, el manteo…
Conscientes ya de la posibilidad
de ofrecer en un mismo plano general varias escenas, los Lumière lo ensayaron
en varios momentos. Por ejemplo, la extracción del coque caliente, en la zona
baja de la pantalla, es observada por unos curiosos –de pie, en el área
intermedia de la misma--, mientras que unos operarios arrastran unas vagonetas
en la parte superior del encuadre. Tres escenas en un único plano. Como luego
diría Raoul Walsh, solo hay un emplazamiento para la cámara.
Aunque la cámara solía permanecer
siempre anclada al suelo (la manera favorita de rodar después del gran John
Ford), de tal modo que en un partido de fútbol se veía a los jugadores, pero
poco la pelota, los técnicos de los Lumière se atrevieron a montarse en un
globo aerostático, para filmar en su ascenso a los transeúntes, o en una lancha
con marinos remeros, y captar el esfuerzo de estos. Asimismo, utilizaron barcos
para tomas de travelling o el ascensor de la Torre Eiffel para mostrar su
corazón de hierro.
En Extremo Oriente, captaron los
estragos del colonialismo: unas señoritas elegantes tiran puñados de monedas a
una manada de chiquillos desarrapados, como si se tratara de migas a las
palomas. O los críos de una aldea de Vietnam corren tras la cámara, que los
filma desde un palanquín. Hasta los testigos mudos de la Historia Antigua
formaron parte del catálogo silente de los hermanos, ya sea la esfinge de Guiza
en conjunción con la Gran Pirámide.
Los Lumière se dieron cuenta de
las enormes posibilidades del cinematógrafo. Es la primera vez que, en pantalla
grande, se pueden disfrutar varias de sus películas en su genuino esplendor,
con la luz y la nitidez adecuadas, sin incómodos parpadeos ni ralladuras en la
imagen, que se ofrece limpia y uniforme totalmente.
© Antonio Ángel Usábel, octubre
de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario