El hilo invisible (Phantom Thread, 2017) es la última película del realizador Paul Thomas Anderson (The Master, 2012) y,
según se dice, la interpretación definitiva del actor Daniel Day-Lewis,
por haber anunciado su intención de retirarse del mundo del cine. Cuenta la historia
de Reynolds Woodcock (Day-Lewis), un hombre maduro retraído, edípicamente
postrado ante el recuerdo de su madre –quien le enseñó el oficio de la costura—y
dependiente de su hermana Cyril (Lesley
Manville). Ambos viven a comienzos de la década de 1950 en un vetusto edificio
londinense, de interminables, estrechas escaleras, como la estrechez de los
vestidos que diseña Reynolds, donde la mujer está encajonada o enchiquerada,
pero orgullosa de tan elegante y exclusivo corsé. El modisto tiene clientes
exclusivas, de la realeza y la alta sociedad, y se relaciona muy poco con la
gente común. Vive por y para su trabajo, ya sea en la capital o en retirado el
campo, donde tiene un ático acondicionado para continuar con sus creaciones. Un
día, al detenerse para desayunar en un modesto restaurante rural, se fija en
una camarera joven, Alma (Vicky Krieps). Llama su
atención y ambos se ponen a coquetear sobre el menú. En un arranque de dominio
asirio, Reynolds se la lleva de allí y la conduce hasta su ático, donde la
prueba vestidos y le toma las medidas, con la tácita aquiescencia de ella. Más
tarde, la instala con él y con su hermana en su casa de modas de Londres. Alma
se ofrece como modelo y como ayudante en el taller de costura de Reynolds. Sin
embargo, la sensación que suscita en su príncipe-ermitaño es de amor-odio,
puesto que con su costumbre de no contener los ruidos al masticar o al usar la
vajilla perturba el casi ensimismamiento autista de Reynolds. Cansada, por su
parte, de la adicción al trabajo de este, Alma idea una solución drástica y
temeraria que no evidencia sino su absoluta dependencia del exitoso diseñador.
De este modo, se cierra el
círculo de insanas dependencias: la de Reynolds respecto del recuerdo de su
madre muerta y de su hermana soltera, la de Cyril hacia su hermano, a quien
protege del exterior y cuida como si de una progenitora posesiva se tratara, y
por fin, la de Alma, hipnotizada por la compleja personalidad del modisto.
La película subyuga de principio
a fin por la cuidadísima dirección artística (Mark Tildesley, Chris Peters,
Denis Schnegg, Adam Squires, Véronique Melery) y por la exquisitez de los
diseños de alta costura (firmados por Mark Bridges). La creación de Reynolds Woodcock
por parte de Daniel Day-Lewis confirma su maestría como genial intérprete de
personajes excéntricos de proyección decimonónica y dickensiana. Alma, Vicky Krieps,
está siempre a su altura y ofrece su réplica con convicción rotunda.
El guion original de Paul Thomas
Anderson –quien también se cuida de la fotografía—es, por otra parte, un canto
a la alta costura como arte esmerado. Vemos la forma de emplearse a fondo del
diseñador, su celo con las expertas mujeres de su taller, su pase de modelos. Muy
probablemente, el personaje protagonista está inspirado en el astro creador
español Cristóbal Balenciaga (Guetaria,
1895-Valencia, 1972). Hay muchos puntos coincidentes entre ambos: Balenciaga
también tuvo solo a su madre (su padre, pescador, murió ahogado en la mar), de
la que aprendió el oficio de coser, que él siguió ejercitando toda su vida y
con excelente empeño (como obra Reynolds en la película); Cristóbal era
retraído, poco sociable, y huía de las aglomeraciones, como le ocurre
igualmente a Woodcock; su clientela era exclusiva y fiel; sus vestidos únicos,
siempre de alta costura y nunca de “listo para llevar”; sus creaciones
desprendían peso y volumen, como sucede con las del modisto de la ficción;
cuando un vestido no le convencía plenamente, se angustiaba y lo deshacía por
entero. Lo único que distancia a Balenciaga de Woodcock es su pasión por el
esquí, diferencia que se subraya en el guion durante la visita de este a una estación
invernal: solo Alma esquía, mientras Reynolds se queda sentado en la terraza.
El hilo invisible
desarrolla una obsesión recíproca por vestir y ser vestida, por dignificar a su
exclusiva manera denodada la mujer-objeto y que esta se rinda a esa inusitada
querencia impositiva del maestro. Woodcock es, por momentos, Scottie (James
Stewart) trasmutando neuróticamente a Judy Barton (Kim Novak) en Vértigo (1959). Pero aquí no para
convertirla en la mujer que no es, sino para llegar a poseerla, para acercarla al
codiciado fetiche de fantasma. La reclinación no es, sin embargo, unidireccional,
pues Reynolds y Alma entran en un juego de posesiones, y de cambios. Y a la
larga es Alma quien más revierte y quien más posee. Alma Reville era el nombre
de la esposa de Hitchcock. Carlos Reviriego asegura en El Mundo que este es el largometraje “que Hitchcock definitivamente hubiera matado por hacer”. Pero
quizá, tras ver solo quince minutos de lo rodado por Paul Thomas Anderson, el
genio hubiera desistido; y, rendido a este ejercicio sublime de decoro
contemporáneo, se hubiera buscado otra historia.
© Antonio Ángel Usábel, febrero
de 2018.
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