Churchill es una figura indispensable del siglo XX. Ahora nos
llegan sus dudas y sus temores sobre la operación
Overlord, el desembarco de Normandía, en esta cinta homónima de Jonathan
Teplitzky, vigorosamente interpretada en su conjunto, pero en la que domina con
majestad y plena autonomía Brian Cox.
Cox resucita a Sir Winston. Compone
un personaje íntimo, veraz en sus debilidades, y por ello portentoso. Un hombre
empeñado en salvaguardar a una nación entera, Gran Bretaña, dueña de un
imperio. Un político que reconoce sus errores, a los que teme por sus a veces
funestas consecuencias, y que no está dispuesto a repetirlos.
Se avecina el Día-D, el Día más
largo. El crucial momento de asaltar Francia, ocupada por los alemanes. La
costa está fuertemente defendida. Se prevén muchas bajas y hace mal tiempo. El
Canal de la Mancha puede ser la pasarela para la catástrofe, como lo fue en
Gallipoli. Churchill se solidariza con los jóvenes soldados que deberán tomar
una playa centímetro a centímetro bajo el terrible fuego enemigo. Discute con
Montgomery y Eisenhower los planes de la invasión. En su opinión, hay que
concentrar la batalla en el Mediterráneo, desgastando al Eje desde el sur de
Europa. Ike y Monty no están de acuerdo y quieren jugársela abriendo otro
frente en Normandía.
Al final, el viejo león –que se
aficionó a los puros en Cuba, mientras servía como cadete a las órdenes del
general Martínez Campos—ha de claudicar. Él no es una pieza importante en la
estrategia militar de la contienda; es una ficha fundamental en el organigrama
político del Viejo Continente. Un líder carismático para su pueblo, el
británico.
La película está llena de
memorables paseos de Churchill por la playa. De primeros planos con su
preocupación, con sus reflexiones. Y esos son los preciosos momentos que Brian
Cox no descuida lo más mínimo para identificarnos con el individuo histórico. Es
imposible no ver en Cox a Churchill, como también lo fue no identificar a
Charlton Heston como Moisés, a Marlon Brando como Napoleón, o a Peter Ustinov
como Nerón.
Miranda Richardson –otra gran veterana—le da la réplica como su
esposa Clementine. Una parte muy interesante del filme son las discusiones
matrimoniales. Churchill era un hombre difícil, porque nunca estaba del todo en
casa. Su sino era el Parlamento, la política, y durante la Segunda Guerra
Mundial, los centros de operaciones. Mucha paciencia le reconoce él a su mujer,
en esas condiciones poco aptas para la tranquilidad familiar.
El guion parte de una
historiadora especialista, Alex von Tunzelmann, la fotografía (serena pero
elocuente) es de David Higgs, y la ambientación de Chris Roope.
Película modesta, apartada de la
espectacularidad de Dunkerque
(Christopher Nolan, 2017), pero cercana y envolvente, con ese inigualable
efecto especial que era, para Jack Lemmon, una buena interpretación.
Secundan a Churchill / Cox los mediorrelieves
de Eisenhower / John Slattery y Montgomery / Julian Wadham.
La mejor secuencia de la película,
la de la claudicación de Churchill ante su rey Jorge VI (James Purefoy).
Aconsejable visionarla en versión
original inglesa. La dicción es excelente y los diálogos resultan sencillos. La
buena vocalización de los actores es muy comentada por el público español.
Quien ame la Historia europea del
siglo XX, a quien le seduzcan emblemas como Churchill, debe ver esta película.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre
de 2017.
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