
Ahora, en nuestro 2015, llega el
más difícil todavía, Jurassic World (Mundo Jurásico), que viene firmada por Colin Trevorrow (co-guionista), a la mayor gloria de sus
productores ejecutivos, Steven Spielberg, Frank Marshall, Jon Jashni y Thomas
Tull. Porque se puede decir, sin ánimo de exagerar, que esta vez Spielberg se
supera a sí mismo y ofrece un formidable espectáculo de 130 minutos, de ritmo
galopante e impecable factura. No puede ser esta una cinta de palomitas porque
uno hasta se olvida de que existen. La acción no decae ni medio segundo y, a
pesar de contener los consabidos guiños al icono original, Jurassic World lo supera y minimiza ampliamente. Los numerosos
plagios pasan casi desapercibidos. Estamos ante una obra maestra del cine de
acción de los últimos tiempos, llamado a convertirse en un clásico moderno. Una
película que apetecerá revisionar en familia con frecuencia.
El cine de los setenta y de los
ochenta se alimentó de catástrofes: trasatlánticos que volcaban por olas
gigantes, rascacielos que se incendiaban, islas volcánicas que explotaban,
terremotos que abrían brechas y fallas, aeronaves con problemas… Jurassic World bebe de esas fuentes: de
unos personajes en riesgo, que han de escapar de un peligro mortal; algunos lo
consiguen, otros mueren en el intento, para abono del morbo del espectador. Lo mismo
sucedía con las luchas de gladiadores: unos sobrevivían, otros perecían en la
arena, y su sangre fertilizaba el corazón de las masas, ávido de muertes y de acciones
violentas. Por otra parte, está el cine de terror, los monstruos, los
fantasmas, las criaturas anfibias que viven en los lagos y secuestran a la
heroína, los zombis y cadáveres vivientes que cercan a sus víctimas en una
casa. Hitchcock y sus admirables pajarillos inquietos y traviesos. De todo ello hay en Jurassic World,
donde nace un alien transformado en saurio terrible, mimético, escurridizo, de fuerza
descomunal e inteligencia maléfica y endemoniada. Quienes en la película
original de 1993 eran los malos malísimos, los malvados irresolutos, aquí
reinan como campeones en el combate contra la nueva amenaza. Porque no hay mal
que por bien no venga.
Como en las viejas producciones
de sabor gótico, o en el regreso a bases lunares desiertas, los protagonistas
visitan ruinas misteriosas, ancladas en el pasado, en las peregrinas cárceles
de la invención. Otro acierto para crear una atmósfera de suspense.
Una dirección artística digna de
los mejores platós de Cinecittà, que utiliza con apabullante esmero y
delicadeza las técnicas de ambientación digital, hace de esta película,
también, un soberbio homenaje al cine de masas: los planos generales del parque
son colosales, hay cantidad de gente moviéndose. Se diseña un acuario enorme,
para contener una bestia de las profundidades, y las gradas de los cientos de espectadores
que asisten descienden bajo tierra para observar una mampara y, a través de
ella, seguir los movimientos de la triásica criatura.
El guion (Rick Jaffa, Amanda Silver)
está bastante pulido, y ningún detalle parece haber sido dejado al azar. Las
interpretaciones son plenamente convincentes, incluso superiores a los
protagonistas de la cinta del 93. Chris
Pratt, un magnífico naturalista Owen; Bryce
Dallas Howard, su atractiva compañera de fuga; el veterano Vincent D'Onofrio, el creído de turno (gracias
a los dinosaurios más feroces, no necesita pegarse un tiro en los lavabos, como
en La chaqueta metálica). Los niños
están muy bien, muy naturales: Nick
Robinson (Zach) y Ty Simpkins
(Gray). El que no parece estar muy a gusto, no muy cómodo fuera de su ambiente
de suburbio parisién, es el nuevo Woody Strode europeo, el apuesto actor de
color Omar Sy (Intocable, Samba).
Sobresaliente, una deliciosa
experiencia para los sentidos este Jurassic
World. Una de esas películas de acción y emoción que se agradecen, porque
uno se mete de lleno con los personajes en el centro de la pantalla, se olvida
del entorno (menos de los dinos, claro), y hasta de sí mismo.
Por añadidura, en el atrezo, la nueva / vieja botella de Coca-Cola.
© Antonio Ángel Usábel,
junio de 2015.
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