El pasado viernes, 18 de mayo de
2012, celebramos un grupo de amigos en el Café Comercial de Madrid un cinefórum
en torno al clásico El tercer hombre
(Carol Reed, 1949). La animada tertulia que suscitó la película prueba que las
grandes películas nos estimulan y nos siguen hablando eternamente.
El tercer hombre es una historia actual de perdedores, algunos
honrados y otros sinvergüenzas. También es un retrato de falsas amistades y de
obsesiones afectivas. Además de una reflexión nada baladí sobre el egoísmo
consustancial a los mecanismos del poder y a las oscuras y perversas ambiciones
que rigen la condición humana.
A la destruida Viena de la posguerra llega Holly Martins, jinete solitario de Santa Fe, escritor fracasado de novelas del Oeste baratas. Ha recibido invitación de su único “gran” amigo, Harry Lime. Pero cuando llega al domicilio de Lime, el portero le avisa de que ha fallecido víctima de un atropello. Holly se pone a hurgar y poco a poco le sale al paso una negra trama relacionada con el tráfico de penicilina adulterada. Harry no ha muerto, y está implicado. Hay una chica de por medio, Anna Schmidt, una refugiada checa con pasaporte falso, enamorada de los huesos del criminal Harry, que complica la determinación de Holly de colaborar con la policía en su detención. Anna sabe que Lime es un delincuente, responsable de las taras o de las muertes de numerosas personas. Pero no puede dejar de amarlo y de protegerlo… Mi buena amiga Catalina T. nos hizo observar el carácter obsesivo, malsano y enfermizo de esta dependencia de Anna hacia Harry, parecida a la que siente Holly por su amigo de siempre. Holly es un llanero solitario, pobre y sin amigos, que reverencia a Lime por sus dotes de supervivencia y de adaptación. Le cree un amigo verdadero y fiel, cuando en realidad de niños traicionó su confianza varias veces, y ahora sería capaz de asesinarlo si las circunstancias lo requirieran. En la famosa secuencia de la noria, en el Prater, Harry abre la portezuela de la cabina cuando más alto están y amenaza a su “amigo”: “--Si te cayeras desde aquí arriba, a nadie le daría por buscar un agujero de bala en tu cuerpo”. Martins, entonces, le revela que la policía ha abierto su ataúd y ha descubierto que sigue vivo. Si la autoridad ya conoce su secreto, Harry no tiene ya ninguna necesidad de matar a Martins. Pueden continuar como “amigos”. Lime incluso está dispuesto a que Holly le encubra y que participe en su negocio vil de medicamentos letales. Hay mucho dinero en juego, libre de impuestos. Total qué importa que muera gente, esos insignificantes puntitos negros que se ven desde la noria. Cuando uno cobra distancia respecto de sus semejantes es más fácil matar. Es más fácil matar con un cañón o con un rifle, o con una bomba arrojada desde un avión, que en la proximidad, cuerpo a cuerpo, con una pistola, un cuchillo, o con las manos. La conciencia parece aletargarse, quedarse más tranquila. Hitchcock nos recordó lo difícil que es matar a quien se tiene delante en la famosa escena de Cortina rasgada (1966), cuando al dogo de la policía política deben asesinarlo en el horno de gas de una granja el físico Armstrong y una colaboradora. Recordemos el violento y prolongado forcejeo de la víctima, el titubeo de la mujer para hundir el cuchillo de cocina en el lugar preciso, la lenta y drástica operación de arrastrarlo hasta la espita de gas y dejar que se ahogue; sus manos crispadas convulsionándose. Esto no lo hace cualquiera.
¿Es Harry Lime un criminal
compulsivo, un psicópata? Desde luego, era un tramposo desde crío, cuando
simulaba tener fiebre para no ir a un examen del colegio. Como los psicópatas,
no alberga conciencia de culpa por los desmanes que su acción está cometiendo.
Ahora bien, de haber podido encontrar otra manera menos dañina de hacer dinero
fácil, ¿la hubiera preferido a esta del comercio ilegal de penicilina?
Posiblemente sí. Quizá su faceta más repulsiva no hubiera aflorado nunca. Sin
embargo –no lo olvidemos--, Harry se sonríe sardónicamente, como un niño
travieso. Es como si se tomara la vida –y a los demás-- a chirigota. Harry es
un cínico, un fingidor, y un mentiroso. Una cloaca humana, dispuesto a emular a
los más baratos y silenciosos extras
de la película, los roedores de las alcantarillas de Viena. Como muy bien
señaló Jaime M., Harry es una rata. Un ser asqueroso. Pero una rata alimentada
desde el sector soviético de la ciudad. Porque, a pesar de los ajustes de
cuentas que se producen tras una contienda, también se protege a muchos seres
abyectos que se ofrecen a colaborar con el vencedor. El fin, ya se sabe,
justifica los medios, y la política a menudo no conoce límites para pactar. La
democracia es una cortina de humo que no deja ver la roña que hay detrás,
sosteniéndola. Quien crea en su honestidad como sistema, es un ingenuo, un
idealista. “Ya no hay héroes”, se encarga de recordar Harry a su “amigo”.
Ahora bien, Harry ni es un
neurótico, ni mucho menos un psicótico. Anna y Holly sí que dan la imagen de
neuróticos, al estar prisioneros de un impulso de dependencia obsesiva que no
admiten ni ven. Holly vence esa esclavitud al final, cuando se rinde a la
evidencia de la escalada criminal de Lime. Pero Anna no; continúa enamorada
profundamente de Harry, y por eso no acepta reunirse con Martins. Holly es el
responsable del final del hombre de sus sueños, el nuevo Judas.
Para algunos, El tercer hombre coincide con nuestros tiempos en la profunda
crisis existencial y de valores éticos que se han padecido y se padecen. La
intensidad aguda de la cítara de Anton Karas –extrema en los momentos de mayor
clímax—es como un grito estridente en la niebla. Estamos rodeados de
podredumbre. Nadie defiende los derechos de nadie, y el mundo es ese carro de
heno del Bosco, del cual cada uno toma lo que puede. Quienes piensan así se
contagian del pesimismo nihilista del propio Lime, quien al bajar de la noria
(otro símbolo de la rueda fatal de la Fortuna) comenta esta verdad incómoda:
En el mundo no hay hombres buenos y nobles que construyan. Solo construyen (y destruyen) los criminales, los pragmáticos, los ególatras. “El mundo se arregla pegando fuerte”, como decía el otro, el Espadón de Loja.
Para otros, la democracia todavía
se puede salvar. Aún hay esperanza. Ahí está la labor impecable de la policía
militar británica, haciendo justicia con Harry. No todo está perdido. La virtud
sale enaltecida, y el vicio condenado.
***
*MITOLOGÍA:
El tercer hombre fue un proyecto de Carol Reed en colaboración con
el novelista Graham Greene. Greene presentó un guion, que Reed y Orson Welles
fueron retocando a conveniencia. Por su parte, los productores, Alexander Korda
y David O’Selznick, exigieron supervisar los cambios, e impusieron el desenlace
antirromántico del filme.
La película se rodó entre Viena y
los estudios londinenses Shepperton. La escena de la llegada de Martins a la
estación de Viena –dividida entonces en cuatro sectores aliados—no fue
autorizada por los soviéticos, que cancelaron el permiso. Tuvo que rodarse
improvisadamente, mientras unos miembros del equipo distraían a los policías
rusos.
El verdadero comienzo, en el
cementerio de la ciudad austriaca, anticipa el final, en el mismo camposanto y
con parecidos planos. Es una determinación cíclica del universo, como redonda
es la gigantesca noria del Prater, que hubo de reconstruirse para la película,
pues estaba muy dañada por los bombardeos.
La fotografía es de Robert Krasker (ganador del Oscar) y
los encuadres hacen hablar a la cámara, mediante sucesivas tomas en escorzo,
picados y contrapicados, planos y contraplanos. Los momentos de honda tensión
dramática vienen resaltados por la
cítara de Anton Karas, un músico
callejero al que Reed escuchó un día por casualidad y al que contrató para
poner música a la cinta. El tema principal de El tercer hombre encumbró y a la vez eclipsó a su compositor, al
que siempre se pedía que volviera a la película.
El primer encuentro de Holly con
Harry, de noche, en la calle, no está rodado en Viena, sino en una plazoleta de
Londres, donde se pudo conseguir el efecto mágico de un haz de luz cenital
intensa incidiendo en el rostro irónico de Lime, refugiado en el portal de una
casa. Es un plano para la Historia del Cine, el mejor momento de Orson Welles
como intérprete.
La persecución en las cloacas de
Viena, excelentemente filmada y montada, fue alargada por el director, a quien
gustó el efectismo y la intensidad de un delincuente atrapado como una rata en
su propio medio. Los dedos que alcanzan con dificultad la cumbre, la tapa
enrejada de la salida, no son los de Welles, sino los de Reed. Hay quien dice
que el gran Orson, cansado de correr entre tanta porquería, se fugó de la
ciudad antes de terminar la secuencia. Otras versiones, más verosímiles,
explican que los dedos de Welles no cabían por los huecos de la tapa, y que por
eso hubo de doblarlo el propio director.
Sin duda, El tercer hombre es el mejor trabajo tanto de Joseph Cotten –espléndido en su sobriedad—como de Orson Welles. Mucho más entretenido,
emocionante, emotivo, sugerente y redondo que Ciudadano Kane (1941), El
cuarto mandamiento (The Magnificient
Ambersons, 1942), El extraño
(1946), La dama de Shangai (1948) o Sed de mal (1958). Welles esgrimía un
talento intelectual que no era aceptado como comercial por los estudios. Por
eso fue un proscrito toda su vida, un mercenario que acabó vendiéndose en
Europa a precios bajos en producciones sin calidad, con el fin de obtener
dinero que invertir en sus proyectos locos, casi siempre inacabados.
Alida Valli, actriz italiana “descubierta” por Selznick, participa
en El proceso Paradine (1947), una de
las más flojas obras de Hitchcock. Más tarde rueda a las órdenes de L. Visconti
Senso (1954).
En cuanto a Trevor Howard, había regalado su figura de galán sacrificado en la
excelente Breve encuentro (1945), de
David Lean. Consiguió sus mejores papeles al interpretar al cruel capitán Bligh
en Rebelión a bordo (Lewis Milestone,
1962) y a Richard Wagner en Ludwig
(1972), de Visconti.
Carol Reed concede protagonismo a
los objetos: el cuchillo se detiene al trinchar el asado; el vapor del tren
vela una ventana de estación; unas batientes se mueven y un abrigo cae al
suelo. Son las sombras de los seres humanos, la huella fugaz y evanescente de
sus acciones.
El largo, largo plano secuencia del final, cuando Anna rebasa la línea del expectante Holly, e incluso el mismo puesto de la cámara, pudo inspirar –a mi ver-- el también plano general que emplea David Lean en la secuencia del pozo de Lawrence de Arabia (1962), cuando T. E. ve llegar desde lejos al beduino sobre su dromedario, hasta alcanzar su posición.
A nuestro juicio, El tercer hombre debe ocupar espacio entre las diez o quince mejores películas de la Historia del Cine. La revista Cinemanía, en su nº especial 200 (mayo de 2012), la relega injustamente al puesto 120, por detrás de Los siete samuráis, de Kurosawa, y por delante de El exorcista y Los 400 golpes. ¿Cuáles serían, según esta revista, los diez mejores títulos del Séptimo Arte? Anotad: 1º. El Padrino (1972); 2º. El Caballero Oscuro (2008); 3º. Pulp Fiction (1994); 4º. El retorno del rey (2003); 5º. El Padrino II (1974); 6º. El imperio contraataca (1980); 7º. Casablanca (1942); 8º. La lista de Schindler (1993); 9º. El club de la lucha (1999); 10º. Cadena perpetua (1994). En fin, se comprende alguna, pero otras…
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