El 22 de julio de 2011, en Noruega, un
extremista llamado Anders Behring Breivik cometió dos fechorías:
hacer estallar una potente bomba en el centro de Oslo, y atacar un
campamento juvenil en la isla de Utoya, a cuarenta kilómetros al
noroeste de la capital. Por sus disparos murieron 77 personas, 99
fueron heridas de gravedad, y otras 300 necesitaron de asistencia
psicológica para sobrellevar la tragedia.
Utoya,
22 de julio (Erik
Poppe, Noruega, 2018) es una
película insólita porque está rodada con cámara subjetiva y en un
único plano secuencia de 72 minutos, exactamente el tiempo que duró
el ataque al campamento de jóvenes laboristas. Al parecer, la toma
válida definitiva fue la cuarta. Un plano secuencia tan largo exige
una precisión milimétrica, una composición perfectamente ensayada
tanto del recorrido del cámara como de los movimientos, reacciones e
interpretación de los actores. Es un resultado coral. La más leve
equivocación obliga a repetir todo al día siguiente. El set es una
pequeña isla entera; la entrada en encuadre de cada personaje, cada
ruido o efecto sonoro, el diseño visual (campo, enfoque,
luminosidad), la toma de sonido directo, han de ser los requeridos
por la acción. Un método muy complejo y arriesgado, que el genial
Alfred Hitchcock solo se atrevió a llevar a cabo con bobinas de diez
minutos (en La soga,
1948).
El personaje central (ficticio) es el de
Kaja, una chica de dieciocho años modélicamente interpretado por
Andrea Berntzen.
Kaja tiene una hermana más pequeña, Emilia, a la cual pierde de
vista al producirse la estampida de terror, y a la que intenta
localizar retornando al campamento y agazapándose entre las tiendas.
Cuando se produjo la agresión, los
muchachos no sabían si era algo real (o solo se trataba de un
simulacro o broma), de dónde procedían los disparos, si eran uno o
varios terroristas. El caos fue completo durante todo el ataque,
porque nadie podía asomar la cabeza para mirar.
Vivimos esta horrible experiencia desde
el punto de vista de las víctimas, acorraladas en ese espacio de
terreno muy reducido (medio kilómetro). ¿Qué hacer, cómo
librarse de la muerte, dónde esconderse sin errar? Son preguntas que
intentamos contestarnos angustiosamente a la vez que los personajes
del drama, porque llegamos a sentirnos casi tan amenazados como
ellos.
¿Dónde está la Policía? ¿Por qué no
viene? Noruega debe de ser un país muy pacífico y seguro, cuando
estos actos desproporcionados pillan a los agentes de la Ley
durmiendo, y a los inocentes mirando a la muerte a la cara.
Utoya, 22 de julio es
un filme de ficción documental que huye de convencionalismos
comerciales y apuesta por el buen hacer del equipo técnico y del
elenco de actores, todos extraordinariamente competentes (atención,
también, a Aleksander Holmen,
en el rol de Magnus).
Hay escenas que sobrecogen, como el
fallecimiento gradual –en los brazos de Kaja-- de una muchacha
herida en la espalda. Kaja intenta detener la hemorragia mientras da
conversación a la chica, para tranquilizarla. Ante nuestros ojos, la
vida se escapa de su cuerpo como el vapor de cocción por un
extractor: sin apenas notarlo. La muerte es traicionera y fulmina en
mitad de un guiño, de una palabra, de una sonrisa.
Quizá el único fallo no esté en la
película en sí, en su metraje, sino en la interpretación
edulcorante de los hechos reales ocurridos ese día: culpabilizar a
la extrema derecha, sin dar pie a considerar que los actos
terroristas pueden venir de cualquiera con un arma en la mano y un
comportamiento demencial. La violencia es violencia y no entiende de
colores.
© Antonio Ángel Usábel, julio de 2019.
ocurridos ese día: culpabilizar a la extrema derecha
ResponderEliminarMe encanta la forma en que escribes sobre películas https://verpeliculas4k.net de amor. Qué bueno leer tus artículos.
ResponderEliminar