“Allí donde se agotan las palabras
comienza la música”
(E.T.A. Hoffmann, 1776-1822)
María Callas (Nueva York, 1923-París, 1977) fue la mujer que dejó
de ser mujer para convertirse en diva. Vivió por y para la ópera. Esta es una
realidad que, lejos de desmentir, reafirma el rendido documental de Tom Volf Maria by Callas(Francia,
2017). Ha habido muchos tenores, desde los míticos Julián Gayarre, Hipólito
Lázaro y Enrico Caruso, hasta Mario Lanza, Giuseppe di Stefano, Luciano
Pavarotti, Mario del Monaco, Alfredo Kraus, Plácido Domingo y José Carreras.
Pero solo ha habido una voz soprano perfecta que podamos identificar con todo
el rigor y la disciplina del bel canto: la de la Callas. María sumaba, a su voz
extraordinaria, una figura esbelta y distinguida y un talento interpretativo
más que adecuado. Su naturalidad en el canto –su perfecto dominio de la técnica
vocal-- le permitía no descuidar nunca la composición del personaje, ofrecerse
y ofrecerlo al público para que fuera seducido, atrapado por la acción. Se
trataba de no volver una ópera aburrida, animándola con la majestuosidad de su
presencia, jamás acartonada, sino entregada con pasión y deleite a la fuerza
del libreto.
Callas fue Norma por antonomasia. Bellini fue su compositor preferido. Es
posible escuchar “Casta Diva” por Victoria de los Ángeles, Renata Tebaldi o por Montserrat Caballé,
pero en seguida uno se dice: --Está bien, pero no es lo mismo. María tenía una
voz extremadamente aguda a veces, que podía subir más que otra cantante, pero a la vez delicada, cálida, envolvente.
Que se sepa, ha sido única en el mundo operístico. Consagrada a su papel de
eterna “Prima donna”. De los actos que podía tener una ópera, siempre había que
esforzarse más en el último, pues es el que mejor va a recordar el público.
El largometraje presentado ahora
por Volf, de casi dos horas de duración, recupera los mejores y los peores
momentos de la Callas: su tropiezo en Roma, por una bronquitis, con la profunda
decepción que causó en la audiencia; su determinación de no concluir una
representación, aquejada de una depresión. Su ruptura profesional con Sir
Rudolph Bing, director del Metropolitan. Se leen cartas íntimas, se recuperan
películas en Super-8 y alguna larga entrevista perdida hace décadas. Se plasma
su tormentosa relación con Aristóteles Onassis, un señor bajito y con mucho
dinero. Una relación de amistad larga y dependiente para ambos.
Se presenta a la Callas estrella
de cine, durante el rodaje de Medea,
de Pier Paolo Pasolini. Se acompaña
con escenas familiares junto al director, en la playa o en el campo. Sus
conciertos. Vemos colas de seguidores, entre ellos muchos chicos y chicas
jóvenes que duermen varios días en la calle, para conseguir una entrada. Saben
que van a asistir a algo fuera de este mundo, una magia única, irrepetible.
Quizá se echa en falta una justa
mayor profundización en su matrimonio con Gian
Battista Meneghini, quien aportó una sustancial financiación para los
primeros montajes operísticos de su esposa. María estuvo dispuesta a renunciar
a su nacionalidad estadounidense para conseguir el divorcio y quedar libre.
Pero Onassis torció los planes cuando, inesperadamente, se casó con Jackie Lee
Bouvier, la viuda de J. F. Kennedy.
El material utilizado ha sido cuidadosamente
restaurado, hasta mostrar una nitidez brillante. La calidad sonora es otro
mérito del filme. Un reportaje que enamora por la fuerza conjunta de sus
imágenes y de su música. Tentado está el espectador de prorrumpir en un aplauso
durante el metraje, al crearse la impresión de un directo. Si el bel canto es
siempre arte, María by Callas nos rinde la alta cumbre de su perfección.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de
2018.
[Dedico esta reseña a mi buena amiga Catalina T.,
quien disfrutó conmigo de esta maravilla musical. Muchas gracias, Cata.]
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Giovanni Battista Meneghini, industrial y melómano,
murió ayer en Verona (Italia) a los 85 años, víctima de un infarto. Meneghini estuvo casado con la cantante María Callas, a cuya memoria ha sido fiel hasta
sus ultimos días. Esa fidelidad le condujo a enfrentarse duramente con los
biógrafos -«falsos», según él- que tuvo la diva.Meneghini se casó con la
Callas poco después de conocerla, en 1947. A pesar de su separación posterior,
él fue siempre el primer defensor público que tuvo la cantante.
Desde entonces, el melómano decidió
desafiar la contrariedad de su familia y dedicar toda su vida a la mujer que
acababa de conocer. Su desinterés le llevó a abandonar sus boyantes negocios
industriales. La unión de ambos duró hasta 1959, fecha en que ella le abandonó
para vivir con el magnate Aristóteles Onassis. Volvía María a sus raíces
griegas.
Meneghini pasó su soledad en una
villa retirada del mundanal ruido al que le había llevado la Callas. La muerte
de ésta en París, en 1977, supuso para él el comienzo de una gran depresión,
acrecentada por sus diferencias con la familia de su ex mujer. Meneghini quería
que el cadáver de la diva estuviera enterrado cerca de la casa que
compartieron ambos en Verona. No lo consiguió: las cenizas del cadáver de María
Callas fueron dispersadas sobre el mar Egeo, por decisión de los familiares
directos de la extinta. [El País,
23-01-1981]
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