Agustí Villaronga ha adaptado con buen pulso, pero con acercamiento
muy selectivo, la novela homónima de Joan
Sales i Vallès (Barcelona, 1912-1983): Incierta gloria (2017). En su extracto, el director nos
ofrece la cruda visión de la guerra que todo ser humano –alguno más que otro—lleva
dentro. Una guerra de supervivencia, de amor, de dignidad, de defensa de la
familia. Una guerra contra una sociedad formada por individuos que van a lo
suyo, hasta cuando parece que se dejan manejar como marionetas, o cuando creen
estar encarnando unos ideales bajo una bandera.
Esta es la historia de dramas
personales en un frente de batalla de nuestra contienda civil, donde se
preparan las defensas, pero donde los pelotones se dedican a todo, menos a
luchar. Mientras, los civiles soportan con resignación cuanto les echen encima:
lluvia, hambre, bombas o difteria. Señorea el pueblo una falsa mujer, La
Carlana, viuda y con dos hijos pequeños. Hace amistad con un joven oficial
republicano, Lluis, estudiante de Derecho, a quien presta una montura y a quien
luego presionará para legalizar su situación de heredera de la mejor hacienda.
Lluis coincide con Juli, su mejor amigo, un hombre despreocupado y temerario,
que cruza de uno a otro frente como si nada, y que también es tentado por la
oscura viuda. El relato que trenza Villaronga, a partir de la infinitamente más
extensa geografía humana y argumental de Sales, no es tanto bélico al uso (una película
más sobre la Guerra Civil) como sí propio de thriller o de cine negro. Levanta
una Doña Bárbara a lo catalán. Pero,
lejos de cualquier convención, huye de las tesis y de los etiquetados maniqueos
y ofrece personajes de absoluta redondez, porque nadie es completamente
inocente, ni culpable tampoco por entero. Nadie está libre de culpa para
arrojar esa primera piedra que condene a muerte a quien queda en evidencia. La
Carlana sobrevivió a las repetidas palizas de un padre animal, y Lluis está
dispuesto a traicionar a su mujer Trini con ella. Porque este mundo no tiene
nada de sencillo, y sí mucho de vano, de oportunista y de perro.
De la dirección de Villaronga
destacaríamos la esmerada ambientación e intensidad narrativa que consigue con
esta adaptación. Un “tempo” exacto y logrado. Una excelente dirección de
actores –Núria Prims y Bruna Cusí, magistrales—y un exquisito manierismo
formal, con una fotografía parda, que nos habla de una obra cuidada y con
pretensiones de perdurar más allá del mes después de su estreno. Hay una
secuencia en los viejos vagones de Metro de Barcelona de elevado mérito
artístico.
Marcel Borràs está correcto como
Lluis de Brocà. Oriol Pla luce mayormente como su amigo Juli Soleràs. Completan
el reparto veteranos como Juan Diego, Terele Pávez, Luisa Gavasa y Fernando
Esteso.
© Antonio Ángel Usábel, abril
de 2017.
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La novela original de Joan Sales,
escrita en catalán (Incerta glòria) mereció el Premio Joanot Martorell de 1955. Se
autorizó su publicación parcial un año después, en 1956. La versión no
censurada no llegó a las librerías hasta tiempo más tarde, en 1969. El autor
acometió diversas revisiones y ampliaciones del texto: 1971 y 1981. La
traducción al castellano que efectuó Carlos Pujol para la Editorial Planeta en
1969, omite algunos pasajes políticamente escabrosos, como el de la
proclamación de la República catalana por el coronel Macià, en abril de 1931.
Esta traducción es la que se ha venido reeditando (Planeta, 2005; Destino,
2012; Destino / Austral, 2017). De ella, ofrecemos este pasaje:
«Es natural que incluso nosotros la veamos ya desvanecida entre las brumas del pasado, aquella guerra tan remota como nuestra juventud... y no obstante, como nuestra juventud, parece que fue ayer. O tal vez lo que ocurre es que yo soy un reloj parado; quizá todo reloj, cuando ha marcado la hora de la gloria, de la incierta gloria, se queda parado para siempre. No sin vergüenza confieso no haberme curado nunca ni de mi juventud ni de mi guerra. ¡Las llevo, las llevaré siempre en la sangre como una infección! Añoro las dos con una nostalgia tan culpable como invencible… aquel olor a juventud y a guerra, a bosques que arden y a hierba empapada por la lluvia, aquella vida errante, aquellas noches bajo las estrellas cuando nos dormíamos con una paz tan extraña; todo es despreocupación en la incertidumbre; ¡incierta gloria del corazón y de la guerra cuando tenemos veinte años y la guerra y el corazón son nuevos y están llenos de esperanza! La guerra es estúpida, quizá por eso está tan profundamente arraigada en el corazón del hombre; el niño juega ya a la guerra incluso si nadie se lo ha enseñado. La guerra es estúpida, sed de una gloria que no puede saciarse; pero ¿puede acaso saciarse el amor? ¿La gloria y el amor en este mundo? Y toda juventud no es más que la incierta gloria de una mañana de abril, la tenebrosa tempestad surcada por relámpagos de gloria, pero ¿qué gloria? ¿Qué gloria, Dios mío? Está el despertar; y los despertares son tristes, después de las noches de fiebre y de delirio. Quizá lo peor de la guerra sea que después viene la paz… Uno se despierta de su juventud y le parece haber tenido fiebre y delirio; pero nos aferramos al recuerdo de aquel delirio y de aquella fiebre, de aquella tempestad tenebrosa, como si fuera de ellos no hubiese nada que valiese la pena en este mundo. Yo no soy más que un superviviente, un fantasma; solamente vivo de recuerdos.»
"Incierta gloria" (2017)_Ficha Cines Renoir.
«Es natural que incluso nosotros la veamos ya desvanecida entre las brumas del pasado, aquella guerra tan remota como nuestra juventud... y no obstante, como nuestra juventud, parece que fue ayer. O tal vez lo que ocurre es que yo soy un reloj parado; quizá todo reloj, cuando ha marcado la hora de la gloria, de la incierta gloria, se queda parado para siempre. No sin vergüenza confieso no haberme curado nunca ni de mi juventud ni de mi guerra. ¡Las llevo, las llevaré siempre en la sangre como una infección! Añoro las dos con una nostalgia tan culpable como invencible… aquel olor a juventud y a guerra, a bosques que arden y a hierba empapada por la lluvia, aquella vida errante, aquellas noches bajo las estrellas cuando nos dormíamos con una paz tan extraña; todo es despreocupación en la incertidumbre; ¡incierta gloria del corazón y de la guerra cuando tenemos veinte años y la guerra y el corazón son nuevos y están llenos de esperanza! La guerra es estúpida, quizá por eso está tan profundamente arraigada en el corazón del hombre; el niño juega ya a la guerra incluso si nadie se lo ha enseñado. La guerra es estúpida, sed de una gloria que no puede saciarse; pero ¿puede acaso saciarse el amor? ¿La gloria y el amor en este mundo? Y toda juventud no es más que la incierta gloria de una mañana de abril, la tenebrosa tempestad surcada por relámpagos de gloria, pero ¿qué gloria? ¿Qué gloria, Dios mío? Está el despertar; y los despertares son tristes, después de las noches de fiebre y de delirio. Quizá lo peor de la guerra sea que después viene la paz… Uno se despierta de su juventud y le parece haber tenido fiebre y delirio; pero nos aferramos al recuerdo de aquel delirio y de aquella fiebre, de aquella tempestad tenebrosa, como si fuera de ellos no hubiese nada que valiese la pena en este mundo. Yo no soy más que un superviviente, un fantasma; solamente vivo de recuerdos.»
Sobre el autor, Joan Sales.
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