Trumbo: la lista negra de Hollywood (Jay Roach,
2015) es uno de los largometrajes con mayor brío de los últimos años. No solo
tiene un ritmo argumental que no decae ni medio minuto, sino que cuenta con un
interés documental y unas interpretaciones verdaderamente soberbias y
sustanciales. Se ve que Roach ha tomado buena nota del consejo de Eastwood para
rodar un filme: cuida cada secuencia como si fuera la más importante de la
película. Y, curiosamente, algo parecido le reprocha el Dalton de ficción al
director Otto Preminger: “--No puedes
pretender que todas las escenas sean excelentes. Hay que dar un respiro al
espectador.” A lo que el personaje de Preminger replica: “—Tú créalas excelentes, que yo ya me
encargaré de descuidarme en alguna”. Se referían al magnífico guion de Éxodo (1960). Dalton Trumbo ha sido uno
de los genios creadores de historias de los años dorados de Hollywood. Afiliado
al Partido Comunista desde 1943, curiosamente hizo ganar millones a los
estudios con sus suculentos guiones. Fue galardonado dos veces con el Oscar de
la Academia, en 1954 y 1957, por películas que no pudo firmar sino bajo
seudónimo, o encargando a un amigo que las rubricara por él: la deliciosa
comedia Vacaciones en Roma, de
William Wyler, con Audrey Hepburn y Gregory Peck, y el más que sencillo y
diminuto experimento El bravo, sobre
la relación de un niño mexicano con un ternero.

El calvario de Dalton Trumbo y de sus compañeros comunistas se inició en
1947, cuando el Congreso estadounidense comenzó las purgas de elementos de
izquierda en las actividades culturales. Particularmente, en el cine que se
hacía en Hollywood. Los acusados de bolcheviques por la inclemente
columnista Hedda Hooper y la Alianza Cinematográfica
para la Conservación de los Ideales Americanos, tuvieron que declarar ante
el Congreso y denunciar a los afiliados que conocieran o hubieran tratado. Los
llamados Diez de Hollywood
convinieron en contestar con evasivas. Como consecuencia, se les prohibió
escribir y firmar guiones, y se exigió a los estudios que dejaran de contratar
sus servicios. Esto supuso su anulación como ciudadanos norteamericanos y su
condena a la miseria. En 1948, un influyente John Wayne pasó a formar parte, junto a su amigo Ward Bond, de la
junta ejecutiva de la Alianza, que presidía el actor Robert Taylor. Entonces
Wayne empezó a presionar a los inculpados para que renunciaran al comunismo.
Redobló sus esfuerzos a partir de abril de 1949, cuando fue elegido nuevo
presidente. Sin embargo, y esto no se refleja en la versión de Jay Roach, Wayne
no encarnaba el ala más ortodoxa de dicha Alianza, puesto que, como piadoso
inquisidor, ofrecía el completo perdón a quien se arrepintiese y delatase. Como
hizo con los actores Edward G. Robinson y Larry Parks. Ambos cantaron de lo
lindo, para salvar sus carreras. Había que ser un Judas si querías seguir
trabajando. Los Diez de Hollywood, que se obstinaron en no confesar, ingresaron
en prisión en abril de 1950.

Existieron productores que, en un
principio, se negaron rotundamente a ejercer cualquier represalia. Por ejemplo,
el caso del todopoderoso jerarca judío de la Metro Louis B. Mayer. Los de la Alianza creían que había una lista negra
de anticomunistas viscerales, y que Mayer era uno de sus promotores. Pensaban
que estaba detrás de la expulsión de la MGM del productor y guionista James
McGuinness. La Alianza contraatacó y creó un registro con todos los
filocomunistas del distrito de Los Ángeles. A partir de 1951, el Congreso
reanudó y fortaleció su cruzada anticomunista.

Trumbo se pasó once meses
encarcelado. Cuando recuperó la libertad, tuvo que ingeniárselas para colar
guiones bajo seudónimo. Para ello, contrató varias líneas de teléfono para
otras tantas identidades distintas. Su familia, que le apoyó en todo momento
muy activamente, colaboró en el engaño. Por medio de sobres que ellos mismos
llevaban, se hicieron llegar múltiples guiones a productores de segundo y
tercer orden, como los hermanos King. Evidentemente, Trumbo bajó sus honorarios
hasta cantidades casi irrisorias, y se vio obligado a redactar o retocar varios
trabajos al mismo tiempo. Metido en su bañera, bebiendo whisky y fumando, o al
mando de su máquina IBM, iba desgranando historias para cintas de serie B o C.

A finales de la década de 1950,
cuando la presión del Congreso se aligeró, surgieron cineastas de primera línea
dispuestos a contar con Dalton Trumbo en sus títulos de crédito. Ellos fueron Kirk Douglas, para Espartaco (1960), y Otto
Preminger para Éxodo. Por primera
vez después de una década sobrada, Trumbo podía leer emocionado su nombre al
comienzo de una película.
Los Diez de Hollywood, y otros como ellos, fueron víctimas de la
variación de la política norteamericana y soviética tras la Segunda Guerra
Mundial. Recordemos que, en los años treinta, todavía ser de izquierdas en
Estados Unidos no era un crimen. Las Brigadas Internacionales estaban
constituidas, en parte, por norteamericanos liberales y de izquierdas que
apoyaron la causa republicana en la Guerra Civil española. El partido
demócrata, con Franklin D. Roosevelt a la cabeza, y su política solidaria de
buena vecindad, auspiciaba cualquier movimiento de signo socialista. No
obstante, los demócratas aumentaron los impuestos y tributaciones por el
trabajo, algo que acusaron mucho actores como John Wayne o Ronald Reagan, en
principio tenues simpatizantes del partido republicano. De hecho, Wayne fue
casi socialista en su periodo universitario: “Cuando entré en la Universidad del Sur de California –declaró en
1971—yo era socialista. Cuando me marché,
no. Cualquier universitario normal sueña idílicamente con un mundo en el que
todos sus habitantes tengan helado y pastel en todas las comidas. Pero a medida
que se hace mayor, y lo piensa mejor y medita sobre la responsabilidad del
prójimo, comprende que hay gente que no está dispuesta a llevar su carga.” No todo el mundo está igual de concienciado y
colabora para levantar un país. A eso se refería el actor. John Wayne se
arruinó a finales de la década de los cincuenta. Había creado su propia
productora, Batjac. Para rodar El Álamo,
su mayor proyecto épico, tuvo que solicitar importante financiación y contar
con la ayuda en la dirección de Pappy,
John Ford. El gasto se incrementó en un cuarto de millón de dólares. Cuando
Wayne terminó el rodaje, en diciembre de 1959, se llevó a la moviola 170.000
metros de celuloide, de los que salieron tres horas y cuarto de metraje,
recortado en los sucesivos reestrenos. El
Álamo recibió malas críticas y no recaudó en taquilla lo esperado. Wayne se
vio obligado a traspasar los derechos de exhibición a United Artist, que sí
hizo algo de dinero con su pase por las televisiones.

La ideología conservadora de John
Wayne se robusteció al no haber participado el actor como combatiente en la
Segunda Guerra Mundial. A Wayne le pareció que podía muy bien sacarse esta
espina si interpretaba héroes militares de películas bélicas. De hecho, se
convirtió en el “marine” por excelencia en la imaginería del público
norteamericano. En títulos como Arenas
sangrientas (1949), sobre el célebre ataque a la isla de Iwo Jima. Esta
costosa y realista cinta de Republic Pictures contó, para la izada de la
bandera en el monte Suribachi, con tres de los protagonistas del hecho
original. Uno de ellos, Ira H. Hayes, un indio alcoholizado que había vuelto a
su reserva tras el conflicto.
Wayne y Hedda Hoopper son las bestias
negras en el filme de Jay Roach. Hoopper no se casaba con nadie, porque
alimentaba la prensa amarilla y cualquiera podía convertirse en su objetivo.
Hasta el mismo Wayne.

Entre los Diez de Hollywood que padecieron la cruel persecución se hallaba el
prestigioso realizador Edward Dmytryk,
responsable de títulos como Lanza rota
(1954), El motín del Caine (1954), La mano izquierda de Dios (1955), Cita en Hong Kong (1955), El árbol de la vida (1956), El baile de los malditos (1958), El hombre de las pistolas de oro (1959)
y Los insaciables (1964). Casi todos
estos trabajos de los años cincuenta, cuando fue rehabilitado por haber dado
veintiséis nombres de presuntos comunistas. También estaba entre los Diez Alvah Bessie, brigadista en España y
autor del guion de Objetivo Birmania
(1945). Y Ring Lardner Jr., cuyo
hermano murió combatiendo en la Batalla del Ebro. Lardner fue autor de la
oscarizada La mujer del año (1942), y
de Laura (1944). En 1947, ganaba dos
mil dólares semanales con la 20th Century Fox. Acusado de comunista,
naturalmente fue despedido y condenado a un año de cárcel. Después se marchó a
Inglaterra, donde escribió guiones bajo seudónimo. En los años sesenta y
setenta, se le rehabilitó. Pudo firmar la excelente El rey del juego (1965) y MASH
(1970). La primera, coprotagonizada por su otrora camarada y chivato genial
Edward G. Robinson.
Edward G. Robinson (presidente
del jurado) dio a nuestro Bienvenido
Mister Marshall la Palma de Oro en Cannes, a cambio de que se quitara el
plano de la banderita de barras y estrellas colándose por una alcantarilla.
Asimismo, de los Diez eran Lester Cole (Sangre sobre el sol, 1945; Nacida
libre, 1966), Herbert J. Biberman (director
de La sal de la tierra, 1954), y Albert Maltz (Destino Tokio, 1943; la excelente La ciudad desnuda, 1948; Flecha
rota, 1950; La túnica sagrada,
1953; Dos mulas y una mujer, 1970).
Pero, sin duda, el más brillante
de ellos fue Dalton Trumbo. Hay cinco títulos que lo consagran como uno de los
más grandes talentos que ha servido a Hollywood: Vacaciones en Roma, Espartaco,
Éxodo (la historia de la formación
del estado de Israel, basada en la monumental novela de León Uris), la épica Hawaii (1966) y Papillón (1973).
Millones de dólares y decenas de
horas de noble y buen entretenimiento les llegaron a los productores de estas y
otras manos. Además, ni una sola conspiración contra la democracia
estadounidense o el estilo de vida americano.
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La película de Jay Roach, además de su perfecto pulso
y de una adecuada ambientación y reconstrucción de época, cuenta con la
apoteósica y muy sólida interpretación de Bryan Cranston como
Trumbo. Cranston compone un personaje irónico, mordaz, pero también cercano,
amistoso, risueño y afable. Un papel que puede hacer época. El acierto de Roach
no se queda ahí, sino que continúa con la réplica extraordinaria de Diane Lane como su esposa Cleo. Lane
está lucida y maravillosa en el papel. Cómplice con él y con su familia, su
fiel soporte, encabezada por Elle Fanning. Completan el acertado reparto Michael
Stuhlbarg (como Edward G. Robinson), Louis C. K. (como Arlen Hird), Helen
Mirren (como Hedda Hoopper), Alan Tudyk (como Ian McLellan Hunter), John
Goodman (como Frank King), Christian Berkel (como Otto Preminger), Richard
Portnow (como Louis B. Mayer) y Dean O’Gorman (como Kirk Douglas). Quizá el
menos convincente sea David James Elliott, en el rol de John Wayne. Ni guarda
parecido, ni tampoco actúa de modo muy creíble.

El guion de la película se basa
en la investigación de Bruce Cook (Dalton Trumbo, publicado en España por Terapias
Verdes / Navona, en diciembre de 2015) y se debe a John McNamara, hasta ahora dedicado al espacio televisivo.
Trumbo: la lista negra de
Hollywood se hubiera merecido un mayor reconocimiento en el palmarés de
premios internacionales, porque es una gran película: entretenida, crítica,
redonda, con toque de comedia llena de detalles simpáticos, como era lo propio
en la época dorada del cine americano.
© Antonio Ángel Usábel,
mayo de 2016.