El sábado 24 de noviembre de 2012
se nos fue nuestro Tony Leblanc,
nuestro gran galán cómico. Los italianos tuvieron a Vittorio de Sica, Vittorio
Gassman, Alberto Sordi, o Nino Manfredi. Los franceses a Fernandel y Louis de
Funès. Cada uno en su estilo. Tony Leblanc fue el “chulo” madrileño por
excelencia, el que, entre chiste y chiste, defendía el vigor y espíritu
saludable del requiebro y del piropo, como aquel que él recordaba gustoso: “Chata, vales más pesetas que merengues se
necesitan para romper una campana”. ¡Olé! Esos hermosos dichos
improvisados, propios del Madrid más castizo, que varias feministas enfermas de
hoy tomarían como algo ofensivo por “machista”.
Tony, nacido Ignacio Fernández
Sánchez Leblanc, ha sido nuestro varón del cine más castizo. No en vano, era
hijo de los porteros del Museo del Prado, en cuya augusta sede él vino al mundo,
un 7 de mayo de 1922. Muy jovencito, siguió lecciones de canto y baile,
distinguiéndose en claqué americano, y llegando a ser campeón de España de esta
disciplina en su única convocatoria (1941). Bailó a menudo en el escenario del
antiguo Circo de Price, en la Plaza del Rey de Madrid. Aficionado también al
boxeo, se preparó como púgil ligero y obtuvo el título de campeón de Castilla
en la modalidad Welter amateur. En
fútbol, participó en encuentros de tercera división, donde solía jugar de
guardameta. Los sábados por la tarde peleaba, y los domingos por la mañana
detenía balones.
Dotado de atractivo indiscutible
y buena planta, fue “boy” en revistas de Celia Gámez. En esto se igualó a otros
chicos de revista que luego destacaron en la interpretación, como Carlos
Casaravilla o José María Rodero. Tony actuó en cincuenta y siete de esos
espectáculos. Fue el primer novio que tuvo la actriz y tonadillera Nati Mistral, a quien abandonó por su
mujer, Isabel Páez de la Torre, que
trabajaba en el teatro con él y con quien ha tenido ocho hijos.
Debutó en el cine como secundario
en la cinta panfletaria Los últimos de
Filipinas (Antonio Román, 1945). Algunos apuntan, sin embargo, a una
primera aparición en Eugenia de Montijo
(1944). Pero su talento no comenzó a destacar verdaderamente hasta finales de
la década de 1950, encarnando al caradura gracioso en títulos como Historias de la radio (José Luis Sáenz
de Heredia, 1955), El tigre de Chamberí
(de 1957, junto al excelso José Luis Ozores), Las chicas de la Cruz Roja (1958) y El día de los enamorados (Fernando Palacios, 1959), con ese
cariñoso y tierno San Valentín, interpretado por Jorge Rigaud, que nos visita
para acabar con las riñas entre parejas.
En 1959 rueda, con Pedro Lazaga
en la dirección, su mejor película, Los
tramposos. Repite reparto con Concha
Velasco, que se convierte en su mejor pareja en la ficción (dieciséis
filmes juntos). Los tramposos cuenta
las peripecias de tres ingeniosos timadores –Virgilio, Paco y Bajito--, que no
siempre consiguen engañar a la policía ni tener contentas a sus novias. Por las
calles de Madrid ensayan los más variopintos timos clásicos, como el de la rifa
de un coche flamante que no les pertenece, el del falso policía al quite de
comensales sin fondos, el de los enfermeros de pega con el herido fingido, y,
muy esmeradamente, en la que ya se ha convertido en una secuencia de antología,
el timo de la estampita, rodado en la rampa exterior de la estación de Atocha.
Leblanc interpreta al “Tonto”, mientras que Antonio Ozores es el “Listo”. Ambos
consiguen sustraer billetes auténticos a un pobre pueblerino que viaja con
boina y su maleta de cartón. Memorable.
De 1961 es su segundo gran
largometraje, Tres de la Cruz Roja,
de Fernando Palacios, con Manolo Gómez Bur y José Luis López Vázquez. Tres
forofos del fútbol deciden alistarse en la Cruz Roja para poder acudir gratis a
los partidos de los domingos. Les cuesta tomar conciencia del uniforme que
visten, pero al final se vuelven unos pequeños héroes, y son condecorados por
ello. En la banda sonora de esta película, los magníficos Cinco Latinos, con el
pegadizo tema Inseparables.
También en 1961 interviene en una
adaptación de una divertida obra de Jardiel Poncela (Los habitantes de la casa deshabitada), que se estrena como Fantasmas en la casa. La realiza Pedro
Luis Ramírez, y cuenta con Fernando Rey, Luz Márquez, Rafael Bardem, Manolo
Gómez Bur y Agustín González en el reparto.
Un año más tarde, Pedro Lazaga lo
dirige en la comedia negra Sabían
demasiado (1962). Tony interpreta al Señorito, jefe de un grupo de
delincuentes de medio pelo, que decide viajar a Chicago para aprender junto a
las grandes bandas. Cuando regresa a Madrid, ensaya los nuevos métodos, entre
ellos, el secuestro de un héroe de la guerra de Filipinas. Tony compartía
cartel con Concha Velasco (Margarita), José Isbert (Don Sebastián), José Luis
López Vázquez (Palillos), Ismael Merlo (Don Rafael), Ángel Álvarez (Sésamo),
Jesús Colomer (Pianola), Manuel Zarzo (Camborio) y Venancio Muro (Chepa).
Del mismo momento es Torrejón City, de León Klimovsky,
parodia del Western donde Tony hace doble papel, ya que es confundido con un
primo suyo, malhechor, con el cual guarda gran parecido.
A finales de los sesenta,
comienza el declive de este gran actor, sustituido por otros en la atención del
público, como Alfredo Landa, Paco Martínez Soria, o la pareja formada por
Andrés Pajares y Fernando Esteso. Sus últimos filmes recordados son Una vez al año ser hippy no hace daño (1969)
y El astronauta (1970), hilarante
comedia sobre unos madrileños que quieren emular la gesta de los
norteamericanos y poner un hombre en órbita. Dirigida con pulso por Javier
Aguirre, contaba en el reparto con nuestros mejores cómicos de entonces: José
Luis López Vázquez (Don Anselmo), José Sazatornil (Saturnino), Rafael Alonso
(Hilario), José Luis Coll (Valeriano), Antonio Ozores (Matías), Laly Soldevila
(Vicenta).
Tony fue también director de cine
y productor, en proyectos como El pobre
García (1961) y alguno más, que no tuvieron, sin embargo, buena acogida.
Una de sus facetas menos
conocidas es la de compositor de
canciones españolas muy celebradas, como Cántame un pasodoble español, Un
abanico español y Las piedras del
camino, que llevaba siempre consigo en su repertorio Lolita Sevilla. La primera compuesta junto a Lember, y las otras
dos junto al maestro Quiroga.
En 1975, tras el estreno de Tres suecas para tres Rodríguez, de
Pedro Lazaga, Tony decidió abandonar el cine y concentrar sus esfuerzos en el
teatro, pero un gravísimo accidente de automóvil, acaecido el 6 de mayo de
1983, que estuvo a punto de costarle la vida, le dejó secuelas profundas y
permanentes. En 1998, Santiago Segura
lo rescata para la gran pantalla en Torrente,
el brazo tonto de la ley, y Torrente
2, misión en Marbella (2001). A pesar de que gana un Goya como secundario
en la primera, no es ya el mismo Tony de siempre. Cuando sube a recoger el
premio, la noche del 23 de enero de 1999, Tony, con el público en pie y volcado
en una enorme ovación, dedica el Goya a Santiago Segura, que, según sus
palabras, "me rescató cuando estaba fuera de combate, y escribió el
guion para mí cuando estaba inválido. Gracias porque no te podré olvidar nunca".
Ciento cinco películas, más de
setenta con un papel protagonista. A lo largo de su carrera recibió numerosos
galardones, como la Medalla del Mérito al Trabajo (1980), un Goya honorífico en
1993, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, la Medalla de
Oro de Amigos de los Teatros de España (2010), la Estrella en el Paseo de la
Fama de Madrid (2011), y la Gran Cruz de la Orden del 2 de mayo (2012). Encarnó
como nadie al español medio, con sus finas artes de supervivencia, su labia y
su resignación. Tony ha sido el buque insignia del humor sano, irónico,
sainetero, madrileño. Adalid de un elenco de artistas cómicos sobresalientes,
inigualables e irrepetibles. Un tiempo del cine y del teatro españoles que no
volverá.
En septiembre de 2007, Tony Leblanc
sufrió un infarto del que logró reponerse. Finalmente, el proyector de su
corazón se ha detenido en su casa de Villaviciosa de Odón (Madrid). Llevaba
noventa años iluminando sonrisas, cargadas también de grandes esperanzas.
* * *
+ANECDOTARIO:
El diario El Mundo,
en su edición del domingo 25-11-2012, recoge que Tony había pensado como
epitafio: “Aquí estoy, haciendo de
muerto”. Genio y figura, hasta la sepultura.
En La Razón (25-11-2012),
se detalla su afán por apostar dinero al póquer, y cómo escondía las reservas
de billetes de mil pesetas en los calcetines. En los años 60, se arruinó al
concertar dos campeonatos de Europa de boxeo. Pero, luchador incansable como
era, volvió a empezar.
Uno de sus gags más originales y sorprendentes consistió en
sacar de un estuche de violín un cuchillo y una manzana, y dar cuenta de ella
con toda naturalidad delante del público. Fue todo un éxito.
ABC (25-11-2012) testimonia su forma de
caracterizar: “No hay que meterse en el
personaje, sino meterse al personaje dentro. Y es lo que siempre he hecho. Los
he estudiado, me los he comido, los he digerido, pero no los he expulsado. Han
quedado siempre dentro de mí. Les he prestado la voz, las manos, mi forma de
mirar y de escuchar”.
Se dice que quería ser incinerado, y que sus cenizas se
esparcieran en los alrededores del Museo del Prado, donde nació.