Orson, mago de primera.

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viernes, 18 de julio de 2025

"Sweet Charity"

Sweet Charity fue un musical estrenado en Broadway en 1966, que partía del guion de Las noches de Cabiria, de Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli y Pier Paolo Pasolini. La historia pretendía poner rostro humano a la prostitución, mostrando a una señorita de compañía sumamente ingenua que busca el amor verdadero. Los hombres con los que topa no la merecen, pues, o son banales, o incluso se aprovechan de ella una y otra vez. 

El musical de Broadway contó con la participación de Neil Simon y de Bob Fosse. La partitura se debió a Cy Coleman, y las letras a Dorothy Fields. Algún tiempo después, Universal Pictures quiso llevarlo a la pantalla, y consintió que el mismo coreógrafo Bob Fosse –sin ninguna experiencia previa tras las cámaras—adaptara y dirigiera el largometraje. Fosse ya había participado en algunos rodajes, como bailarín, pero sin destacar especialmente (no en la línea de Fred Astaire, Gene Kelly, o Donald O´Connor). Peter Stone pulió el libreto de Simon. Para actriz protagonista se eligió a Shirley MacLaine, y no a la esposa de Fosse, Gwen Verdon, quien fue quien estrenó el papel. El director de fotografía fue el extraordinario veterano Robert L. Surtees y el rodaje se extendió durante doce semanas, incluyendo escenarios naturales de la ciudad de Nueva York. El estreno original fue el 14 de febrero de 1969. En España se estrenó con el extravagante título de Noches en la ciudad.

Las noches de Cabiria (1957) era la historia amarga de la prostituta que desea redimirse, sin conseguirlo. Sweet Charity suaviza el desempeño: no presenta, exactamente, a una hetaira, sino a una bailarina de un club de alterne. De las tres virtudes teologales, la infeliz lleva dos en el nombre: Esperanza y Caridad. Como si se pretendiera probar la doctrina protestante de la predestinación, la protagonista parece haber nacido con el estigma de dedicarse a la cura del sentimiento, pero sin posibilidad de encontrar el amor. Baila con hombres que pagan para ello, escucha sus penas, tal vez les dirige unas palabras consoladoras de fingido cariño. En el fondo, es la confesora que necesita ser consolada, redimida, rescatada de tanto infortunio y desamparo. Lleva consigo mucho amor, pero no encuentra a quién ofrecerlo. La soledad la corroe por dentro, la aprisiona, y su trabajo la desespera y hastía.

A Shirley MacLaine (eterna Irma la Dulce, delicada y sensible ascensorista de El apartamento) vuelve a tocar hacer de señorita de compañía. Esta vez, en un club de alterne, donde convive con muchas otras chicas de sueños rotos o quizá imposibles. Ingenua hasta el tuétano, cree tanto en la bondad humana que se deja avasallar y pisotear una y otra vez. Nada la desengaña. Y su fortaleza interior es tal que, aunque la atropelle un MAN, ella sigue en pie, tratando de sonreír al mundo y de tener la convicción de querer seguir viviendo, pues el paraíso puede esperar al otro lado de cualquier esquina. Como Luther King, parece haber tenido un sueño, y está feliz, pues ha visto el otro lado de la colina. Un más acá esperanzador. Una vida mejor, en un feliz matrimonio.

Bob Fosse con esos bailes que son y no son, con esos torsos de movimientos forzados que adelantan la coreografía vertiginosa de All That Jazz (1979), su testamento cinematográfico, y Palma de Oro en Cannes. No hay música pegadiza; hay esbozos que, sin embargo, resultan efectivos, que atrapan porque hablan de modernidad, de un ensayo general de número sin pulir lo suficiente, sin acabar. Un estilo ya presentado algunos años atrás por Jerome Robbins en West Side Story (1961), pero sin pretender para nada buscar el acabado perfecto, aunque el escenario sea el mismo: un garaje, un callejón, o una azotea.

Colores y glamour sicodélicos, como es propio del aire atestado de humo de marihuana de los sesenta y setenta. Fortaleza y osadía de los rojos, amarillos, verdes y azules. Un mundo que disfraza su decadencia con soflamas de paz y amor, que hace que se lleven margaritas en las manos y guirnaldas en la cabeza, con esa juventud --divino tesoro--, que camina a ninguna parte, atrapada en el horizonte de sucesos de un agujero negro.

El final elegido para el filme de Fosse reproduce fielmente el otorgado, en su momento, por Fellini: la protagonista, condenada a tener más moral que el Alcoyano. No obstante, se conserva rodado un segundo final, “dulce”, donde chico y chica se prometen amor para siempre. Este final alternativo se puede ver hoy en la edición en vídeo de la película.

MacLaine conmueve, hace de Charity Hope Valentine una mujer muy humana, deseosa de entrega a su Príncipe azul. Se desenvuelve con soltura en los números musicales, perfectamente flanqueada por las carismáticas Paula Kelly, Suzanne Charny y Chita Rivera. John McMartin –actor sumamente soso--cumple sin más como el dubitativo Óscar, y Ricardo Montalban destaca en un simpático rol de actor decadente, soltero, mujeriego, y señor de una mansión estrafalaria repleta de objetos de lujo. La estrella Sammy Davis Jr. se deja ver en un único número, y Ben Vereen pone, también, su granito de arena.

Sweet Charity / Noches en la ciudad es una película muy entrañable, injustamente postergada, aun en los canales televisivos. No se la programa, menciona ni recuerda. En uno de sus escenarios, perteneciente al MOMA neoyorquino, se homenajea a España y a uno de sus poetas eternos, pues Óscar y Charity contemplan la cabeza de Antonio Machado Ruiz, escultura en gran tamaño debida al artista turolense Pablo Serrano.

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2025.

 

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