Orson, mago de primera.

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jueves, 29 de julio de 2021

El control de la información.

La información es lo más importante que hay. Estamos rodeados de noticias, antes solo a través de la radio, la televisión y la prensa en papel; hoy, por medio de Internet se descargan miles de datos informativos en nuestros terminales móviles. En las redes sociales se cuelan las noticias falsas, y se reproducen muchas veces sin comprobar su veracidad. Nos pueden estar engañando constantemente sin apenas enterarnos. A veces, es difícil distinguir lo real de lo manipulado. Quien controla los canales informativos, controla la realidad y el mundo; puede hacer que un rebaño humano se incline hacia lo que se le diga, si se le persuade para ello. Y no se necesita de una extraordinaria habilidad. Las imágenes se trucan, los comentarios se adaptan a lo que convenga en cada momento. Orwell hablaba de ello en 1984. La Historia se reescribe constantemente, e incluso el propio presente se cuenta como interesa. Los principios morales han quedado al margen. El fin –que es también ese principio oscuro-- interviene en el medio para alcanzarse a sí mismo. 

De una poderosísima organización que nos espía a todas horas y en todo lugar versa el guion de Spectre (Sam Mendes, 2015). Estimamos que es la entrega más sólida de la serie de cuatro filmes con Daniel Craig como James Bond. Las secuencias de acción trepidante y vertiginosa es lo que ahora más se potencia en las aventuras de 007, descuidando los parlamentos y el glamour. Comienza la película en ciudad de México, durante la celebración del Día de los Muertos. En apenas veinte minutos, vemos volar un edificio y cómo Bond disputa el control de un helicóptero a sus pilotos justo encima de una plaza atestada de gente. En las producciones Broccoli aún se apuesta por las escenas reales frente al diseño o trucaje digital, lo cual el espectador exigente agradece sobremanera. Lo que vemos en pantalla está rodado por especialistas en escenarios auténticos, sin trampa ni cartón. 

De México pasamos a Roma, con una excelente persecución automovilística junto al Tíber y por las calles de la ciudad (Via della Conciliazione y alrededores de la Plaza de San Pedro incluidas). Después a Austria, para finalizar en el norte de África, con la voladura de un futurista gran complejo en el desierto. Blofeld (Christoph Waltz) es el siniestro e histriónico líder supremo de Espectra, en realidad, hermanastro resentido del propio agente 007. Ha logrado infiltrar a secuaces suyos en altas esferas de la inteligencia británica, con el fin de unificar las agencias gubernamentales de los países más poderosos del globo. Si lo consigue, tendrá acceso a secretos insospechados. Pero, además, tiene ojos en todas partes, cámaras por doquier, que captan y graban cualquier hecho que sucede, incluso en entornos privados. Bond, apoyado por el nuevo M (Ralph Fiennes), tendrá la obligación de truncar los malévolos planes de Espectra en defensa de la democracia y demás valores éticos de la civilización occidental. Un Bond de acero, inquebrantable, saltimbanqui exagerado que más parece un Terminator o un Robocop que un agente secreto de carne y hueso. En cuanto a los villanos, se alcanza ahora, y desde la entrega anterior (Skyfall, Sam Mendes, 2012, con Silva, Javier Bardem teñido de rubio) el máximo histrionismo, después de abandonar esa contención clásica que todavía tenía Mads Mikkelsen como Le Chiffre, en Casino Royale (Martin Campbell, 2006). 

Daniel Craig es un buen Bond. No es el mejor, pero creemos que por lo menos iguala a Pierce Brosnan; más recio Craig, aunque carezca de la finura y solera británica de aquel. Las chicas Bond son la ya madura Monica Bellucci, y las bellas Léa Seydoux y Naomie Harris, como nueva Moneypenny. 

Craig –nacido en Chester, Cheshire, Inglaterra, el 2 de marzo de 1968-- tiene alguna interpretación mejor, como la del irónico detective Benoit Blanc en Puñales por la espalda (Knives out, Rian Johnson, 2019). Cuando iba a rodar su segunda participación como 007, aseguró su integridad física en nueve millones y medio de dólares USA. Para el 8 de octubre de 2021 está previsto el estreno en España de No Time to Die (No hay tiempo para morir), la quinta entrega de Craig como James Bond, dirigida esta vez por Cary Fukunaga. 

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2021.

domingo, 21 de junio de 2015

Jurassic Ben-Hur.


Todo empezó con un circo de pulgas. De ahí a no hay que reparar en gastos para levantar un parque temático del Jurásico, media medio siglo de actividad empresarial encomiable. El sueño de un veterano emprendedor, John Hammond (Richard Attenborough). Jurassic Park se estrenó en 1993, y su director, Steven Spielberg, la montaba mientras dirigía en Europa La lista de Schindler, indiscutiblemente su obra maestra. Parque Jurásico se debió en parte a la imaginación de un maestro de la ficción científica, Michael Crichton (1942-2008) –a ratos, también él realizador de cine--, y en parte al talento de Spielberg para conseguir crear iconos de la cinematografía mundial. En Parque Jurásico se idearon unas cuantas secuencias antológicas, que ya están en la memoria colectiva: el tiranosaurio rex atacando un todoterreno y volcándolo, los velocirraptores registrando de cabo a rabo una cocina industrial. Todo, o la mayor parte, diseñado por un nuevo sistema digital, más realista y perfecto que la técnica de Stop-Motion (grabación fotograma a fotograma de unos modelos articulados). El primer Parque Jurásico marcó época, a pesar de tratarse de un filme de mero entretenimiento.
Ahora, en nuestro 2015, llega el más difícil todavía, Jurassic World (Mundo Jurásico), que viene firmada por Colin Trevorrow (co-guionista), a la mayor gloria de sus productores ejecutivos, Steven Spielberg, Frank Marshall, Jon Jashni y Thomas Tull. Porque se puede decir, sin ánimo de exagerar, que esta vez Spielberg se supera a sí mismo y ofrece un formidable espectáculo de 130 minutos, de ritmo galopante e impecable factura. No puede ser esta una cinta de palomitas porque uno hasta se olvida de que existen. La acción no decae ni medio segundo y, a pesar de contener los consabidos guiños al icono original, Jurassic World lo supera y minimiza ampliamente. Los numerosos plagios pasan casi desapercibidos. Estamos ante una obra maestra del cine de acción de los últimos tiempos, llamado a convertirse en un clásico moderno. Una película que apetecerá revisionar en familia con frecuencia.
 El cine de los setenta y de los ochenta se alimentó de catástrofes: trasatlánticos que volcaban por olas gigantes, rascacielos que se incendiaban, islas volcánicas que explotaban, terremotos que abrían brechas y fallas, aeronaves con problemas… Jurassic World bebe de esas fuentes: de unos personajes en riesgo, que han de escapar de un peligro mortal; algunos lo consiguen, otros mueren en el intento, para abono del morbo del espectador. Lo mismo sucedía con las luchas de gladiadores: unos sobrevivían, otros perecían en la arena, y su sangre fertilizaba el corazón de las masas, ávido de muertes y de acciones violentas. Por otra parte, está el cine de terror, los monstruos, los fantasmas, las criaturas anfibias que viven en los lagos y secuestran a la heroína, los zombis y cadáveres vivientes que cercan a sus víctimas en una casa. Hitchcock y sus admirables pajarillos inquietos y traviesos. De todo ello hay en Jurassic World, donde nace un alien transformado en saurio terrible, mimético, escurridizo, de fuerza descomunal e inteligencia maléfica y endemoniada. Quienes en la película original de 1993 eran los malos malísimos, los malvados irresolutos, aquí reinan como campeones en el combate contra la nueva amenaza. Porque no hay mal que por bien no venga.
 
 Como en las viejas producciones de sabor gótico, o en el regreso a bases lunares desiertas, los protagonistas visitan ruinas misteriosas, ancladas en el pasado, en las peregrinas cárceles de la invención. Otro acierto para crear una atmósfera de suspense.
Una dirección artística digna de los mejores platós de Cinecittà, que utiliza con apabullante esmero y delicadeza las técnicas de ambientación digital, hace de esta película, también, un soberbio homenaje al cine de masas: los planos generales del parque son colosales, hay cantidad de gente moviéndose. Se diseña un acuario enorme, para contener una bestia de las profundidades, y las gradas de los cientos de espectadores que asisten descienden bajo tierra para observar una mampara y, a través de ella, seguir los movimientos de la triásica criatura.
 El guion (Rick Jaffa, Amanda Silver) está bastante pulido, y ningún detalle parece haber sido dejado al azar. Las interpretaciones son plenamente convincentes, incluso superiores a los protagonistas de la cinta del 93. Chris Pratt, un magnífico naturalista Owen; Bryce Dallas Howard, su atractiva compañera de fuga; el veterano Vincent D'Onofrio, el creído de turno (gracias a los dinosaurios más feroces, no necesita pegarse un tiro en los lavabos, como en La chaqueta metálica). Los niños están muy bien, muy naturales: Nick Robinson (Zach) y Ty Simpkins (Gray). El que no parece estar muy a gusto, no muy cómodo fuera de su ambiente de suburbio parisién, es el nuevo Woody Strode europeo, el apuesto actor de color Omar Sy (Intocable, Samba).
Sobresaliente, una deliciosa experiencia para los sentidos este Jurassic World. Una de esas películas de acción y emoción que se agradecen, porque uno se mete de lleno con los personajes en el centro de la pantalla, se olvida del entorno (menos de los dinos, claro), y hasta de sí mismo.
Por añadidura, en el atrezo,  la nueva / vieja botella de Coca-Cola.
© Antonio Ángel Usábel, junio de 2015.